13. Destinados; part. i

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Ilustración en multimedia recuperada de pinterest (@aline8035). Créditos a su artista original.
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Tiempo atrás, en la Isla Gyojin...

La noticia lo impactó tanto que ni siquiera pensó en volver con las sirenas para nadar otro rato. Sanji, confundido como nunca antes, caminaba de lado a lado en el Thousand Sunny intentando apaciguar por un momento su sorpresa para meditar la situación un poco, antes de entrar en pánico.

La Isla Gyojin resultó ser todo un sueño hecho realidad. Por aquellos momentos en su último día en la isla, realmente se sintió realizado, nadando con hermosas sirenas que disfrutaban también de su compañía y se divertían con sus tonterías. Sanji estaba en su All Blue. Hasta que aquella sirena cuyas predicciones acertaban cien por ciento de las veces y que incluso la realeza confió más en ellas que en los recién llegados, inocentes piratas del Sombrero de Paja.

—Vaya, ustedes dos están destinados, ¿cierto? —había soltado Madam Shyarly. Sanji volteó cautivado hacia quien ella se refería, esperando encontrar ahí a la bella Robin-chan, pero en su lugar, de pie igual de confundido y mirándolo de vuelta, estaba Zoro—. Oh, no lo sabían —habló la sirena de nuevo al darse cuenta de la inusual reacción de ambos.

La escena se proyectaba en la mente de Sanji una y otra vez. «Esa sirena pudo haber mentido. ¡Tenía que haberse inventado eso, por favor! ¿En qué mundo aceptaría un lazo con ese cabeza de alga?» Pensaba Sanji, con el corazón latiéndole cuál peligrosa y pesada bomba dentro de él. Tomó un vaso con agua y siguió en su intento de tranquilizarse y pensar. Suspiró varias veces apaciguando su respiración y tomó asiento en una silla de la cocina, fumando un cigarrillo tras otro cual chimenea.

Solo había una forma de estar seguros: Necesitaba crear una Vivre Card propia y otra de Zoro. Solo de esa manera podía asegurarse de que él no era su destinado y solo así dormiría tranquilo. Así es, desmentiría aquello y podría seguir su vida como lo había estado haciendo siempre: sin ataduras, sin deberle nada a nadie, dedicando toda su atención a las hermosas mujeres y solo bajo la agradable y libertina autoridad de su capitán.

«Mierda», pensó de nuevo, con el cigarrillo en su mano al sostenerse la cara recargado sobre la mesa. «Maldita sea, ¿por qué él? Si no puede ser Robin-chan, debe ser Luffy. ¡Mierda! ¿¡Por qué él?!» se repetía, apretando la mandíbula y sus manos sobre su cabello en frustración cuando la puerta de la cocina dejó asomarse lentamente al susodicho. Sanji ni siquiera volteó a verlo, podía olfatear perfectamente su inconfundible presencia.

—Cocinero —llamó desde la puerta esperando una señal positiva para acercarse a él. Sanji giró la cabeza un poco y apartó de su cara la mano que sostenía el cigarrillo para permitirle a Zoro observar su mirada azul. Zoro caminó determinado hacia él, sus miradas en ningún momento flaqueando ante la del contrario. Zoro se sentó recargado en el respaldo y terminó la mirada mutua solo para observar, frente a frente, los labios de Sanji, su suave cabello liso, sus manos largas con dedos delgados, su cuello perfecto, para luego regresar hasta esos ojos azules brillantes que le devolvían una mirada pesada—. ¿Qué?

—Ni siquiera lo pienses —soltó enderezándose ante la mirada inspectora que Zoro nada discretamente acababa de dedicarle. Tomó de su bolsillo otro cigarro y lo encendió lento—. Tú y yo no podemos ser destinados.

—Esto me resulta igual de difícil que a ti, cejitas —habló, cruzando sus brazos—. Pero no irás a decir que nunca te lo planteaste —agregó Zoro, Sanji negando con su cabeza.

—Zoro, no me van los hombres —respondió recargándose nuevamente en la mesa—. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

—¡Por favor, cocinero, eres un omega! —soltó sin pensar.

Fantasía en un destino trazado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora