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Charlotte Duggan había nacido en Belfast. Se mudó a París con una beca Erasmus, donde fue compañera de facultad de Benoît. Él era un incondicional en todas las fiestas, porque allí era donde hacía más negocio, y ella quería experimentar todos los aspectos de la noche parisina, con lo que coincidían bastante. Se gustaron casi desde el principio y comenzaron a intimar en alguna fiesta.

Antes de terminar la beca, Charlotte consiguió un puesto de becaria en una empresa, con lo que consiguió quedarse más tiempo en París. Eso le permitió afianzar mejor su francés y también comenzar con Benoît una relación un poco más seria, que hasta entonces había parecido un rollo de verano.

Esa relación hizo que Benoît se alejara un poco de Jean Paul, pero este no se preocupó mucho, era algo que entraba dentro de la normalidad cuando un amigo se echaba novia. Además, creyó que sería algo temporal. Siempre pensó que ella era demasiado espiritual y mística para Benoît, cosa que nunca le comentó a su amigo, por supuesto. Se sorprendió mucho al ver que se llevaban tan bien y que su noviazgo perduraba en el tiempo. Nunca hubiera apostado por ello.

Tampoco imaginó que, con lo delgada que estaba, tuviera tanta fuerza como para hacerle perder el conocimiento de un puñetazo. Despertó dolorido y con cierto sabor a sangre en la boca. Notaba el labio inferior hinchado, Charlotte se lo había partido. Al menos, ya no estaba en el suelo, alguien lo había levantado y volvía a estar sentado y atado a la silla. Sentía mucho dolor en la parte posterior de la cabeza si miraba hacia arriba. Se había dado un buen golpe y no descartaba que hubiera estado sangrando. No podía revisarlo, pues sus manos estaban atadas, aunque se dio cuenta de que las ataduras habían quedado un poco más sueltas que antes debido a la caída. Movió los brazos con fuerza, creía que podía haber una posibilidad de soltar las manos. Pero entonces, recibió una bofetada. La herida del labio le ardió.

No se había dado cuenta de que Charlotte estaba allí.

—Estate quieto —dijo—, si no quieres que te de otra.

Jean Paul no recordaba a Charlotte tan agresiva. Antes del robo, cuando había coincido con ella, la había encontrado muy simpática. Incluso dulce. Había cambiado mucho en aquellos cinco años.

—¿Nos vas a decir dónde escondiste los diamantes?

—Ya os he dicho que yo no los tengo —balbuceó—. No sé dónde están.

Charlotte sonrió solo con los labios, mientras mostraba odio en sus ojos.

—Me ha dicho Lance que le has echado la culpa a Gérald.

Jean Paul mantuvo silencio.

—Él es el único que conocía al contacto que podía comprar los diamantes —dijo Charlotte—. No sería descabellado pensar que él se hubiera guardado los diamantes para luego venderlos en solitario.

Jean Paul alzó las cejas.

—¿Ves?

—Pero no sé si sabes que él sigue trabajando en el museo.

Jean Paul bajó las cejas de golpe.

—No tiene mucho sentido que siga ahí, si tuviera esa cantidad de dinero, ¿no te parece?

—A lo mejor no los ha vendido todavía.

—Me extraña —sentenció Charlotte.

Dio media vuelta y salió de la habitación.

Jean Paul volvió la mirada hacia Lancelot, que lo observaba desde la silla en la que había estado anteriormente.

—Te vas a quedar aquí hasta que encontremos los diamantes —dijo, mientras se ponía en pie—, así que ponte cómodo si no tienes intenciones de colaborar.

Bajo el Arco del TriunfoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora