༻Capítulo 3༺

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—Doctora Ferrara —anuncia una de las enfermeras desde afuera del consultorio—, tiene a otro paciente esperando por usted.

En lugar de sentirme agobiada, pues toda la mañana he estado ocupada con atender a enfermos y a heridos, muestro una sonrisa jovial.

Es reconfortante que se dirigían a mí como si fuese una profesional, aún recuerdo cuando llegué aquí; ingenua y ajena al sistema de salud, que incluso los más ancianos se referían a mí como la "señorita", y las enfermeras preferían enviarme a limpiar los almacenes de medicamentos en lugar de dejar que atendiera a los demás.

Bueno, supongo que no puedo culparlas. Llegué de la nada aquí, pidiendo que me dejaran estudiar y no tenía ni la menor idea de cómo dirigirme a un paciente.

¡Fue todo un logro el que llegaran a reconocerme!

—Bueno, parece que es un simple resfriado —digo tras examinar a la anciana que vino acompañada de una de sus hijas—. Sería bueno que tomara agua caliente con miel y limón, también caramelos de menta, si es que pueden comprarlos. Y le daré un analgésico para la molestia en la garganta y un descongestionante para la nariz.

—¿Está segura de que no son indicios de neumonía, doctora? —pregunta la hija mientras la madre asiente, ambas preocupadas—. Ya le he dicho que no tiene que lavar la ropa tan temprano ¿ha visto usted al clima? Es frío, el sol sale por pocos minutos y ni hablar de las lluvias torrenciales.

—En los tiempos de la reina Pearl, la lluvia solía acompañar al sol y era cálida. Eran días donde los arcoíris abundaban, incluso en invierno —se defiende la anciana.

—Sí, pero ¿qué no te das cuenta del clima actual, mamá? Llueve todo el año y rara vez se siente calor. Ya ves que la humedad está por toda la casa, como casi nunca hay sol...

Una punzada de alarma se asienta en mi corazón tras oír hablar a la mujer.

Ella no habla de una época lejana; sino de una que apenas terminó hace trece años atrás, donde yo tuve la fortuna de presenciar, desde la primera fila, cómo es Aquarius poseía un clima glorioso, inigualable, con el sol y la lluvia siendo compañeros eternos. La primavera era cálida, con las margaritas invadiendo a los campos, y en el verano los lagos se desbordaban; como pequeños océanos, con el viento llevándose a los dientes de león.

Cuando mamá vivía, la tierra era próspera y fértil. Los cultivos no se pudrían a causa de las lluvias desenfrenadas ni las presas se desbordaban, inundando a las comunidades rurales.

—...Entonces no es neumonía ¿verdad? —pregunta la anciana una vez que termina de conversar con su hija—. Es que verá, la boda de mi hijo se celebra mañana y ya invité a todas mis vecinas, y yo le voy a ayudar a mis hijas con los guisos y...

—¡No se preocupe! No es neumonía, pero puede venir si es que siente que las molestias empeoran. También puedo prescribirle un jarabe para la tos —contesto con la misma sonrisa apacible de antes.

La anciana toma mis manos, ilusionada.

—Muchísimas gracias, doctora Ferrara. Yo sé que siempre puedo confiar en usted, fue la única que le halló cura a todas mis dolencias.

Me siento orgullosa de que me tenga tanta estima. Después de todo, en un principio no confiaba en mí por ser tan joven y su opinión de mí cambió tras que le diagnosticara diabetes. Bastó con que regulara sus niveles de azúcar y se le diera insulina como tratamiento, pues adquirió la enfermedad gracias a su propia genética.

La hija se despide de mí diciéndome que me traerá una rebanada de pastel de boda, digo que esperaré con ansias y ambas se marchan mientras siguen hablando del clima.

SiderealWhere stories live. Discover now