—¡¡He llegado!! —Alzó los brazos frente a mí, tenía un par de bolsas en las manos, pero esa era señal para que le diera un abrazo. Rodé los ojos y me acerqué a él.

Me dio un fuerte abrazo y luego me despeinó.

—Qué emoción —murmuré, no tenía muchas ganas de nada, pero tener a Billy frente a mí significaba que las risas estarían presentes.

—Me parece una total falta de respeto tu actitud hacia mí, Abeja Reina. Pero lo voy a pasar por alto porque he traído cosas para cocinar una lasaña buenísima. Te vas a desmayar de lo bien que cocino —comentó dejando las cosas en la mesa. Suspiré de nuevo — Bueno, a ti debo sorprenderte el doble, signorina.

—¿Te molesta si voy a echarme a mi cama y quejarme de la vida mientras haces eso? —pregunté conteniendo las lágrimas, de nuevo.

—No me molesta para nada, tú tranquila, yo nervioso. Ve a recostarte, estás en tu casa —dijo, yo asentí.

Fueron menos de dos horas en las que perdí el conocimiento por completo, fue una buena pequeña siesta.

Me desperté por el olor que me recordó a casa.

Por un momento volví a tener trece años, mis padres en la cocina, mis hermanos discutiendo entre risas por quién molestaría a mi hermana mayor por su reciente novio. El novio nervioso. Mi padre intimidándolo.

Reí un poco al recordarlo. Extrañaba a mi familia.

Y miré el teléfono, otra llamada perdida de mi hermana. Tal vez debería empezar por contestar las llamadas.

Negué con la cabeza, ya sería después.

—¡El almuerzo está listo! —gritó mi amigo desde la cocina, pero se aseguró asomando la cabeza por mi puerta para verificar que estuviese despierta, ni siquiera me dio tiempo de contestar. —El almuerzo está listo —repitió más cerca de mí.

—Voy —suspiré levantándome de la cama. Arrastré los pies por el lugar y deposité mis cuatro letras en la silla.

Estaba deliciosa, podía perdonarle que se hubiese comido mi pudín en la oficina si hacía esa lasaña cada día de mi vida. Comimos mientras él me narraba sus aventuras en el trabajo. La persona que reemplaza mi cargo, lo odiaba, y siempre tenía cosas para contarme.

—Billy, un día de estos te van a despedir, deja de hacer esas cosas que ya no estoy para cubrirte las espaldas —comenté negando con la cabeza. Él se puso de pie para llevar los platos al fregadero.

—En mi defensa, el diseño de la portada estaba listo y yo necesitaba un café —Se defendió y volvió para llevarse los vasos—. Además, estoy harto de la carrera que estudié. Yo solo quiero unirme a una banda y tocar la guitarra.

—Bien, ¿qué te parece si la llamas William y su banda? —pregunté.

—¡¡No me llames así!! —chilló—. ¿Quién eres? ¿Mi abuela? —Lo pensó un poco—. Bueno, mi abuela me llama Willy Willy —comentó de espaldas, lavando las cosas.

La risa que solté pudo haber despertado al Koala más cercano que tuviese, y probablemente al más lejano también.

—Willy Willy —repetí entre risas.

—¡Deja de faltarme el respeto de esta forma! —Se rio también. Dejó todo en el escurridor y se sentó junto a mí de nuevo.

—Perdóname, querido William Kingston, pero Willy Willy va a quedar en mi cabeza por siempre. Gracias por alegrarme el día.

—Bueno, si eso te alegró el día, entonces está bien. —Tomó un poco de aire y me miró alzando un poco las cejas—. ¿Te ha respondido?

—No, yo creo que no estaba tan interesado, no lo sé. Pero bueno, supongo que tendrá sus razones —suspiré—. No entiendo por qué fui tan tonta.

Luces, música y acciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora