Capítulo 10.

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Durante las horas de trabajo, no pude concentrarme bien en lo que hacía. De las diez revisiones que debía hacer, sólo logré hacer cuatro. Me afectó saber que mi vida personal estaba muy relacionada a mi trabajo, tanto que disminuía mi calidad de encargada de una editorial en ascenso.

La escaramuza que estaba en la entrada de la editorial había acabado apenas veinte minutos después que Sonia y yo llegamos, cuando el cuerpo policial se encargó de dispersarlos. Al menos era una cosa menos en la qué preocuparse. Suspiré, luego de haber estado dando varias vueltas en mi oficina pensando en toda la tontería sentimental que me había atormentado incluso antes de despertar.

Miré al reloj que estaba colgado en la pared justo a un lado de mi escritorio, ya era la hora de salir, las seis de la tarde. Justo treinta minutos antes que el sol se ocultara para darle la bienvenida a la oscura noche. Me dije que mañana terminaría de hacer lo que fuera que estuviera haciendo, la verdad tenía mi mente en otro lado. Definitivamente, había sido uno de esos malos días en el trabajo.

Para colmo, al cerrar mi oficina luego de haber apagado todo y dejar cada archivo en su lugar, al llegar a la oficina de Sonia al otro lado del pasillo, ella ya no estaba. Se había ido sin mí. Traté de no molestarme con ella, pero fue en vano. Además, ¿Con quién se había ido, si llegamos juntas en mi auto?

Tal vez habría tomado un taxi, pero lo que en realidad me preocupó fue que no me avisó cuando se iba...

Ya sabía a dónde había ido.

Una de sus reuniones misteriosas en el aquelarre de las brujas del sur, una sociedad secreta que existía desde hacía quién sabe cuánto tiempo. Personas que estudiaban los secretos de la naturaleza, lo oculto y la magia para usarlas en su favor. Mi amiga rubia descendía de un antiguo linaje de brujas, y se había iniciado en el aquelarre casi inmediatamente después de enterarme de la existencia de los vampiros. Dos noticias que para una persona normal sin algún tipo de habilidad mágica hasta el día de hoy le sorprendería.

Como a mí, por ejemplo. Habían transcurrido casi siete meses y aún me costaba creerlo.

Torcí los labios, y comencé mi camino hacia el estacionamiento del edificio. No era precisamente mi lugar favorito en el mundo, pues cada vez que me tocaba acercarme a aquel sitio tenía la extraña sensación de que alguien me observaba. Por eso, creé la costumbre de estacionar frente a la editorial para no pensar en esas cosas que me ponían nerviosa, y más aún en un lugar como San Antonio, dónde un vampiro esperaba la primera oportunidad que tuviera para matarme. Un hombre rubio, alto y delgado, con la piel muy pálida y sus ojos de un verde brillante que hace mucho tiempo perteneció a la familia del vampiro de quién estaba completa e irracionalmente enamorada. Un hecho del que era muy consciente, pero no me importaba en lo absoluto.

Caminé con rapidez a través de los pasillos en los que ya no había ni un alma, a excepción de el lobby, dónde un joven y aparentemente inexperto guardia de seguridad llamado Johan me deseó las buenas noches. Hice lo mismo y me dirigí con paso apresurado hacia dónde se hallaba mi deportivo azul, un regalo que me había hecho Cristóbal, luego de haber pasado aquel susto en el estacionamiento del salón de fiestas, la noche en la que supe un secreto acerca de mí que ni yo misma sabía.

Era una sangre real, estaba hecha para que un vampiro quisiera beber de mi sangre. Una leyenda urbana entre los vampiros decía que si alguien bebía de su sangre real, podría salir al sol para siempre, estaría libre de vivir en las sombras. Pero hasta ahora, los únicos vampiros que conocía -y esperaba conocer- no sabían si aquel mito era cierto. Y por lo que a mí respectaba, podría seguir quedándose así.

Fue hasta dentro un rato cuando logré volver a la realidad de mis divagaciones mientras conducía, que me percaté que una camioneta negra me estaba siguiendo. Desde cuándo, nunca lo supe, pero comencé a ponerme nerviosa, por lo que giré bruscamente en U, en sentido al centro de la ciudad. La camioneta hizo lo mismo, y entonces mi corazón palpitó con fuerza dentro de mi pecho. En los casi siete meses que tenía viviendo en el pueblo, jamás había escuchado de que a alguien lo robaran. Incluso Sonia, que había vivido en San Antonio toda su vida, me había dicho que solo una vez supo de un robo.

Estrella Fugaz (Sol Durmiente Vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora