Otro de los soldados había agarrado a Heike, aprovechando el intercambio de miradas y la había tirado al suelo e intentaba abrirle las piernas. La niña no paraba de gritar y Elmira reaccionó enseguida. Cogió al soldado del brazo e intentó apartarle, pero recibió un sonoro puñetazo que la derribó e hizo que sangrara la nariz. Alfred no tuvo más remedio que poner fin a una situación que no había planeado. Sujetó al aspirante a violador con fuerza y lo apartó de Heike.

—¿Qué dije antes de partir? Está totalmente prohibido tomar a las mujeres como trofeo. Quien incumpla esa regla, se enfrenta no solo a la degradación, sino a la expulsión del ejército y un consejo de guerra. Por otra parte, ¿no ves que es una niña? ¿no te da vergüenza, desgraciado? —Alfred lo hubiera matado allí mismo.

El soldado no agachó la cabeza. Apenas había cumplido los veinte años y se creía con derecho a todo tras haber derrotado a los alemanes. O eso estaban a punto de hacer, ya que quedaba Berlín y los soviéticos también estaban en el otro lado del país. Miró con desafío a Alfred, pese a que era un simple soldado raso. Lo consideraba un prepotente y con la euforia de la edad deseaba ponerlo en su sitio. Algún día él sería el Brigadier y Alfred un simple soldado raso.

—Brigadier —dijo, no sin sorna—. Es una perra alemana y se merece un castigo. Además, no parece tan niña. Seguro que hasta le gusta y todo.

Alfred lo abofeteó sin titubeos. El joven se tambaleó, pero se mantuvo de pie, mirando con asco a su superior.

—Los violadores son los peores perros que existen. Y no importan de donde sean. Esa niña, por muy «perra alemana» que dices que es seguro que vale cien veces más que tú —Alfred conocía lo suficiente a Thomas Holt para haber calado las verdaderas intenciones de este. Era el hijo del Teniente General y su superior, pero incluso su padre despreciaba a su hijo y no era casualidad que lo hubiera colocado en su compañía para enderezarle. El aprecio que el Teniente General profesaba a Alfred incluso más que a Thomas era el principal motivo por el que este lo odiaba y deseaba su caída.

—Maldito hijo de puta —Apenas terminó la frase cuando Alfred esta vez le dio un puñetazo. Algún día pagarás por todo. Seguro que ya quieres a las dos zorras para ti.

—Lárgate de mi vista y piensa en lo que has intentado hacer —siseó Alfred—. Si no fuera por tu padre, te habría expulsado yo mismo del ejército.

A Thomas no le quedó más remedio que alejarse, maldiciendo a su jefe. Heike y Elmira, aprovechando la discusión entre los soldados, habían emprendido el camino a la casa, para esconderse de aquellos ingleses, pero Alfred había advertido también la huida y se aproximó a ellas.

—No he acabado con usted —dijo, dirigiéndose a Elmira—. Por lo que veo, usted habla inglés, ¿verdad?

Elmira había estudiado inglés cuando vivía en la Unión Soviética —ventajas de pertenecer a la élite— y sentía pasión por el idioma, ya que lo consideraba muy fácil, incluso más que el alemán cuando le tocó aprenderlo. Pese a todo lo que había vivido, siempre encontraba textos y libros para seguir leyendo y practicando para no olvidar. Y, viendo el pésimo alemán de aquel hombre, creyó mejor hablarle en su mismo idioma, creyendo que sería más benévolo. Tenía en la consciencia de que los ingleses eran unos egocéntricos imperialistas que adoraban su idioma por encima de todo y cuando alguien lo conocía, se mostraban como pavos reales al abrir sus plumas. Esperaba tal reacción en aquel hombre tan alto.

—Sí, señor —alegó ella dudando. No se consideraba una mujer tímida, pero había algo en ese hombre que la hacía sentirse pequeña y no solo porque era mucho más alto que ella. Apenas le sobrepasaba el hombro. La forma en que se había quedado mirándola la había inquietado y más porque sabía qué sentía él mismo. Al final, casi todos los hombres —la excepción era el bueno de Bruno— eran iguales y solo pensaban en lo mismo. No tan explícitamente como el otro soldado que había intentado violar a Heike, pero siempre anhelaban satisfacer sus deseos más internos.

La dama de los ojos plateadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora