Capítulo 10: Intensidad

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Capítulo 10: Intensidad

Al atardecer, después de haber disfrutado un largo baño relajante, cada uno en una piscina, se prepararon para ir al festival. Tigresa no recordaba la última vez que se había visto tan femenina, sin contar la noche anterior, en la que había dormido con el pijama que le había regalado Po. El kimono se le ajustaba a la perfección y era bastante cómodo. Po la conocía bien y sabía que un kimono tradicional de mangas largas y cinturón le hubiera resultado agobiante y no le hubiera sentado tan bien. Además, el color rojo siempre había sido uno de sus preferidos.

Cogió los adornos florales que había en la bolsa y miró en el espejo cómo quedaban los dos puestos, pero no terminó de convencerla la imagen que vio. Finalmente, decidió coger sólo uno y colocarlo cerca de su oreja derecha.

Salió de la habitación y se dirigió a la sala donde unas horas antes habían comido, y donde se suponía que debía estar esperando el panda. Abrió la puerta y entró en la estancia. Po no se encontraba allí. Salió afuera y echó una ojeada a las piscinas, pero tampoco lo halló allí. De repente, la puerta por la que había entrado poco antes, se abrió. Tigresa no era la única que iba a ir debidamente vestida al festival. Po había decidido cambiar sus viejos pantalones por unos nuevos de color marrón, a conjunto con el kimono que llevaba abierto, dejando ver su prominente y esponjosa barriga.

El oso miró tímidamente a Tigresa, rascándose la cabeza nerviosamente.

-Si me lo cierro me agobia mucho, ¿sabes? Queda muy apretado. En el Valle de la paz no suelen hacer ropa de mi talla. Como la mayoría de los clientes son más bien pequeños...

-Te queda muy bien -comentó Tigresa. Nunca había visto a Po vestido de otra forma que no fuera con sus usuales pantalones remendados.

-Pues a ti te queda más que bien. Ese kimono parece hecho a tu medida.

-Gracias -dijo, satisfecha -. ¿Nos vamos?

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El pueblo no estaba excesivamente abarrotado. Se podía caminar con tranquilidad por las calles, viendo las luces de colores y los farolillos, los puestos de comida y de juegos. Todo el mundo iba vestido para la ocasión con sus mejores galas, no demasiado usadas en ese tipo de pueblos. Tigresa ojeaba sin que se diesen cuenta los kimonos de las demás. Los colores y motivos eran bonitos, pero no consiguió ver ninguno que le gustara tanto como el suyo. Po, sin embargo, iba más atento a los puestos de comida. Su estómago ya empezaba a reclamar que se llevase algo a la boca.

-¿Quieres que paremos a comer?

-No, no -negó él con la cabeza y las manos al unísono. Quería que Tigresa se divirtiera, ya habría tiempo más tarde para comer. - Más tarde.

Tigresa asintió y volvió a sumergirse en el encanto de la fiesta. Vio cómo unos niños miraban atentos los movimientos de un pequeño conejo que intentaba sacar un globo de goma de una pequeña piscina con un gancho, que terminaba por romperse. Los demás entonaron un "oh" de decepción. El conejito puso una expresión triste. Ya era la tercera vez que lo intentaba. Parecía que esa noche no conseguiría el preciado juguete. Se levantó, dispuesto a irse, pero antes que de pudiera dar un paso, el encargado sacó el globo azul con la mano y se lo tendió. El pequeño saltó de felicidad, le dio las gracias y se lo enseñó a sus amigos.

-¿Quieres jugar? -preguntó Po, viendo la atención que ponía Tigresa en el juego de los niños. Sin darle tiempo a contestar, la agarró de la mano y la guió hasta allí. Sacó una moneda y se la entregó al pato encargado -. Voy a intentarlo.

El pato le dio un gancho y Po se agachó para coger un globo rosa y rojo. Enganchó el globo y tiró de él, pero antes de que pudiera sacarlo, la cuerda se rompió y cayó al agua de nuevo.

La Ley de la naturalezaWhere stories live. Discover now