Capítulo 20

614 73 4
                                    


Londres – 22 de septiembre de 1950/noviembre de 1950

Elmira y la señora Martin iban a toda prisa hacia la casa. Con ellas iba una comadrona, la misma que había ayudado a Elmira a alumbrar a Karola y Julia. Heike acababa de romper aguas y no quería ir a un hospital. A pesar de las protestas de Alfred, que afirmaba que no existía lugar más seguro en esos tiempos, al final se llamó a la comadrona. Las tres mujeres decidieron asistir a la joven en el proceso.

El parto no fue tan largo como Heike esperaba. Elmira le dijo que después del primero, los demás no se hacían de rogar tanto. Pero las horas que duró, todos padecieron debido a los antecedentes, especialmente Elmira, que ya atendió el anterior parto y permanecía con su hija en el siguiente, ofreciéndole el mejor apoyo. La señora Martin, sin embargo, prefirió quedarse fuera. Cillian, al que le prohibieron la entrada, paseaba por toda la casa inquieto y desesperándose al oír los gritos de su esposa. Alfred, también muy nervioso, amenazó varias veces con atarlo a una silla si no se estaba quieto.

—Tú también estabas igual cuando nació Julia, cómo te olvidas de lo que te conviene. —protestó Cillian, pugnando por abrir la puerta del dormitorio de una patada y acompañar a Heike.

Alfred rio por lo bajo. En un rato que pareció una eternidad, oyeron un llanto de bebé y poco después vino Elmira. Llevaba en brazos un bulto que se asemejaba a un bebé, envuelto en una toalla. Estaba agotada, pero feliz. El bulto seguía lloriqueando. 

—Es un niño. Felicidades, Cillian. Heike se ha desmayado por el esfuerzo y necesita reposo, pero por suerte solo es eso. Ya ha expulsado las secundinas y no ha sangrado demasiado. Y el bebé parece sano. Todo ha salido muy bien.

A Cillian le faltó tiempo para agarrar a su hijo en brazos. Era tan perfecto, tan maravilloso, pero sobre todo tan delicado. Alfred se acercó y observó al recién nacido. En ese momento sintió unos pequeños celos. Solo había tenido hijas y las quería con locura, al igual que las dos gemelas que murieron en la guerra y que recordaba constantemente, pero no podía negar que le gustaría tener un varón, alguien que perpetuase su apellido. Tal vez Elmira algún día le diese ese niño. De no ser porque Elmira, tras el aborto de abril y tres partos casi seguidos, le obligó a tomar precauciones, posiblemente a esas alturas estaría de nuevo embarazada.

—Quiero descansar un poco y no quiero arriesgarme a perder este también. —le dijo una noche mientras le colocaba el preservativo sensualmente. Así resultó fácil convencerle porque le excitaba cómo se lo ponía. Aunque no era lo mismo que sin él. La otra alternativa era mucho peor y ambos la descartaron enseguida.

Volviendo la vista al bebé, se quedó embelesado mirándole. Era precioso y pequeñito. Elmira se dio cuenta de cómo lo miraba y volvió a tomarlo en brazos. El bebé estaba cubierto de vérnix caseosa y Elmira, aprovechando el reposo de Heike, decidió lavarlo, no sin antes enseñárselo a los impacientes de la casa. Fainka y Karola venían corriendo para ver al bebé, seguidas de Julia, que ya caminaba tambaleándose a sus veinte meses. Florence, la niñera, iba tras ellas, renegando.

—¿Podemos verlo, porfi? —dijo Fainka con la mirada dulce que reservaba para exigir mimos a sus padres.

Elmira se agachó con cuidado y les enseñó el bebé.

—Puaj, está sucio. —exclamó Karola.

—Hay que bañarlo y ponerle ropa limpia. Pero está encantado de conoceros. —contestó Elmira con una sonrisa.

—¿Es un niño? ¡Yupi! —gritó Fainka. Sus hermanas se unieron a los gritos y el bebé reaccionó. Alfred chistó para hacerlas callar.

—Niñas, que asustáis al bebé. —respuso Alfred con diplomacia. ¿Por qué no os vais con Florence a tomar un pastel y luego venís a verlo cuando esté aseado?

La dama de los ojos plateadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora