Capítulo 3. El test

Start from the beginning
                                    

―¿A dónde vas? ―inquirí.

Se bajó del coche y bloqueó las puertas con el mando. Yo podía abrirlas si quería, pero él estaba enfadado y no tardé en sospechar la razón al verle entrar en una farmacia. Regresó con una pequeña bolsa, que me entregó en cuanto llegamos a casa.

―Métete en el baño ―ordenó―. Esperaré aquí.

Abrí la bolsa y comprobé que era un test de embarazo.

―¿Esto es en serio?

Señaló el baño con la cabeza. Traté de decirle que aquello seguro que era absurdo, que era demasiado pronto, pero él me obligó a cruzar aquella puerta y la cerró enseguida.

―Hazlo o te lo haré yo ―dijo.

Saqué el test de la caja y me bajé las bragas para sentarme en el inodoro. Saberle al otro lado de la puerta me complicó la tarea, pero no tenía ninguna duda sobre el resultado. Cuando le enseñé el negativo, el alivio que se apoderó de su rostro me hizo sentirme desdichada.

―¿Contento?

―¿Qué precauciones tomas con ese novio tuyo?

―Más que contigo, seguro.

―Conmigo no son necesarias.

―¿Y eso por qué no?

―Soy estéril.

Una de las cosas que yo deseaba hacer con él era tener hijos, en ese futuro ideal que yo me había construido a los quince. Él apartó la mirada y comprendí que no solo aquello era verdad, también le resultaba doloroso.

―Sobre todo por eso nos separamos tu tía y yo ―añadió―. Así que con quien debes tener cuidado es con ese chico. Espero que estéis usando preservativos, al menos.

Parecía que estuviese oliendo algo apestoso. A pesar de lo que hubiera podido suceder en el departamento de matemáticas, me acerqué a él y susurré:

―Eres el único con el que lo he hecho sin nada.

Me agarró de la cintura y del cuello y nos giró para besarme contra la pared. No tardó en colarse en mi ropa interior, ni en introducirme un dedo por completo, captando con su boca el gemido que se me escapó. Pero no me folló allí, me llevó hasta su cama, y me abrió la camisa y el sujetador para saborear mi pecho antes de deslizarse hacia abajo.

Me estremecí solo de imaginar lo que iba a hacer, pero tuve que tratar de detenerle.

―Samuel, acabo de...

Apretó la cara contra mi sexo e inspiró hondo, y no pude decir nada más. Me quitó las bragas, se las guardó en el pantalón y me observó hasta que me atreví a mirarle. Sus ojos se clavaron entonces en los míos y sus labios en mi ardor, y mis dedos se entremezclaron con los rizos de su cabello.

En cuanto logró su propósito, me dio a probar de mi propio sabor y se sumergió dentro de mí. Le rodeé con mis brazos e imaginé que aquella era mi primera vez.

―Nunca me lo habían hecho ―confesé.

Se mostró complacido un instante antes que confuso.

―¿Qué clase de hombres te han gustado?

―Ojalá me hubieses desvirgado tú.

―¿Cuándo fue?

―A los catorce.

―¿Tan pronto?

―Tenía muchas ganas de saber cómo era. Pero fue decepcionante. Nada que ver con estar contigo.

―¿Y con ese chico?

A punto estuve de revelarle la verdad, pero tampoco mentí:

―Nadie lo hace mejor que tú, ni la tiene más grande.

Me apretó para meterse aún más, si era aquello posible, y yo conseguí que hiciera lo mismo con su lengua en mi boca. Muy poco después, me alcanzó el orgasmo. Él no se movió, pero por si acaso le cerqué con brazos y piernas, y entonces apoyó la cabeza en mi pecho.

De un momento a otro, entre los paseos de mis dedos por su cabello y por su piel, me di cuenta de que se había quedado dormido. No quería despertarle por nada del mundo, así que permanecí inmóvil mientras disfrutaba de su cercanía. Y también, pensaba en mi profesora y en si tenía motivos para creer que él se había acostado con ella. Lo que no tenía era derecho a enfadarme.

Samuel era un hombre muy atractivo, por lo que seguramente a mi profesora le gustase, pero eso no quería decir que hubiera sido correspondida, aunque tampoco significaba que él no hubiese estado o fuese a estar con cualquier otra mujer. Pese a que en el año que llevaba ocupándose de mi hermano y de mí yo no le había conocido pareja alguna, bien podría haberse visto con quien fuera mientras nosotros dos estábamos en el colegio.

Y aunque ardía de celos al imaginar a otra persona tan cerca de él, esperaba que hubiera hallado consuelo como yo lo había intentado, y como los dos no teníamos una relación, yo no podía reclamarle nada. Lo único que podía hacer era confiar en que no llegaría el día de saber que mi hombre se estaba entregando a alguien más.

Papa LoveWhere stories live. Discover now