Capítulo 9

122 18 6
                                    

"¿Ha dicho que de rehén tiene un perro?"



-¡Joder, hasta que por fín llegas!

Horacio, apoyado en la puerta y con la respiración agitada, alzó la vista hacia Gustabo. Tenía su mano derecha posada en su pecho, sintiendo los latidos alocados de su corazón. Murmuró un pequeño: ¿Eh?; al escuchar la "calurosa" bienvenida de su hermano.

-El abuelo me ha dado parte del dinero de la venta de droga, dijo que no le diéramos toda la pasta porque es raro que la vendiéramos toda en solo cuatro días o algo así -explicó.

-Entiendo, voy a... -Horacio suspiró- voy a ducharme.

-¿Te encuentras bien? -preguntó Gustabo, pues notó que el contrario se comportaba de forma extraña.

-Sí sí -volteó la cabeza y miró la ventana que daba a la calle. El coche ya se había marchado.

Horacio ignoró el ceño fruncido de Gustabo y pasó de largo hasta llegar a la habitación que compartían, tomó su pijama y ropa limpia, y marchó hasta el cuarto de baño. Una vez allí, se desnudó, quitándose primero la camiseta oscura que llevaba. Apoyó la palma de sus manos en el lavamanos y se observó en el espejo, vio que aún llevaba la gasa en la cabeza y, con mucho cuidado, se la quitó y la tiró a la papelera. Volvió a la misma posición y esta vez examinó su cuerpo. El tatuaje de la Virgen que ocupaba todo su pecho, la aleta de tiburón en la espalda baja..., por su mente pasó el hacerse, tal vez, otro tatuaje, esta vez en el brazo o en la pierna, o en ambas. Abrió la llave de la ducha y esperó a que esta subiera de temperatura.

Había sido un día de locos y demasiado largo a su parecer. Lo único que deseaba en ese momento era meterse en la ducha para refrescarse y relajar los músculos, e irse inmediatamente a la cama, ni siquiera tenía hambre, pero sabía que al menos tendría que comer aunque fuera un sandwich o un bocadillo, no le apetecía nada más. Una vez que el agua ya estaba caliente, se metió en esta y cerró los ojos mientras sentía cómo el agua resbalaba por su piel desnuda. No pudo evitar recordar el viaje de vuelta que había tenido lugar minutos atrás.

Horacio sostenía el móvil en la mano, sopesando la idea de si coger la llamada y pedirle un favor. A la mierda, se dijo, si tanto quería ayudarme...

-¿Aló?

-¿Horacio? ¿Se encuentra bien?

-Estoy bien, sí. Al final Conway tuvo sus mismas intenciones y..., digamos que no me ha metido en la cárcel -silencio- Volkov.

-Dígame.

-¿Le puedo pedir un favor? -preguntó al mismo tiempo que se mordía el labio inferior.

-Adelante.

Horacio comenzaba a arrepentirse de su idea, ¿por qué no llamaba a un taxi y ya?

-¿Puede venir a recogerme? Me dejaron tirado en Shandy, al lado de la comisaría -hizo una pausa para coger aire-, por favor. Si no puede está bien, puedo pedir un taxi, es más no sé por qué no lo he hecho, no quiero molestarle y...

-No me molesta ni nada, espere allí.

La llamada finalizó y Horacio, sin más que hacer, se sentó en el suelo a la espera del comisario. Abrazó sus propias piernas en busca de calor, era ya entrada la noche y hacía demasiado frío. También miró el cielo nocturno, al parecer en el norte debía de haber menos contaminación porque aquí era capaz de observar y admirar las estrellas. No había ninguna farola en la posición donde se encontraba, por lo que simplemente era iluminado por la luz que reflejaba la luna.

Starting Over / VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora