Capítulo XV

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Habían pasado ya 21 días desde la última discusión entre el ruso y la italiana. Su relación se había fortalecido de tal manera que Sergei se había atrevido a pedirle a Francesca que fuese su novia.

  Sergei la había llevado a un acuario que quedaba cerca del estadio de futbol donde tenía preparada la sorpresa—que había sido organizada junto a Margaret, Andrómeda y Vladimir — Se trataba de que cuando Francesca se parase frente a una de las tantas peceras; Sergei debía pararse y hacerse el confundido con un pez amarillo y azul para que Francesca se parase y tratara de averiguar qué pasaba.

Entonces Sergei la abrazaría por detrás y le indicaría que mirase a una piedra que estaba a unos pocos centímetros de un coral turquesa con varios peces payasos rondando cerca de allí. Francesca todavía sin entender a qué se refería; el ruso le volvió a indicar dónde mirar

Cuando Francesca posó la mirada sobre la extraña roca; se dio cuenta de lo que tenía escrito estuvo a punto de saltar en lágrimas. Allí mismo estaba escrito  “¿Quieres ser mi novia, Francesca Biaggini? “. Francesca se quedó varios segundos contemplando el acto más romántico que le habían hecho —Sé que es cliché decirlo, pero es la verdad. A ella nunca antes le habían hecho algo tan hermoso—, pero pasado su estado de embriaguez  se volteó y miró directamente a Sergei con una sonrisa tan hermosa y tan llena de luz

Sergei no podía creer que ella hubiera aceptado ser su novia. No pudiendo retener más la alegría; sujetó a Francesca de la cintura y dio vueltas con ella provocando que la falda de terciopelo granate ondease en cada vuelta.

El ruso dejó a la italiana en el piso y le dio un suave beso antes de decirle lo muy afortunado que era. Francesca le dedicó una sonrisa y con júbilo le dijo—Eres todo un romántico, me gusta

                                                                                             

Un domingo por la tarde Francesca se encontraba con Margaret en su habitación hablando sobre sus cantantes favoritos italianos. Tenían una sola discusión instalada porque Margaret defendía con furor que Tiziano Ferro era mucho mejor que Ramazzoti, quien era defendido con mucho empeño por parte de la italiana

Francesca se arrodilló, subió los brazos y exclamó que el mejor era Ramazzoti.

La gótica se arregló su descuidado moño, respiró tres veces y cerró los ojos antes de proferir— ¡Pero qué terca eres!

En medio de la discusión, un golpe sordo las interrumpió y provocó que mirasen en dirección de dónde vino el sonido. Allí los ojos de Francesca se deleitaron con la varonil figura de Sergei, quien estaba recostado del marco de la puerta con los brazos cruzados

Francesca observó que llevaba puesto un uniforme. Sin embargo, no era el que siempre usaba para ir a trabajar en esa panadería. Este constaba de una camisa beige con un logo de líneas onduladas verde oscuro sobre el bolsillo izquierdo, un pantalón de vestir azul marino tirando a negro y unos zapatos de vestir—bastante lujosos cabe decir—y llevaba sobre el hombro el delantal del mismo color del logo

Pero lo que más le sorprendió a la italiana no fue el extraño uniforme ni que se hubiera aparecido por allí sin avisar. Lo que le preocupó fue el cansancio que se asomaba en el preocupado rostro de ojos verdes

Margaret al darse cuenta de que Francesca se moría de la curiosidad por saber que era lo que le ocurría a su novio, decidió levantarse y dirigirse a la cocina, luego lo saludaría como es debido. La verdadera razón por la cual los dejaba a solas era que Sergei se privaba de demostrarle cariño en público a la italiana.

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