CAPÍTULO OCHO "Olor a hombre, delirio de mujer"

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Bill abrió la boca para decir algo más, pero el sonido que se escuchó no fue el de su voz, sino el de alguien más:

-¡Anna, cantas muy bien!-me felicitó Georg. Volteé a verle con una sonrisa tímida y algo avergonzada. Había olvidado por completo que ellos estaban allí.

-Gracias. No cantaba desde hacía mucho. Se siente bien.

-Lo hiciste excelente-dijo el guapo pelinegro que tenía en frente. Volteé a mirarle, sonriendo.

Mi corazón latió tan rápido cuando mis ojos se encontraron con los suyos, que juré que podía escucharlo.

Coloqué el micrófono de vuelta a su paral, y me volví hacia los demás, con las manos metidas en la chaqueta de Bill.

-¿Tocarán algo más? ¡Amé la primera canción!

Gustav se levantó de la batería y miró el reloj de su muñeca. Arrugó la nariz. Eso se me hizo demasiado adorable.

-Es algo tarde. El tiempo se fue en nada.

-Será mejor que volvamos-dijo Tom, descolgandose la guitarra.

Fruncí el ceño. ¿Tarde?

-¿Qué hora es?-pregunté confundida. Debía ser en verdad tarde si los chicos estaban pensando en regresar, y eso sólo haría que mi mamá se preocupara.

-Son las diez-contestó Gustav, ayudando a guardar los instrumentos de los demás.

Abrí mis ojos como platos. ¡¿Las diez?! ¿Cuándo había pasado el tiempo?

-¡Debo irme! ¡Mi mamá ha de estar preocupada!-dije torciendo la boca. Ojalá no hubiese llegado todavía. No tenía ganas de que pensara que estaba haciendo cosas malas a sus espaldas.-Debo irme... Los veo mañana. Gracias de nuevo por invitarme.-dije en una despedida rápida y comencé a caminar hacia la puerta.

-Espera-me llamó Bill mientras terminaba de poner los cables de las guitarras en su sitio.-Te acompañaré.

Caminó hacia mi y posó una mano en mi espalda baja, guiandome hacia la salida.

-Claro que lo harás-contestó Tom en tono burlesco. La insinuación sobreentendida en esa oración me produjo cierto rubor delatador en las mejillas.

Pude ver como los chicos contenían la risa y Bill le lanzaba una mirada asesina a su hermano. No pude evitar reir.

Subimos las escaleras del sótano y caminamos hasta la salida de la casa.

El trayecto corto hasta mi casa transcurrió en silencio. El viento frío debido al otoño nos dió de golpe a penas pusimos un pie fuera de la acogedora casa. Yo me acurruqué en la chaqueta de Bill; al mirar a este de reojo, pude notar que no se había inmutado.

El cielo era nublado, sin rastros de estrellas o luna. La calle era netamente iluminada por las farolas que la rodeaban. No se escuchaba ni un sonido. Nada. Sólo el paso de nuestros pies al andar.

Al llegar a casa, Bill me acompañó hasta los peldaños de la entrada. Me detuve frente a él y le sonreí con agradecimiento. La realidad era que volver sola hubiese sido totalmente tenebroso, a pesar de que era cerca.

-Gracias por acompañarme.

-Tranquila...-dijo en tono despreocupado. Se pasó la mano por el cabello negro, sonriendo.-Te veré en clase mañana.

-Gracias de nuevo por dejarme ver el ensayo. La pasé genial.

-Fue genial tenerte allí.

Me acerqué un poco más a él y poniendome de putitas besé su mejilla. El aroma de su perfume me llegó directo, haciendo mi corazón saltar en mi pecho.

El perfume de un hombre siempre sería una debilidad para una mujer.

Me retiré de prisa después de susurrar un "hasta luego" y abrí rápido la puerta de mi casa, introduciendome en ella sin esperar siquiera una respuesta de parte de Bill.

Me recosté en la puerta cuando la cerré, y escuché sus pasos alejarse del porche de madera de mi casa. Solté un suspiro y me quité el abrigo. Lo miré en mis manos. Había olvidado darselo. Me mordí el labio. Tal vez podía fingir que se me había olvidado mañana si preguntaba por él y así quedarmelo una noche más...

