Capítulo 11

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Ágil y veloz como un tigre, un hombre corría detrás de otro sobre la arena escarlata.

El sol enrojecido ya había caído sobre la vasta extensión de tierra y el viento soplaba, avivando el fuego que consumía los carruajes y los cuerpos que estaban cerca del campo de batalla. Blandió la espada contra el cuello de ese hombre cuando lo tuvo a su alcance y la cabeza cayó sobre el polvo, salpicando la espléndida vestidura de aquel que lo había matado.  No obstante, este ya estaba apuñalando a otra persona, empujó el cuerpo caliente pero sin vida, lejos de él y tan pronto como lo hizo su espada ya había atravesado a otro, separando el torso del resto del cuerpo.

En los ojos grises de aquel hombre estaba desatada una furia incontenible, su cuerpo y corazón dolían tanto que ya ni siquiera pensaba, sólo se movía en automático, agitando el poderoso filo de su espada contra cualquiera que se atreviera a desafiarlo.

Pronto el campo de batalla se silenció.

Podía ver cuerpos moviéndose, hombres matándose entre sí, pero él ya no escuchaba nada. Soltó su espada y se arrodilló cuando frente a él sólo quedaron cuerpos inertes.

En ese instante se dejó ir, soltando un grito que resonó en el lugar desde el fondo de su garganta y tan pronto como cesó, sus puños golpearon la arena mientras lloraba.

En sus recuerdos apareció un niño muy pequeño, estaba en el jardín de su mansión y admiraba a una pequeña ave azul que se posó sobre su mano.

"—Xian Gege..."

Escuchó un quejido cerca, un hombre escupía sangre y apretaba por causa del dolor el polvo enrojecido, tenía una herida abierta en el estómago y sus entrañas estaban esparcidas cerca de él, pero ni esto fue impedimento para que el señor del Norte lo tomara por el cuello y lo agitara con fuerza, su mirada estaba furiosa y sin embargo estaba encima del rostro de aquel hombre como si le suplicara respuestas.

Xian agitó el cuerpo contra el suelo varias veces, sus manos blancas estaban manchadas con la sangre de ese hombre y muchos más y cómo este no habló al final le cortó la cabeza con un sólo movimiento de su espalda. Al levantarse miró a sus hombres que para entonces llegaban frente a él mientras otros arrojaban a los muertos contra las llamas.

—Den aviso al señor que los asesinos han sido exterminados, continuaremos la campaña sobre el oeste. Llevaremos hasta ellos las cabezas de los responsables.

El mensajero partió una vez que terminó de hablar; se alejó sobre su caballo y marchó fuera aquel desierto.

Después, Xian se abrió paso entre la columna de hombres y continuó caminando. Nadie le habló, ni lo miró más, solamente continuaron con sus tareas mientras el señor lloraba en la distancia la muerte de su hermano.

Estaban tan lejos de Wei que incluso aquí las estrellas se veían diferentes, opacas. Ni siquiera tenían certeza si habían marchado por días o tan sólo por horas; toda la situación pasó tan rápido y fue tan bizarra que ya nadie hablaba de eso; solamente cumplían, enmudecidos.

—¡El señor FeiLong ha sido asesinado!— un grito los tomó por sorpresa a los que vigilaban el puerto — El señor Xian persigue al asesino, ¡hombres, síganme!

Le dieron alcance en las fronteras de Wei, el señor se dirigía solo por el desierto sobre su caballo, nublado por el dolor que estaba sintiendo.

Había gente ahí afuera que miraba la prosperidad de la Tierra de Wei con ojos envidiosos, cómo si sus riquezas fueran desmerecidas, fruto del azar y sin embargo, el general nunca se imaginó que existiera una persona que quisiera muerto a un niño de once años.

Más allá de los acordes del guqinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora