Capítulo 11

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En algún momento de su descenso por las escaleras de caracol, de lo que parecía una enorme torre, Rey atravesó el velo que separaba una realidad de otra

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En algún momento de su descenso por las escaleras de caracol, de lo que parecía una enorme torre, Rey atravesó el velo que separaba una realidad de otra. No podía explicar muy bien como estaba tan segura, pero sabía que en cuanto saliera de aquella espiral, la sala llena de niños habría quedado atrás, junto a la ciudad que se veía por el ventanal. Estaba avanzando en lo desconocido y se adentraba más y más en él con cada escalón que descendía. Se preguntó como sería verse desde fuera, quizás como una luciérnaga subterránea del sistema Aleen, llevando su propia luz en las entrañas de la tierra, bajando y bajando.


Hacía mucho que no escuchaba nada más que sus pasos y su respiración entrecortada, el ruido de batalla muy lejos sobre su cabeza, y los pasos del niño que en un principio había empezado a perseguir ya casi olvidados. Lo que no podía olvidar era a Hija, la enorme cantidad de energía y de luz que emanaba en la Fuerza, como una bomba nuclear a punto de estallar. Ni la creciente sensación de que a pesar de estar alejándose de ella, seguía observándola. Percibía su presencia entremezclada con la energía de ese lugar, hasta tal punto que casi se confundían, como si la Hija y ese mundo fueran lo mismo. Rey sacudió la cabeza para librarse de todo pensamiento que no fuera seguir el hilo dorado que le tiraba de las costillas, siempre hacia delante, siempre hacia abajo.


Con la luz del sable, pudo comprobar que aunque los escalones seguían siendo del mármol blanco que uno esperaría ver en las grandes ciudades, las paredes se habían vuelto poco a poco de color pardo, de aspecto más áspero y tosco, lejos del lujo de los mundos del Borde Interior. Al alargar los dedos para tocarla, sintió la rugosidad del adobe bajo ellos, haciendo que incluso pedazos de tierra se desprendieran por el roce. A pesar de su aspecto rústico, Rey pudo ver que estaba decorada con líneas rectas que se bifurcaban en todas direcciones y que conectaban diferentes circunferencias perfectas, todo dibujado con una pintura de un hermoso tono dorado, que cobraba vida centelleando cuando la luz de su espada la alcanzaba. A veces, Rey veía símbolos extraños dentro de esos círculos, ninguno que hubiese visto antes, además de dibujos simples de distintos animales pintados sobre las líneas. Reconoció un tooka, con su rostro felino vuelto hacia ella y las orejas puntiagudas tiesas. También vio a un rancor, un majestuoso purrgil, e incluso a un vornskr acechando entre las sombras. Y entonces vio al lobo.


Su silueta brillaba exageradamente, como si hubiesen puesto piedras preciosas u oro en ella para resaltarla mejor. Aunque sencillo, el dibujo era realmente hermoso. Con simples trazos el artista había dibujado el pelaje del animal, su esbelta figura capturada en pleno movimiento, como si estuviera corriendo sobre el camino que la línea recta trazaba, mirando hacia delante con determinación. El ojo rasgado en su cabeza puesta de perfil la miraba con un resplandor gualdo. Al tocar la pintura, esta se sentía suave y cálida. Apartó los dedos dispuesta a continuar bajando, pero en el momento en el que se giró un destello dorado la detuvo. Se volvió para mirar el dibujo, solo para encontrarse de frente con el morro del lobo vuelto hacia ella, los dos ojos fijos en los suyos.

Y temblarán las estrellasWhere stories live. Discover now