El sonido de la TV desde la sala captó mi atención y supe entonces que mis padres estaban en casa. Doblé la chaqueta y la apretujé contra mi mientras avanzaba hacia la cocina por algo de tomar.

Si ellos no preguntaban dónde había estado, yo no se los diría.

Me detuve en seco cuando vi a mamá hablando por teléfono. Me miró seria y levanto un dedo en señal de "un minuto" y luego colgó.

-¿Dónde estabas?-preguntó medio molesta. Uh oh...

-En casa de un amigo-contesté encogiendome de hombros. Restandole importancia.-Tienen una banda, así que m...

-¿Y no podíaa avisarme?-me interrumpió en tono acusativo.-¿Qué haces aceptando invitaciones de gente que recién conoces, de todas formas?

-Estaba a un par de casas...-me quejé fatidiada. Estaba harta de que quisiese controlar mi vida.-Me arrastraron hasta aquí, lo menos que merezco es que me dejes tener amigos. ¿O pretendes que me quede encerrada el día entero?-especté.

-No me hables de esa forma. ¿Fuiste a la clínica?

-No...

-¿Por qué no, Anna? Acordamos que...

Esta vez la interrumpí yo.

-Porque NO quise. Mi doctor allá me dijo que no era necesario que fuese todos los días. Iré los martes y jueves.-dije cruzándome de brazos.

Me di vuelta lista para irme directo a mi habitación. No tenía ganas de seguir con esta discución.

-Tú no eras así, Anna-susurró mi madre detrás de mi, con tono melancólico. Bufé. Como si ella de verdad me hubiese conocido en algún momento...

De repente, sentí rabia. Hacia todo y hacia todos. Y antes de darme cuenta, ya me encontraba diciendo mil y un cosas.

-¿Sabes? Los padres normales les preguntan a sus hijos cómo les fue en clases. Si hicieron amigos. Si les ha gustado el colegio... Pero no. Yo tengo un padre que no es capaz si quiera de mirarme y una madre que me pregunta si fui a una jodida cita en una puta clínica.

-¡Anna!-me recriminó mi madre. Yo seguí sin darle la cara.

-¡Y una mierda! ¿Sabes algo? No. No soy la misma. No soy ya esa niña ganadora de premios y medallas en ferias de ciencia y resitales de piano. Esa que le ponías un lazo en el cabello y mostrabas a tus amistades como un mugroso perro faldero. Porque para eso me trajeron aquí. Nadie nos conoce y pueden volver a jugar el papel de "familia perfecta". Pero te salió por el culo, porque yo ya no pienso prestarme para ese juguito suyo.

Sin más que decir, y sin determe a escuchar a mi madre, subí como alma que lleva el diablo. Corrí por las escaleras y llegué a mi habitación en tiempo record.

Cerré de un portazo y eché el pestillo cuando estuve dentro y di paso a las lágrimas traicioneras que ya amenazaban por salir desde hacía rato.

No me molesté en cambiarme. Ni siquiera me molesté en encender la luz, a pesar de que la habitación estaba completamente a obscuras y para llegar a la cama di varios tras pies. Cuando llegué allí, me acosté en ella por encima de las mantas, haciendome bolita.

Odiaba a mis padres. Esta casa. Este país. Mi vida. TODO. ODIABA TODO... Y en ese último pensamiento, Bill apareció en mi mente. Detuve en seco mis pensamientos maldiciendo todo. No. No odiaba a todo.

Recordé lo bien que me sentí con los muchachos y lo agradable que había sido la tarde. No podía ser tan injusta: ellos hacían que este drástico cambio fuese soportable.

La chaqueta de Bill aún estaba en mi manos. La agarré y me la puse. Su aroma me inundó, haciendome sentir más tranquila.

Poco a poco, las lágrimas empezaron a detenerse, y dejaron paso al cansancio y al sueño. El cual recibí con gusto, y me dejé llevar, durmiendo por primera vez en mucho tiempo, con buenos recuerdos y una sonrisa en mi rostro.

HIFL MIR FLIEGEN#Wattys2015Where stories live. Discover now