Capitulo XIV

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Desde hace un par de días el frío de noviembre había llegado a St. Petersburgo. Se podía ver cómo la gente ya se iba preparando para el duro invierno que se avecinaba. Los rusos habían cambiado sus ropajes de los meses cálidos por unos más abrigados

Como no había bajado la temperatura del tal modo que obligase a la gente a quedarse cerca de las chimeneas para refugiarse del frío se podía ver a los jóvenes paseando en las plazas más famosas de aquella hermosa ciudad

La italiana de nuestra historia se encontraba sentada en una de las tantas mesas de piedra que quedaban en el patio del instituto. Estaban conversando sobre temas tan banales que si alguien de ustedes se hubiera acercado, les juro que se irían como alma que lleva el diablo de aquel lugar por lo aburrido que eran los temas

De repente, todos se callaron; excepto Francesca, y miraron fijamente a la pelirroja provocando que ella se pusiera nerviosa y empezara a sudar sin saber el porqué.

Andrómeda se estremeció por el repentino viento que había azotado a su blanquecina piel. Sin embargo, no dejó de mirar inquisitivamente a la chica del abrigo negro. La italiana no pudiendo soportar más los nervios de ser el centro de atención de sus tres amigos; de diferentes nacionalidades, les preguntó el porqué de aquella extraña e incómoda situación

—Tú tienes que responder una pregunta que tenemos—explicó, limpiándose los lentes de las gafas

Francesca se revolvió nerviosa en el pétreo asiento antes de responder— ¿De qué hablan?

— ¿Qué se supone que tienes con Sergei? —preguntó una impaciente Andrómeda, quitándole la palabra de la boca a la gótica

Francesca se puso nerviosa ante la pregunta que le había hecho la griega. De un momento a otro sintió como el alma se la caía a los pies y un sentimiento de pesadez y tristeza la atacaban con furor. Sin embargo, no había sido la pregunta en sí lo que la había puesto de esa forma; había sido el contenido de la pregunta la culpable de su estado. Se había dado cuenta de la realidad que la rodeaba y eso la ponía sumamente triste

— ¿Nos vas a contar o te vas a quedar así? —preguntó refiriéndose a su reciente actitud

Francesca volteó la cabeza hacia la entrada de la cafetería y se alegró al ver a ese joven de espalda anchas, brazos musculosos; pero sin exagerar, su cabello negro amarrado en una coleta, sus ojos perfilados cual esmeraldas, su vieja chaqueta negra y sus Jean inconfundibles. Sin que el grupo se percatase, Francesca le hizo una seña a Sergei para que se acercase y la sacara de aquellos buitres sedientos de información. Para consternación de la pelirroja, el joven ruso caminó con parsimonia hacia ella

— ¿Qué sucede? —preguntó Sergei, extrañamente estaba de buen humor, dejaba a la vista una bella sonrisa que haría derretir a cualquier chica que la mirase por más de 10 segundos  

Andrómeda miró a un grupo de jóvenes que iban a paso rápido por todo el medio del patio antes de responder a la pregunta del ruso

—Queríamos saber si tú y…—fue interrumpida por Francesca quien le tapó la boca con fuerza para evitar que palabra alguna saliera de su cavidad bucal

Sergei no entendía la repentina actitud de la italiana. Así que decidió esperar a ver si lograba entender la situación. Sin embargo, tuvo que desistir de la loca idea ya que la brisa de noviembre se hacía cada vez más fuerte y su pordiosera chaqueta no le cubría lo suficiente para aislarlo del frío

—Nos vemos mañana—se despidió Sergei, al tiempo que se agachaba para agarrar el bulto de Francesca y se dirigía a la puerta de la instalación. Al llegar allí la esperó cerca de los abetos

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