15. Leyendas en realidades.

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Ilustración en multimedia de @tantanlut vía twitter.
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Con sus manos firmes alrededor del cuerpo de Sanji, Zoro sostenía con recelo de dejarlo ir y recargó su rostro sobre el hombro del rubio. Al recordar el perfecto aroma que lucía cuando por primera vez consolidó y conoció aquella parte de él, Zoro se mordió el labio, rozando su nariz suavemente por el cuello de Sanji, extrañando con todo su ser volver a verlo de tal manera si tan solo él fuera el que esta vez, y todas las siguientes, ayudara a apaciguar sus dolores. Él, su destinado, no un alfa cualquiera. Zoro tragó saliva y se relamió los labios antes de susurrarle al oído, lento y bajo—: Déjame marcarte, cocinero.

—Lo harás eventualmente, ¿o no? Somos destinados —respondió Sanji en el mismo tono, lento, apaciguándolo con su voz, apretando los brazos que lo sostenían fijos en su cuerpo sin intenciones de dejarlo ir ni moverse.

—Aquella vez —murmuró Zoro acariciando su espalda y mirándolo a los ojos de nuevo—, que me recordaste que aunque seamos destinados, podríamos no terminar juntos... No podía dejar de pensar en eso mientras estabas con él —admitió bajo—. Y yo que te dije que no dejaría que nadie se te acercara —apretó su agarre y Sanji contuvo un gemido, pero no se movió, sino que posó su cabeza sobre el hombro de Zoro intentando calmarlo, hacerle saber que estaba ahí para él—. ¡Qué puta mierda, cocinero! Lo siento, de verdad pensé que te había perdido —lo abrazó acunando su cabeza y acariciando su cabello, sin dejarlo ir. A Sanji le agradó y apretó su agarre también.

El comenzar a hacer el intento de llevarse bien con Zoro desde que se enteraron que terminarían enlazados en verdad se sintió como un alivio. Fue una promesa de que su lazo no tenía por qué ser una condena al sufrimiento de estar para siempre atado a su adversario, sino que juntos habían aprendido a reconocerse como lo que en realidad son: nakamas que confían con su vida en el otro y que se querían a pesar de todo.

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Al día siguiente, el último día en el mar antes de llegar a Dressrosa, las aguas debajo y sobre el Sunny apaciguaron aún mejor. Hacía un día perfectamente soleado y los ánimos se recuperaban poco a poco, encaminado hasta devolver el ambiente jovial habitual al que se estaba acostumbrado sentir en compañía de los Sombrero de Paja. Las sospechas de los invitados de que algo inusual estaba pasando se desvanecieron gracias a eso y el barco habría regresado por completo a su entorno frecuente si la guardia de todos no permaneciera arriba cada vez que Law siquiera miraba en dirección donde estaba Sanji.

Se había descartado la posibilidad de Law de tomarse un supresor de olor. La tripulación necesitaba saber a toda hora cualquier cosa que los instintos de su aliado dieran a conocer a través de su aroma, así que el privilegio del supresor estaba por el momento anulado para él. Al menos hasta que haya demostrado de nuevo, de alguna forma más fidedigna, ser merecedor de su confianza. Mientras tanto, lo que su olor daba a entender era pura impotencia y ansiedad. Era, para Sanji, incluso incómodo saber que se sentía de esa manera y no podía ayudarlo. Además de que parecía en la misma situación. Exasperado, inquieto, ansioso. Y apenas era de mañana.

—¿Sanji-kun? —se acercó Usopp a él, mientras Sanji bebía té en la mesa de la cubierta, disfrutando de la brisa y el tranquilo sonido de los árboles de mandarina. Alzó la mirada hacia Usopp y lo invitó a sentarse con él, recargándose en el respaldo cuando lo hizo—. ¿Has visto a Zoro?

La mirada desganada de Sanji respondió su pregunta—. Es su turno de vigilar a Caesar —Usopp soltó un pequeño «oh», como si se hubiera acordado de eso y Sanji exhaló con tedio, sacando de su bolsillo un cigarro. Se suponía que sería una mañana tranquila evitando pensar en alguno de esos dos. Pero al sucumbir ante su curiosidad, echó un vistazo hacia arriba donde Zoro se encontraba, luego miró a Usopp y le preguntó bajo, como no queriendo—. ¿Por qué lo buscas? ¿Qué hizo?

Fantasía en un destino trazado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora