22. Donde Sueñan las Mariposas

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Quise rebatir algún punto, pero la mirada de Anya no dejó lugar para eso y la misión no me importaba tanto como para discutirlo.

Poniendo de mi parte en el teatro, me presenté como la pianista que ayudaría a su joven hija a mejorar sus dotes musicales, con suerte conseguir un buen marido y ser tratada como una yegua de crías para seguir estirando la descendencia de la querida aristocracia de Valtaria.

Un sueño, claro.

El criado quien nos atendió era un hombre demasiado orgulloso para ser tan enano, pero me dejó pasar a través de la escarcha. Cruzamos directamente hacia el vestíbulo, donde una estrambótica escalera en caracol subía por la esquina del pequeño salón, como una espía trepando a los pisos superiores.

Envié al criado a que se encerrara en la cocina hasta que volviera el señor de la casa. Como previmos, no había nadie más que él cerca.

Subimos los altos pisos hasta la habitación.

──¿Tienes idea de hacia dónde ir? ──indagué.

──Claro, chérie.

Lo seguí por los pasillos, con la alfombra ahogando nuestros pasos y estatuas de animales en bronce y ébano custodiando nuestro camino. Paredes rojas que recordaban más a un burdel y menos a una casa de familia, llegamos hasta el punto más alto del edificio. Donde debía estar un ático, unas puertas dobles nos recibieron a una sala majestuosa.

El sol entraba de forma tímida a través de un tragaluz, pero Eskandar iluminó la habitación con un chasquido, develando pisos de mármol moteado con plata y pesadas cortinas de terciopelo cubriendo los ventanales.

Tenía la misma arquitectura recargada que amaban en todo Valtaria, con tantos detalles y relieves como para marearte de lo que realmente escondían sus habitantes.

También era una buena muestra de su ostentación.

──¿Impresionada? ──Torció una adorable sonrisa maliciosa.

──¿Debería?

──Te sorprendería lo que puedo hacer con las manos.

──Te equivocas si crees que soy tan poco exigente.

──Podría entender por qué le gustas a mi hermano, chérie.

Quise saber a qué se refería, pero Eskandar me calló con un leve susurro, cerré la puerta mientras la oscuridad nos iba engullendo, el fuego de Eskandar apenas era suficiente para vigilar nuestros pasos, en lo profundo de la habitación, una bajada de escalones nos llevó hasta una estatua erguida de forma soberbia y el príncipe apagó su antorcha improvisada.

──Sé por qué Anya me odia, ¿pero por qué te odia a ti?

Eskandar sonrió con audacia.

──Anya no te odia, chérie, pero fue criada como un soldado y tiene la vara muy alta para cualquiera que quiera unirse al cuerpo ──indicó──. Cree que estoy donde estoy por ser hermano de Lysander, tampoco voy a contradecirla si cree que es así.

──¿Y no lo es?

Él se encogió de hombros.

──Quizás.

──¿Cómo sabías de este lugar?

──Hay un espía, un criado de los Baseret nos estuvo dando información.

──¿Lysander tiene muchos informantes?

──Espías es mucho más emocionante ──me corrigió──. Y sí, nunca sabes quién puede ser uno, tú podrías serlo.

Sonata Siniestra©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora