Capítulo 35

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Las puertas de la Mansión del Norte se abrieron para dar paso al Gran Preceptor Real. El carruaje se detuvo y cuando su ocupante bajó, ya lo esperaba el sirviente que lo guiaría hasta el salón.

Sólo poner un pie en el primer escalón, el hombre miró en dirección al lago y sus aguas cristalinas donde ya nacían los primeros nenúfares. Un ave acuática se posó encima de una roca y comenzó a picotear el agua alimentandose de los pecesillos.

—Gran Preceptor Real, el Rey lo recibirá ahora— informó el sirviente por lo cual el hombre continuó su marcha.

En el salón ya se había servido el té y al llegar, el Gran Preceptor vió a aquel por quien había venido. El niño se encontraba en el regazo de la Reina muy quieto, atento de todo lo que acontecía a su alrededor.

—Gran Preceptor Real, sea bienvenido— saludó el Rey en primera instancia, el Preceptor Real se postró.

—Sus majestades, sea este humilde indigno de encontrarse frente a ustedes.

—Agradezco al Gran Preceptor Real por venir tan rápido aún con el repentino aviso.

El Gran Preceptor se inclinó frente a rey de nueva cuenta.

—Es mi deber atender a las órdenes de su majestad— sus ojos, de un azul claro como el cielo de día se posaron en el niño cuyas pequeñas manos estaban ocupadas con el brocado de la hermosa túnica de la Señora.

—¿Es este el niño?

El joven rey afirmó —Una manifestación verdadera de nuestro Gran Fundador. Acaeció sólo cinco días atrás.

—Es mi deber preguntar, ¿por qué su majestad el Rey está tan seguro que este niño es una manifestación del Gran Fundador?

El rostro del Rey se iluminó en ese instante y entre ademanes comenzó a hablar: —Ha bajado de una estrella hasta el fondo del lago ¡Yo mismo lo vi! ¡Y mi señora la Reina! Los ministros de asuntos reales son mis testigos. Ellos estaban aquí.

El Preceptor escuchó con atención este relato y al concluir, sopesó las palabras del hombre por un par de minutos, sin embargo como fue él quien educó a su majestad, lo conocía bastante bien y supo por la expresión en su rostro que no le estaba diciendo todo y lo que esto fuera estaba golpeando contra sus labios para salir.

—¿Hay algo más?— se atrevió a preguntar. Justo después de esto, el hombre tocó la mano de la joven Reina quién atendiendo a este gesto, se dirigió al infante.

—Digale al hombre como se llama este lindo niño— exhortó. El pequeño al principio no parecía mostrar interés, aún más, miraba con recelo al anciano. No obstante cuando levantó su mandíbula y vió la sonrisa de la Reina, lució más animado. Se aferró a ella y finalmente habló:

—Wei Ying— aunque dijo aquello tímida y suavemente fue lo suficientemente claro para que los presentes escucharan.

El Preceptor Real se levantó, escandalizado. No había manera de que este niño supiera el nombre personal del Gran Fundador. Sólo un puñado de personas lo conocían, dos de ellos eruditos de avanzada edad recluidos en el Templo de la Bruma, el Rey y por supuesto el Preceptor Real, todos bajo juramento de sangre. Era inaudito que un niño tan pequeño hubiese escuchado jamás ese nombre al punto de ser capaz de responder cuando se le preguntaba.

Ante el repentino exabrupto Wei Ying soltó el juguete que traía en la mano y se cubrió la cara, lloró a todo pulmón. La Reina lo abrazó enseguida y lo consoló cantandole una canción al oído.

—Parece ser muy sensible a los ruidos y los movimientos repentinos— dijo el Rey volviendo la mirada al pequeño, estiró la mano para tocar su mejilla húmeda. Mi señora la Reina cree que se debe a la conmoción de su llegada.

Más allá de los acordes del guqinWhere stories live. Discover now