Epílogo

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Diciembre

Louis juró que las luces fluorescentes de la biblioteca estaban afectando a sus ojos y, por extensión, a todo su cerebro.

Se pellizcó el puente de la nariz con los dedos mientras las palabras de la página siguiente pasaban nadando delante de él.

Con un suspiro, cerró los ojos y los abrió de nuevo para enfocarlos.

No funcionó.

Cerró el libro que había estado leyendo con un ruido sordo, causando que un par de ojos perdidos vagasen por la habitación; curiosos por la interrupción.

Le llevó al menos un minuto recoger todas sus cosas de trabajo y meterlas en su mochila, enredando el cable de su portátil y el cargador del teléfono en el proceso. Sólo quería salir de la biblioteca; no se preocupaba de hacerlo de forma ordenada.

Sabía que sería difícil, ese es el problema. La facultad de derecho nunca fue un paseo, pero había una gran diferencia entre estar preparado para las dificultades y ser golpeado en la cara con exámenes, documentos, estudios de casos y prácticas de defensa sin apenas una pausa para tomar un respiro.

Era de noche cuando salió, el invierno traía consigo un clima ligeramente más fresco y noches más oscuras. Había cuerdas de luces colgadas al azar alrededor de los árboles desnudos; algunas bordeaban los bordes de los edificios, había cárteles de papeles coloridos anunciando festivales de vacaciones y conciertos pegados contra postes de luz. Incluso la alegría festiva no hacía nada por ocultar el hecho de que el campus ya estaba a pocos días de las vacaciones. Louis contaba el tiempo que le quedaba, un examen y un ensayo, entre él y un vuelo a casa.

Estudió el suelo mientras caminaba por el camino hacia su apartamento: aceras sucias cubiertas de chicle pisoteado, basura mojada, cordones de zapatos y calcetines perdidos; como el vientre de una lavandería.

Lavadora.

Mierda.

—Mierda —se quejó en voz alta sin perder ni un paso. Se suponía que iba a poner la ropa en la secadora antes de irse a clase, no dejarla en un montón húmedo dentro de la lavadora durante siete horas.

Era más o menos la forma en que su día -toda la semana, en realidad- había transcurrido; así que ni siquiera podía fingir que se sorprendía por cómo había salido. Su historial de ese día había incluido despertarse pasada la hora, no poder encontrar dos calcetines iguales, derramar café en el suelo de la cocina, llegar tarde a su primera conferencia, tener un dolor de cabeza que se negaba a desaparecer y encerrarse en la biblioteca durante cuatro horas improductivas bajo luces fluorescentes.

Y la lavadora. Había olvidado poner la puta ropa en la secadora.

La luz de la calle parpadeaba perezosamente sobre la entrada de su apartamento; como si estuviera decidiendo si quedarse encendida o apagarse permanentemente. A ese ritmo, no se sorprendería del todo si se acabara. Se tomó un momento para sacar las llaves, revisando distraídamente su teléfono antes de recordar que ya estaba muerto.

Puso los ojos en blanco. Vaya día de mierda.

Su edificio era demasiado viejo para tener un ascensor que funcionase, así que subió las escaleras; preguntándose vagamente si había tomado la decisión correcta en aquel asunto de la facultad de derecho. No era la primera vez que aquel pensamiento daba vueltas en su mente, ni probablemente fuera la última.

Una voz familiar resonaba en el fondo de su cabeza, baja y constante; espesa como la miel:

Es sólo el primer trimestre, es casi Navidad. Estás cansado. Lo bueno nunca es fácil.

Walk That Mile • [ls ; traducción]Where stories live. Discover now