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Benoît se subió a la parte de atrás del coche con un macuto de color negro.

—¡Arranca, joder! —exclamó, mientras se quitaba el pasamontañas.

—¿Y el resto? —preguntó Jean Paul, nervioso.

—¡Vámonos, te digo!

Jean Paul arrancó el coche y aceleró todo lo que pudo. Sus manos temblaban sobre el volante y un sudor frío le recorría la espalda. Aquel no era el plan. No debía correr, tenía conducir tranquilo, normal, sin llamar la atención. Pero también debía haber dos personas más en el coche. Algo había salido mal. Muy mal. Aquel no era el plan.

Se esforzó por levantar el pie del acelerador y circular a una velocidad que no hiciera saltar los radares de tráfico y, llegado el momento, se paró en un semáforo en rojo.

—¿Qué demonios haces? —gritó Benoît histérico—. ¡Acelera!

Volvió a meter primera y a acelerar el coche.

—Tuerce por aquí —indicó Benoît desde el asiento de atrás.

—¿Qué ha pasado?

Jean Paul estaba tan nervioso que le costaba hacer girar el volante.

—Algo ha fallado —explicó Benoît intentando mantener la calma—. Las alarmas han saltado y todo se ha descontrolado.

—¿Y el resto? —volvió a preguntar Jean Paul. Apenas conocía a los otros miembros del equipo, pero tenía miedo de lo que pudiera haber pasado con ellos. Le aterraba la idea de que los cogieran y ellos lo delataran.

—Lo importante es que tú y yo estamos fuera... y tenemos las joyas. Así que acelera.

Se escucharon sirenas de coches de policía. No parecían estar muy lejos.

—Métete por la siguiente a la derecha.

Jean Paul obedeció y entró en una calle de un solo sentido bastante estrecha. Cuando iba por la mitad, vio que un coche de policía le cortaba el paso al final de la calle. Redujo la velocidad, mientras pensaba en una solución.

—¿Qué hacemos?

Benoît no contestó.

Se oyeron sirenas por la parte de atrás. Los estaban acorralando. Jean Paul se volvió para hablar con su compañero y entonces se dio cuenta de que Benoît ya no estaba en el coche. Había salido en algún momento después de entrar en aquella calle y ni siquiera se había dado cuenta. Miró a través de las ventanas y la luna trasera, pero no vio nada. Cuando volvió la vista al frente, tenía a un policía delante, apuntándolo con un arma a la cara.

Jean Paul alzó las manos en señal de rendición.

—Yo no...

No le dio tiempo a acabar la frase. El policía apretó el gatillo. Un ruido ensordecedor y todo se volvió negro.

Siempre se despertaba en ese punto, empapado en sudor y respirando atropelladamente. Había revivido aquel instante cada vez que había conseguido quedarse dormido en su incómodo camastro de la trena. No había sucedido exactamente así, nadie le había disparado en la cara, pero él había distorsionado el recuerdo en sus sueños con el paso del tiempo.

Se sentó en la cama y se cubrió la cara con las manos. Aún no había amanecido, todo estaba oscuro.

—¿Te encuentras bien? Gritabas en sueños.

La voz de Jacqueline lo sorprendió, no la esperaba en su habitación. Lo observaba desde la puerta. En contraste con la luz del pasillo, Jean Paul solo podía distinguir su delgada silueta echada en el quicio.

Bajo el Arco del TriunfoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora