Harry apaga el motor y rodea el capó del coche para abrirme la puerta. Para estar en Nevada, hace algo de fresco, ya que las temperaturas han caído hasta los 10 ºC tras la puesta de sol. Harry me rodea con el brazo y me conduce en dirección a la tienda de campaña, asegurándose de que no me tropiezo con los tacones.

Aunque parece algo más que una tienda. Es una tienda de campaña de lujo enorme. La cremallera de la solapa está abierta y revela una cama sorprendentemente grande dentro. Me pregunto si tiene un colchón de verdad y no uno hinchable. Un candelabro cuelga de la rama de un árbol cubierta de lucecitas. En una fogata formada por una selección perfecta de rocas, el fuego ya crepita. Delante, hay dos sillas con algo que parece un tocón pequeño entre ellas. Es demasiado perfecto para ser verdad. Estoy segura de que ha salido de una tienda de diseño de interiores. Encima del tocón hay todo lo necesario para hacer sándwiches de nubecitas con chocolate. Dentro de un soporte para tartas con una tapa de cristal hay un montón de galletitas saladas integrales, tabletas de chocolate y nubes. Al lado, hay dos palos perfectos para tostarlas.

Me acerco y, entonces, reparo en que el extremo de uno de los palos está pintado con laca de uñas rosa con purpurina.

Igual que el que tenía cuando era pequeña y que nunca llegué a utilizar. Ha recreado la acampada que me perdí. Bueno, es una recreación mucho mejor porque él está aquí y porque esto se parece más a un camping de lujo que a uno normal, lo cual es perfecto porque lo único que me

interesaban entonces eran las galletas con nubes tostadas y chocolate y la insignia. Tendré que preguntarle a quién ha contratado para organizar todo esto porque estoy impresionada. No es algo que pueda haber hecho él solo, seguro que ha necesitado un equipo de trabajadores y algún tipo de montacargas para colgar todas estas luces. Y un generador, por Dios.

—Te has acordado —digo cuando alcanzo el palo y lo recorro con los dedos.

—Me acuerdo de todo lo que me cuentas —responde. Tiene las manos en los bolsillos y me observa girar el palo entre las manos con atención.

—¿Dónde estamos? ¿Qué es este sitio?

—El solar es mío —responde—. Lo tengo desde hace casi una puñetera década.

—Pero está vacío.

Recorro el espacio con la mirada, aunque sé que no va a aparecer una casa ante mí de repente. Además, es un solar residencial. No es que vaya a hacer motocross aquí o lo que sea que haga la gente con terrenos.

—Iba a edificar. Los inmuebles son una buena inversión, así que pensé en construir una casa.

—¿Por qué no lo hiciste? Diez años es mucho tiempo para esperar a recibir el permiso de obra.

Mi broma crea una sonrisa en su cara y ese pequeño tirón de sus labios también me hace sonreír. Luego, su expresión se torna seria.

—Porque te estaba esperando a ti.

Ay, madre mía. ¡Ay, madre mía! Cómo me mira al decir eso, joder. Los cisnes que tengo en el estómago acaban de vomitar porque creo que mi marido está a punto de pedirme matrimonio.

—Contraté a un arquitecto. Le pedí que me dibujara los planos de toda la zona. Un día, vine aquí después de que marcaran el contorno de la casa. Querían asegurarse de que las ventanas se alinearían con las vistas como yo quería, que la cocina diera al sitio exacto del jardín. Ese tipo de cosas.

—¿Qué ocurrió?

—Vino una niña. —Se ríe cuando lo dice y clava la vista en el solar vacío—. Una exploradora con una carretilla llena de galletas. Dejó la carretilla en la calle con su madre y subió corriendo por ese camino de mierda a mi casa inexistente para preguntarme si quería comprar galletas. — Sonríe otra vez y sacude la cabeza ante el recuerdo—. Me dije: «Harry, ¿qué coño haces? Estás construyendo una casa familiar sin tener familia. Estás construyendo una casa que a tu futura mujer podría no gustarle. Ella debería participar en el diseño de la casa, en su construcción». Así que abandoné el proyecto, pero me quedé con el solar.

good time.Where stories live. Discover now