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— Ah, sí, el día en que abandoné mi "manada" y mis "tierras", como olvidarlo. — Mencionó burlón el rubio después de escuchar atentamente los recuerdos de su compañero.

— ¡N-No lo digas así! ¡No sabía lo que una escuela era, ¡¿está bien?! — diría el cánido completamente avergonzado al igual que enrojecido, tratando de cubrir su máscara de la expresión que delataba sus sentimientos.

El rememorar aquel momento en el que se conocieron puso a pensar seriamente al joven, ¿cuándo dejó de ser ese chico amable de secundaria? ¿en qué momento se convirtió en alguien déspota y desinteresado por el bien de las personas que le rodeaban? A pesar de no poder ver ni la más mínima sombra, en las palabras del contrario pudo sentir la suavidad que envolvía tan preciado recuerdo, y como este la resguardaba en lo más profundo de su corazón, en donde no habría forma de olvidar ni un solo detalle de aquel día.

Mordería su labio inferior, teniendo una realización sobre su propia actitud a lo largo de los años; la codicia le había nublado la consciencia, haciéndole incapaz de notar la manera en que poco a poco aplastaba la amabilidad de los demás para sobreponer sus propios intereses. "No era justo" pensó, lo cual al mismo tiempo le provocó una sensación de extrañez, ¿cuándo había sido la última vez que le había importado el si algo era justo para alguien más o no? Posaría una de sus manos en un costado de su cabeza, tratando de indagar más en esta extraña moralidad que había reprimido durante tanto tiempo por el simple placer de sentirse superior.

— Kedamono, yo... lo lamento. — diría sin poder tener la valentía de levantar el rostro.

— ¿Mmh? ¿El qué? — respondería cuestionándolo, confundido por su repentino cambio de tono.

— Yo ya no soy ese chico que te salvó cuando tenía 14 años. Yo... — Antes de que pudiese continuar con su lamento, su amigo le interrumpiría.

— No Popee, te equivocas. Sigues siendo la misma persona tan amable que me sacó del lugar que acabaría con mi vida. — diría con una sonrisa, sincerándose en sus palabras. — La misma persona que comparte su día a día conmigo, la persona que me ha permitido ayudarle a pesar de todo en lo que no estamos de acuerdo. —

Mientras su voz iba mencionando cada cosa que le gustaba y admiraba del rubio, este iba apretando más los labios, empuñando con más fuerza sus manos y apretando más los párpados, tratando de meter en su cabeza todo lo que Kedamono le decía. Tanta amabilidad hacía que se mareara, no estaba acostumbrado a escucharlo, en primer lugar.

— No pienses menos de ti, Popee, ¡Piensa en ti como siempre lo has hecho, como un acróbata que tiene un futuro brillante por delante! Quiero estar contigo cuando todos sepan tu nombre, ¡cuando tu rostro esté en toda la ciudad! — concluiría, echando a volar su imaginación, creando un futuro en su mente en donde todo lo bueno que pudiese pasar, pasara.

— Oh, Kedamono... — para ese momento, el joven ya ni siquiera intentaba luchar para guardar sus lágrimas, sólo dejó que aquel líquido brotara lentamente de sus ojos, hilos de lamentos que se sentían como si por fin pudiese limpiar su alma de todo aquel rencor injustificado que alguna vez tuvo contra su amigo.

Al ver lo antes mencionado, el lobo no podría contener sus emociones, sintiendo como de sus ojos chorreaban los mismos sentimientos que su colega. Se acercó a este mismo y lo tomó de los hombros, para entonces abrazarlo fuertemente, siendo esta la primera vez que su afecto sería correspondido, pues los brazos del joven se aferrarían con fuerza de su espalda.

Tomó sólo una anécdota del pasado para arreglar las diferencias que tanto los habían lastimado, una única historia que les recordaría la principal razón por la que estaban el uno con el otro, si hubiesen sabido que la amistad correspondida se sentía tan suave y dulce, tal vez lo hubiesen intentado desde el primer día.

~ Flower crown ~ [Popee the performer]Kde žijí příběhy. Začni objevovat