Capítulo 2: Es una cobarde

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Una de las peores cosas del mundo es el jetlag, lo juro por la Diosa. Entre Estados Unidos y Australia hay más de doce horas de diferencia, mientras aquí el día está terminando, el mío apenas empieza. Esa fue una de las cosas que debí pensar mejor antes de aceptar la beca, pero cuando sólo buscas huir de ti mismo y de tus recuerdos, el lugar más lejano suena siempre como la mejor opción.

—Jeremy, ¿me estás escuchando?

Mamá me hace espabilarme y sacudo la cabeza, dejando mis manos sobre el mesón de la cocina y entrelazando los dedos.

—Lo siento, ¿qué me decías?

—Que ésta noche después del partido, iremos a comer pizzas para recompensar a los chicos por lo bien que han jugado.

—Es un partido de beneficencia, mamá.

—De todas maneras, los chicos se han esforzado mucho y se lo merecen. Bebe esto y ve a dormir, cariño, te despertaré para que tengas tiempo de vestirte para el partido.

Mamá deja frente a mí una taza de té de manzanilla e inhalo el aroma como si fuese algún tipo de maravilla caída del cielo, ¿por qué todo lo que hace mamá parece como si no pudiera ser más perfecto?

—Gracias, mamá —le digo tomando la taza y arrastro los pies por todo el camino en dirección a mi habitación. Christina Anderson me conoce mejor que nadie y si algo sabe bien es que muchas cosas me ponen de mal humor, entre ellas la falta de sueño.

Dejo la taza de té en el escritorio y miro mi cuaderno de dibujo abierto en lo que ha sido mi distracción mientras tengo insomnio y todos duermen. Me gusta dibujar sin tener una dirección impuesta porque me gusta sorprenderme con lo que consigo lograr, pero al mismo tiempo es desesperante cuando tengo el dibujo a la mitad y solamente me parecen manchones y rayones en una hoja de papel.

Me siento en la silla del escritorio y miro la pequeña tarjeta que descansa junto a la lámpara. Me prometí llamar a Lynn, solo que no cuando. Ese es el problema con esta vida, es más difícil mentirles a unas personas que a otras. No es que yo vaya por ahí diciéndole a todos que soy un hombre lobo, es solo que es difícil llegar al mundo real y darte cuenta lo que eres y todo lo que te han enseñado, todo lo que has visto y vivido, no son más que cuentos para quienes no están listos para ver la verdad.

Muchas veces envidio a Abby y Scarlett por eso, ambas consiguieron casarse con hombres increíbles y lobos, ellas tienen todas las posibilidades de no necesitar salir al mundo real y me gustaría formar parte de eso, pero no puedo.

Miro la gaveta del escritorio y antes de poder pensarlo mejor, ya me encuentro sacando los viejos libros con los que solía estudiar, supongo que ya es tiempo de que se los de a Ryan. Debajo de ellos, y tal cual la dejé, se encuentra la carta que Peyton dejó para mí. No tuve la suficiente fuerza de voluntad para abrirla en su momento y mirándolo todo en perspectiva, aún no la tengo.

Puedo imaginar sus palabras, disculpándose por algo que no fue su culpa, ni mía. Supongo que eso fue lo peor de todo, que nunca hubo alguien a quien culpar. Que no fuéramos mates fue algo que nos planteábamos pero nunca pensamos tener tanta mala suerte como para que eso fuera así.

Me la he imaginado mil veces escribiendo esa carta, en mi mente ella llora, pero no por lo que escribe, sino por no ser lo suficientemente valiente como para decirme a la cara todas las palabras plasmadas en el papel dentro del sobre. Aún la amo, pero es una cobarde.

Bebo el té mientras miro el sobre, igual que hice una y otra vez durante los días antes de mi partida. Estuve a punto de llevármela, pero si quería seguir adelante, no podía llevarme nada que la representara a ella. Ni siquiera Kendall sabe sobre esta carta. Nunca quise decirle porque sabía que ella insistiría en abrirla y aún, un año después, no estoy listo para lo que sea que Peyton tenga que decir.





Luz de Luna (Saga Alfas #3.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora