Capítulo 2: Días sin ella.

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Llevo dos semanas de vacaciones. No he hecho bastante, a decir verdad. Mis días consisten en despertar tarde, ensayar, salir por los alrededores y regresar a casa más o menos a la hora a la que llega Alice a su casa, para así al menos verla un momento.

—¿Por qué tanta prisa, George? —pregunta Paul casi corriendo a mi lado—. ¿Es por Alice, tu vecina? —jadea un poco cansado.

—Llega más o menos a esta hora y si no fuera porque a Lennon le dio su berrinche, no deberíamos correr.

—Sabes que cuando está con su madre actúa distinto —dice con voz comprensiva. Luego se aclara la garganta—. ¿Aún no le dices nada a Alice?

Yo niego avergonzado, hemos desacelerado un poco nuestro paso.

—Sabes que es difícil para mí.

—Dijiste eso hace dos años, George. —Paul me mira con mala cara—. Simplemente debes dejar que lo que sientes fluya. —Mueve sus manos.

—Yo no soy tú, Paul. Para ti es fácil decirlo, pero sabes que a mí me cuesta. Ni si quiera sé si ella sabe de mí. Y mucho menos si le gustaré.

—Nunca lo sabrás si no le diriges la palabra.

Para Paul es muy fácil hablar de esto, él podría tener la chica que quisiera. Sabe de modales, romanticismo y cursiladas. No por nada escribe las mejores canciones de amor del grupo. Además su personalidad le juega a favor. En cambio a mí, me juega muy en contra. Prefiero no hacerme notar mucho. Soy un poco tímido al principio.

No respondo al comentario de Paul, pues a medida que nos acercábamos mi corazón se acelera cada vez más, siento que de un momento a otro se parará de golpe y yo caeré al suelo. Paul me mira casi tan asustado como yo.

—¿Son sus maletas? —me pregunta y yo asiento—. ¿Se marchará?

Diablos. Un horrible escalofrío recorre mi espalda. No, ella no podía marcharse, no ahora. Estoy a punto de correr a su casa y gritarle: No te marches, Alice, yo te quiero. Pero el sólo hecho de imaginarme aquella escena en mi cabeza me hace sentir ridículo. Además no tengo el valor para hacerlo, y con suerte consigo caminar.

Nos acercamos observando silenciosamente e intentando que nadie nos note. Llego a la puerta de casa y miro de reojo, abro la puerta y cuando la sostengo para que Paul entrara, noto que su cabeza parece la de un búho. Paul no sabe mirar disimuladamente. Lo tiro de su camiseta y él entra.

—George, se va a marchar...

Doy un largo bufido. Estoy enfadado. No con ella ni con sus padres, más bien conmigo mismo. Aunque quizás fue mejor no decirle nada, porque si ella hubiera sentido algo, ahora sufriría más.

La imagen de sus maletas viene nuevamente a mi mente. Un momento. Sólo habían dos maletas. No había nada más. Aquello me hace dudar. Si se fueran a mudar, habría un camión más grande. Lo hubiéramos sabido antes pues esos rumores siempre se propagan.

—¡Paul, sal de la ventana! —le grito.

—¡Mira, ahí está Alice!

Mira por un pequeño hueco de la cortina.

Corro y me pongo a su lado para poder mirar.

—Está hablando con sus padres...

—¿Ellos no se van?

—Quizás la envíen a vivir con otra persona...—comenta Paul—. Ya sabes, a Londres o una ciudad mejor, ella es muy inteligente.

—Si fuese así, ella vendría en vacaciones...—digo pensativo.

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