(20) Mientes tan bien

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Mi estadía de tres días en el hospital, me hizo pensar mucho.  Estuve sola, solo Angélica me visitaba y le supliqué que mantuviese todo esto en secreto.  Para mi familia, estaba en un adiestramiento fuera de la ciudad; y para Ezequiel, solo estaba desaparecida.  Con cada minuto que pasaba, me reafirmaba más; que aunque de veras lo amaba, no había ningún futuro para nosotros.

Recibí un buen regaño de parte del doctor que me estaba atendiendo.  Sus palabras entraron muy adentro de mí, especialmente cuando me dijo que un hijo era bienvenido y se amaba, sin importar las circunstancias bajo las cuales llegara a este mundo.  Que mirara a mi alrededor, que quien único me estaba haciendo compañía en estos momentos era mi bebé.  Esa criaturita, que no tenía culpa de nada, era a quien me tenía que aferrar.

No sé por cuánto tiempo lloré después de sus palabras. MI bebé no tenía culpa de nada, MI bebé no había pedido venir a este mundo y buscaría la manera de darle todo lo mejor.  No importaba por lo que tendría que pasar, sencillamente me tenía que enfocar en el bienestar de MI bebé.

Ricardo llamó para decirme que lo había pasado tan bien conmigo y mi familia, que vendría este fin de semana a quedarse nuevamente.  Tampoco a él le dije que me encontraba  en el hospital.  Pero sí le dejé saber mis intenciones de renunciar a mi trabajo; si era necesario, regresaría a vivir con él.  Quería evitar, a como dé lugar, encontrarme con Ezequiel.

Llegué al apartamento, acompañada de Angélica; suplicándole una vez más que no le dijera nada de mí a Ezequiel.

“No te prometo nada Isabella.  Estoy cansada de que Ezequiel me suplique.  El quiere saber de ti y tú lo sabes.  Tú solo tienes miedo al igual que él.”

“Solo dile que no se preocupe, que no destruiré su matrimonio.”

Sin esperar contestación, me dirigí al baño; necesitaba una ducha.  Esos días en el hospital fueron eternos, y nada mejor como un baño y el calientito de mi cama.

Una vez salí de bañarme, Angélica se aseguró de que comiera, y se marchó.  Yo me acosté en mi cama pasando mis manos sobre mi vientre, pensando e imaginando como mi vida cambiaría después de que este pequeñito naciera.

Mi teléfono sonó, y antes de contestarlo, me aseguré de mirar bien la pantalla para saber quién era.  No tenía ningún tipo de intención en hablar con Ezequiel.

“Cómo estás Ricardo?” pregunté al contestar el teléfono.

“Bien, y tú, amor?"

“Bien.  Vienes siempre el fin de semana?” pregunté.

“Para eso te llamaba.  Estoy por llegar.  Me dieron un día libre en el trabajo y quise verte antes.”

“Te falta mucho por llegar?” continué mi interrogatorio, pero necesitaba saber para desaparecer cualquier evidencia de mi estadía en el hospital.

“A solo minutos de ti, pero pensaba comprar helado antes de llegar.  Quieres que te lleve?”

Amor ClandestinoWhere stories live. Discover now