Capítulo 1.

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No existe amor en paz.

Siempre viene acompañado de agonías,

éxtasis, alegrías intensas

y tristezas profundas.

Paulo Coelho - Valquirias.

Estaba despierta desde hacía casi una hora, pero la cama me atrapaba entre sus suaves y sedosas sábanas. Podía notar la tenue luz que se colaba desde la enorme ventana corrediza que daba hacia el balcón, y deduje que posiblemente eran las nueve de la mañana. El clima en San Antonio era tan refrescante, ya me había acostumbrado a él luego de casi seis meses viviendo en aquel pueblito montañoso y lleno de niebla a unos treinta minutos de Caracas.

Pronto sentí la urgente necesidad de ir al baño, y con todo el pesar, abrí los ojos, dándole realmente la bienvenida a otro nuevo día. Mi habitación, tan pulcra como el resto de la casa en la que había decidido vivir junto a una chica rubia y de tez pálida que descendía de un antiguo linaje de brujas, allá en la antigua Escocia. No había escuchado a Sonia desde que había despertado, pero supuse que seguía durmiendo, algo muy común en ella desde lo que sucedió a finales de noviembre del año pasado.

Fui al baño, me lavé los dientes y la cara, y pude detallar el nuevo look que me había gastado. Ahora, en vez de su acostumbrado negro, mi cabello ahora era de un castaño claro y con algunas ondas que aún no podían luchar contra lo lacio de mi cabellera. Mi rostro, sin abandonar sus raíces bronceadas típicas de los nativos de Puerto la Cruz, ahora lucía algo más pálido que de costumbre, debido a las largas ausencias del sol en el pueblo en el que vivía ahora por mi nuevo -bueno, ya no tanto- trabajo como gerente en la editorial de la familia Bolívar.

Aquella noche de octubre, durante la fiesta de inauguración de la editorial, una criatura que hasta ese entonces no pensaba que existía intentó asesinarme, abriendo mis ojos ante una realidad que de ninguna manera podía creer. Todos los acontecimientos que sobrevinieron luego de esa noche cambiaron mi vida en todo sentido y aspecto.

Cristóbal Bolívar, el más joven de los tres hermanos dueños de una gran cantidad de empresas a nivel internacional, por razones que aún me cuestan entender, decidió fijarse en mí y comenzar a conquistarme de una manera bastante inusual. Es que todo lo que giraba en torno a los Bolívar era inusual, porque ellos no eran personas comunes. De hecho, eran todo lo contrario a mí, una mujer completamente normal de veintitrés años. 

Lo curioso era que, hasta aquella noche, jamás habría notado las enormes diferencias que existían entre los Bolívar y el resto del mundo. Con su tez tan pálida que los hacía parecer que no habían ido a la playa en mucho tiempo; sus ojeras de color rojizo y su caminar felino.

Salí de mi habitación y miré hacia la izquierda, hacia la habitación de Sonia, una de las mejores personas que alguien tendría la suerte de conocer, aunque ahora andaba de un humor más bien apático. Por más que trataba de hacerla sentir mejor, de subirle el ánimo, la rubia no parecía mejorar. Pero lo peor de todo era que yo la entendía perfectamente.

Víctor Durán, un hombre que ella había conocido el mismo día de la fiesta de inauguración y que ella consideraba como una conquista, había muerto frente a nosotras de una manera espantosa. Una criatura, la misma que había intentado matarme un tiempo atrás, lo decapitó mientras revelaba el por qué había asesinado a un joven muchacho. Víctor Durán había sido el brujo oscuro que había atormentado mis primeros meses en el pueblo, metiendo pesadillas horribles en mi mente.

Sacudí la cabeza, a ver si con eso los recuerdos terribles de esos días se desaparecían, pero era imposible. Permanecerían en las memorias de todos los que estuvimos en las afueras del pueblo en noviembre. Bajé las escaleras de la pulcra villa color blanco, y ahí, en la sala con los enormes sofás, estaba Sonia. Veía la televisión con una cara contorsionada por la sorpresa. Eso me produjo una sensación rara en el estómago. Caminé hasta donde estaba la rubia sentada en el sofá con una taza de una bebida que parecía ser café entre sus delicadas manos blancas.

-Buenos días, Sonia.- dije, pero la rubia no se inmutó. Me fijé en la pantalla de la televisión y me di cuenta que veía las noticias de la mañana. Una reportera estaba frente a una casa en lo que parecía ser una zona bastante acomodada en Caracas, y entonces escuché lo que decía.

'Una masacre ocurrió en la noche del jueves en la casa que pueden observar detrás de mi. Las víctimas fueron reconocidas como Helena Véliz y Walter Torres, el último era oficial de la policía metropolitana. Los vecinos descubrieron lo ocurrido debido al olor que desprendían los cadáveres, ya en estado de descomposición. Los fallecidos eran una pareja conocida por la comunidad como personas pacíficas y sin enemigos. Según detalles dados por los vecinos, los crímenes posiblemente fueron realizados por alguna clase de secta religiosa, debido a la forma tan violenta en la cual fueron encontrados los cuerpos...'

La imagen de la reportera fue reemplazada por una foto de la pareja en cuestión, mostrando a un hombre atractivo, de cuerpo atlético, cabello negro y rasgos fuertes, y a la chica de cabello castaño y de facciones delicadas, abrazados durante algo que parecía ser un evento elegante. Al fijarme bien en los rostros de la pareja, me resultaron muy familiares, como si los hubiera visto alguna vez. Algo que parecía bastante improbable, ya que nunca iba a Caracas, a menos que fuera de noche.

-Qué terrible esto. Una secta religiosa en la capital, cada día están más locos.- repuse, sentandome junto a la rubia en el sofá blanco.

-No fue una secta religiosa.- explicó Sonia en voz bastante dura.

Su respuesta me produjo una sensación igual a cuando la vi sentada frente al aparato con su cara contorsionada. No entendí a que se refirió con eso. Si no era una secta religiosa, ¿Entonces quién...

La respuesta fue inmediata. 

-Ariel.- exhalé. El pronunciar el nombre del vampiro que ansiaba beber de mi sangre con todas sus fuerzas me causaba temor. Estaba segura que aquel vampiro rubio de ojos verdes no tenía alguna clase de límite. Hacía lo que quería y nadie podría detenerlo.

-Fue uno de ellos. Un vampiro.- dijo Sonia en voz baja.

-No cualquier vampiro. Fue el mismo que...- me detuve, pero fue demasiado tarde, pues la rubia volteó su cara hacia mi, y pude ver en sus ojos verdiazules una profunda desilusión.

-Sonia, amiga, perdón, no quise...- dije, pero ella alzó una mano en señal que me detuviera.

-No importa, Rosa.- dijo, de pronto permaneciendo en silencio durante un largo rato. Me sentí mal por haberle recordado aquella escena tan violenta. Incluso yo misma había tenido pesadillas acerca de la muerte de Víctor en la oscuridad del bosque.

De repente, Sonia comenzó a llorar silenciosamente. Odiaba verla así, tan triste. Extrañaba a la Sonia radiante y siempre con una sonrisa en los labios. Quería abrazarla y hacerla sentir mejor, pero la verdad era que no podía. Nadie podía, solo ella.

-¿Sabes? Él me gustaba de verdad.- dijo ella, sonriendo muy levemente entre lágrimas.

-Ay, cariño.- dije, acariciando su dorada cabellera- Encontrarás a alguien que en verdad sea bueno, y te ame realmente. Te lo mereces. Eres una persona muy buena, no pienses lo contrario.- le dije, cuando sentí que mis ojos se pusieron acuosos. Maldición, me sentía impotente al verla así.

-¿En serio lo crees?- dijo ella, secándose las lágrimas- Es que... He pasado por tantas desilusiones amorosas que en serio creí que él sería el adecuado. Pero...-

-Tranquila Sonia. Prometo que hallarás al amor. El verdadero amor de tu vida. Es más, te apuesto a que te casas primero que yo.- dije, y le sonreí.

-Rosa, sabes que eres lo mejor, ¿verdad?- dijo de pronto ella, comenzando a reír. 

Esta era la Sonia que quería. Estuvimos toda la tarde del domingo riendo, siendo las buenas amigas que siempre fuimos.

Estrella Fugaz (Sol Durmiente Vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora