Capítulo 3 : La Maldición del Ángel

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Actualidad.

Laura

Si la sala de espera me parecía deprimente, la sala de interrogación lo era mucho más en una escala superior. Las paredes grises y destartaladas. Una mesa pequeña de madera con dos sillas, una frente a la otra. Un enorme espejo negro ocupaba la pared de enfrente y dos cámaras apuntaban desde los esquineros.

Dentro, la lluvia no se escuchaba en lo absoluto. De hecho, no se escuchaba nada más que mi propia respiración y el tictac del reloj que colgaba de la pared. Tanto silencio me hacía pensar… dolía y me atormentaban. Los pensamientos me abrumaban, me adormecían y me torturaban. Necesitaba descansar. Necesitaba dejarme ir aunque fuese solo por un instante.

Pero no podía.

Juego con la pulsera que cuelga de mi muñeca. Era de plata y contenía cinco dijes colgantes: un trébol de cuatro hojas para la buena suerte. Un corazón para el amor y la felicidad. Un candado para la protección. Un círculo hecho de hilo rojo que te conecta con tu alma gemela y un símbolo de infinito para estar para siempre junto a alguien.
Obviamente era una estafa. Al menos una parte…

Eliza, ella no tuvo suerte.

Consiguió el amor y fue feliz… al menos el tiempo que duró. Fue feliz como nunca lo había sido y comprendí que, aunque yo siempre fui su mejor amiga, nunca pude hacerla feliz de la manera en que ella lo fue junto a él.  Entendí que aunque su familia le brindara todo el amor que se merecía y más, ella nunca se dejó querer. No nos permitió amarla. Al menos no por ninguno de nosotros. Siempre, ella siempre buscaba a alguien de afuera, alguien que la aceptara y la amara. No nosotros. Nunca nosotros.

Esa fue su perdición.

¿Estuvo protegida? Definitivamente. Siempre tuvo la protección de su familia… de mí. Pero nunca reconoció lo que hacíamos por ella. Nunca toleró que la protegiésemos. No porque no quería que la protegieran, sino porque no quería que lo hiciéramos nosotros. Ella siempre soñó que alguien más velara por ella, la cuidara y le brindara su protección; pero nunca su familia… nunca su amiga. Y aunque durante toda mi vida la defendí y la protegí como a ninguna otra, ella… ella me odió por eso. Me odiaba por eso. Así que deje que se defendiera sola, por una vez, le permití que fuera ella quien se defendiera. Pero no pudo. No pudo defenderse y no había nadie que la protegiera. Así que murió. La única vez que no la protegí, fue la vez que ella murió. Y yo estuve allí, mirando el resultado.

¿Han escuchado la leyenda del hilo rojo? Seguro que sí, todos hablan de ello. El hilo rojo es el hilo invisible que te conecta con tu alma gemela, puede que aún no la conozca pero el hilo ya está allí. Plantado. Inquebrantable. Cuenta la leyenda, que el hilo rojo puede tensarse, enredarse y hasta alargarse, pero nunca romperse. Porque cuando el destino te conecta a alguien, no importa el lugar, el momento o la edad, tu alma gemela llegara a ti. Como un amigo o como algo más. Yo encontré mi alma gemela. Nuestros hilos se encontraron a una edad muy temprana. Nuestra conexión la sentimos desde el primer momento en que nos hablamos. Porque eso era Eliza para mí, mi alma gemela. Mi hilo rojo. Aunque ella no lo haya reconocido. Aunque ella no lo haya afrontado, la verdad es que, nuestros destinos estaban cruzados. Listos para juntarnos en esta vida. La una era el destino de la otra, como amiga… como hermana. Porque aunque al final el hilo se haya enredado, forcejeado y tensado, nunca se rompió y ni siquiera la muerte pudo cortarlo. 

Infinito… ¿qué se sentirá ser infinito? ¿Qué se sentirá ser todo y nada a la vez? ¿Qué se sentirá poder tener principio pero nunca fin? ¿Qué se sentirá no estar vivo pero tampoco muerto? ¿Qué se sentirá vivir pero sin estar vivo? ¿Y que se sentirá estar muerto pero sin morir?

¿Quién Mató a Eliza?Where stories live. Discover now