Se me baja un poco la libido para darle a mi cerebro un momento para recuperarse.

—¿No? —repito.

—¿No estás familiarizada con la palabra, Payton?

—Eres el dueño de un club de striptease. —Estoy atónita. Pero ¿qué cojones?

—¿De verdad piensas que me follo a cualquiera que se ofrezca de forma indiscriminada? — responde con calma. No parece que le dé mucha importancia, pero la respuesta tarda un segundo de más en llegar y evita mirarme.

—¡No! —Casi. Bueno, sí, eso pensaba. Joder, soy horrible, pero ¿en serio?—. No pienso que se te ofrezcan muchas mujeres —trato de explicarme.

Arquea las cejas y luego se ríe antes de rozarme al pasar por mi lado y subir el segundo tramo de escaleras.

—Lo decía en serio —protesto y subo tras él—. Es evidente que te hacen muchas propuestas sexuales. Mírate, por supuesto que sí.

Tampoco estoy segura de haber dicho eso bien.

—Es una oferta muy halagadora —añado, porque no tengo nada más que decir. Es verdad. No soy fea y, además, tampoco me equivoco acerca de la tensión sexual que hay entre nosotros. Hay suficiente como para abastecer todas las luces de neón de Las Vegas.

Cuando llegamos al rellano del segundo piso, se detiene y se gira para mirarme. Sus ojos descienden hasta mis labios. Por fin, por fin, por fin. Luego, sacude la cabeza, como si tratara de volver a sus cabales, antes de abrir la puerta del hueco de la escalera sin decir una palabra.

Cabrón.

—¿Y por qué no? —Paso por su lado hasta el vestíbulo y me detengo frente a él, con una mano sobre la cadera y la otra apuntándole a la cara—. Era una oferta estupenda. —Lo enfatizo con el dedo—. La mayoría de los hombres estarían encantados con mi espontaneidad.

—¿De verdad? —Vuelve a tener una sonrisa de suficiencia en la cara, estúpida y perfecta—.

¿Haces a menudo esa oferta, Payton?

Ah, no. No ha sido capaz.

—Escúchame, capullo. No es asunto tuyo. Puedo darle un billete dorado a quien me dé la gana cuando me venga en gana. El número de tíquets que dé no me resta valor como mujer, así que guárdate tu mierda sexista para quien le importe. No voy a disculparme por ser responsable de mi sexualidad y pedir lo que quiero.

—Un billete dorado. Dios, no puedo contigo.

—Ya, bueno, yo tampoco puedo contigo. Ni siquiera estás saliendo con nadie. ¿Qué complejo tienes?

—¿Que no estoy saliendo con nadie? —Parece interesado ante esta revelación. Arquea las cejas y sus labios se relajan en una sonrisa divertida.

—¿Lo estás? —Joder. Debería contrastar la información con más de una fuente antes de lanzarme de lleno a por algo. Cuando me echaron de las exploradoras en segundo fue justo por esto. Bueno, no exactamente, pero más o menos. No, no tiene nada que ver.

—No —admite y se encoge de hombros—, no salgo con nadie.

—Eres como un grano en el culo.

—Entonces... —dice despacio, como si no tuviera ninguna prisa. He notado que nunca habla con prisa. ¿Será así con todo el mundo? Lo bastante seguro de sí mismo como para saber que los demás esperan a oír lo que tenga que decir—. ¿Debería prestar mis servicios a la carta solo porque no esté saliendo con nadie? ¿Eso es lo que quieres decir? ¿No es eso sexista?

—Lo sería —admito— si no te sintieras tan atraído hacia mí como yo por ti.

—Ah, ¿sí?

Joder, otra vez con lo mismo no.

—Sí —insisto, con confianza. Corrígeme si me equivoco, pero ya estoy tan metida en esto que no tiene sentido dar un paso atrás. Igual podría arruinarme... Al fin y al cabo, estamos en Las Vegas. Además, nunca he sido una remilgada. Hazte con el premio y todo eso—. Tienes curiosidad

—le digo—. Me miras como si me encontraras interesante. O, al menos, muy guapa.

En algún punto de este intercambio, se ha acercado un paso más, pero todavía no nos tocamos.

—Te gusta mi trasero —añado, desesperada, porque ni dice nada ni me besa.

Se mueve un centímetro más hacia mí y sonríe. Tengo que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo y contengo el aliento por lo latente que es la tensión sexual.

—Te miro así porque estás loca y nunca sé lo que va a salir de tu boca.

—Oh. —Parpadeo. Vaya, lo he entendido todo mal. Me arden las mejillas de la vergüenza y bajo la mirada hasta su hombro. Todavía me gusta la forma en que la chaqueta se le ciñe al cuerpo. Tiene un corte perfecto. La costura que va desde el cuello hasta la manga lo es todo para mí, ahí queda eso.

—Y porque eres preciosa.

Oh. Vale. Hemos pasado a las señales contradictorias. Me muerdo el labio y me arriesgo a mirarlo de nuevo.

—Tan preciosa que has cambiado las reglas del juego —me susurra al oído—. Puede que estés loca y seguro que me traerás problemas.

Esto último lo susurra contra mis labios. Y luego, me besa.

good time.Where stories live. Discover now