Capítulo 33: Farvel, min far

26.9K 3.3K 558
                                    

Holland una vez había mencionado que los funerales de los brujos eran horribles. Regla n° 31: Lo eran. Aún cuando sabía que era prácticamente un suicidio estar aquí sentía que era lo correcto. ¿En dónde más podría estar? Él estaba muerto, y no había nada que hacer al respecto. No importaba cuánto había llorado o gritado a Hela porque lo devolviera, sabía que era inútil ya que ella no tenía jurisdicción en el mundo de los vivos. Su cuerpo estaba muerto, aún si por algún milagro Hela decidiera permitirle partir del Helheim seguía sin haber modo de cambiar el presente. Tampoco era como si pudiera ser diferente, donde había muerte siempre lo habría.

¿Cómo podían las cosas haber terminado de este modo? Por un maldito momento todo había estado bien. ¿Entonces por qué había sucedido esto? ¿Qué era lo que tenían los Dioses contra mí? El magister no lo había merecido, no él de todas las personas. Yo tampoco lo había imaginado. Había creído tan ingenuamente poder cuidarlo al no llamarlo como siempre debí haber hecho. Había creído en vano que podría evitar la misma tragedia si me juraba jamás permitirme tener de nuevo una familia. Y ahora estaba muerto, y lo único que deseaba hacer era gritar y llorar pero no era tiempo ni lugar para mostrar tal debilidad.

Lo necesitaba más que nada ahora mismo a mi lado, solo para decirme el consejo que sabía necesitaba a pesar de mi negativa. Siempre había estado allí, siempre pendiente de mí, siempre al tanto de lo que estaba haciendo. Daría cualquier cosa, solo por un momento más a su lado. Si mi humor no hubiera sido tan decadente, hubiera sonreído al imaginar a ese hombre en el Helheim. Se llevaría bien con Baldr, hablarían sobre cómo yo en realidad no era tan mala como me creía. Desayunaría con Robespierre y cenaría con Churchill. Hablaría de igualdad junto a Kennedy y Mandela.

Al menos esta vez no lucía como una apartada social. Los brujos eran demasiado orgullosos como para mostrar su dolor, y el magister había sido demasiado apreciado para no hacerlo. Sostuve mi capucha con ambas manos mientras me deslizaba entre la multitud para asegurarme que nadie se fijara demasiado en mí, de todos modos no era como si ellos tuvieran modo de saber quién era o reconocerme. No creerían que sería tan tonta como para correr directo al corazón de la comunidad en vez de huir en sentido contrario al lugar más lejano para estar a salvo. Ellos tampoco se fijarían en una joven con su cuerpo más parecido al de una niña por su delicada delgadez o su baja estatura, odiaba la frágil imagen de bailarina pero ellos estarían buscando a una chica alta y fuerte con un cuerpo ágil para la esgrima.

Nunca me sentí tan a salvo en mi anonimato como en aquel momento. Lo que estaba haciendo estaba mal de tantos modos diferentes, y aún así tenía que estar aquí. Él se lo merecía. Era lo único que podía hacer si no había podido salvarlo. Los brujos tenían la costumbre de quemar a sus muertos. Egoístas hasta el final, sin dejar nada para alimentar a la tierra que los había alimentado mientras habían vivido. Sin dejar nada sobre lo cual llorar. Parecía correcto que el servicio fuera hecho en la plaza mayor considerando lo que el magister había sido para su gente. Todo en lo que podía pensar era en lo que había sido para mí.

No quería creer lo que ya sabía, lo que había visto con mis propios ojos. No había podido salvarlo. Había estado allí, y no había podido hacer nada. ¿Por qué? ¿Cómo? Nada de esto tenía sentido. Seguía sintiendo el agarre de su mano sobre la mía. Quizás, si lo hubiera sostenido con más fuerza, no lo hubiera perdido. ¿Cómo no había notado que algo había estado mal incluso antes que sucediera? ¿Cómo había podido ser tan inútil? Y sin importar cuanto gritara y llorara, seguiría sintiéndome igual de impotente. Y sin importar cuántas veces lavara mis manos, seguiría sintiendo su sangre en mi piel. Nada quitaría esos recuerdos de mi mente. Ni su agarre, ni la sensación de sus labios al besar mi mano, ni el dolor que había sentido al no poder salvarlo.

Ningún brujo se fijó en mí mientras me abría paso hasta el frente. Demasiado delgada y pequeña para molestar a alguien, demasiado hábil y acostumbrada como para que me notaran. Jamás sospecharían de lo que parecía otra bruja más con sus guantes puestos y su capa para ocultar su dolor, tampoco sabrían que el violeta no había sido una elección para mí. Necesitaba verlo una última vez, despedirme como era debido. Era lo mínimo que podía hacer luego de todo lo que él había hecho por mí.

Ni lo pienses (Trilogía Nina Loksonn #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora