Capítulo 5.

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Los Arismendi tenemos una gran capacidad de percepción. Somos capaces de darnos cuenta cuando algo anda mal sin que nadie nos diga nada. Si bien todos en mi familia somos así, mi primo Pablo lo era aún más. Quizás por eso se debía su gran renombre como escritor.

Durante la visita que me hizo a la editorial la mañana anterior, se percató que cuatro personas nos habían estado siguiendo. Bueno, me estaban siguiendo a mi, para ser más específicos. Los integrantes del aquelarre habían vigilado mis acciones, pero lo peor era ponerme a pensar desde hace cuanto tiempo lo habrían hecho, y si Sonia estaba al tanto.

¿Por qué lo estaban haciendo? ¿Qué querían conmigo? La cbaeza no dejaba de darme vueltas con respecto a esa situación, que se mezclaba una y otra vez con el regreso de Ariel a mi vida. Si en algún punto las dos historias se enlazaban, debía saberlo.

Esperé pacientemente que la noche llegara, pues esa mañana hacía un sol tremendo, de esos en los que presientes que lloverá pronto. Cristóbal debía llegar en cualquier minuto, si no es que estaba muy ocupado investigando no se qué cosa. No lo había visto prácticamente en tres días, y la verdad comenzaba a parecerme extraño.

Durante todo el tiempo en el que comenzó nuestra especie de relación, nos veíamos casi todos los días, con sus respectivas noches, pero esta ausencia de él tan extraña y en estas circunstancias de incertidumbre me ponía nerviosa. ¿Qué habría descubierto?

Se había ido. Me había dejado sola en medio de la carretera sin alguna explicación. Se había comunicado mentalmente con sus hermanos para hacerles saber algo. Esa era otra de las habilidades extraordinarias de los vampiros: la telepatía con sus familiares. Si eran convertidos por el mismo vampiro y se mantenían como familia, podían compartir pensamientos, incluso hasta con el mismo creador. Ariel ya no podía comunicarse con ellos y viceversa, por haberse apartado del clan. Era una completa desventaja, aunque tenía cierta lógica desde el punto de vista de los vampiros.

La luna por fin hizo su aparición, junto con la familiar neblina que comenzó a cubrir la montaña. En poco tiempo vendría Cristóbal. O al menos eso creía yo. la noche se acentuó, pero no tuve señal alguna de su presencia. Su carácterístico silbido no estaba, y eso me dio un mal humor de los mil demonios.

Salí de mi habitación, molesta solo por el hecho de que Cristóbal no se hubiera aparecido. Ni siquiera se tomó la molestia de llamar para decir que no nos veríamos. No importaba que hubiese estado molesta con él anteriormente; si éramos novios, se suponía que debíamos estar en contacto aunque fuera por señales de humo.

Sonia estaba tomando una taza de algo humeante, que supe que se trataba de café, mientras observaba las noticias nocturnas en la televisión.

-No puede ser. Otras seis personas muertas en Caracas. ¿No se va a detener?- la rubia parecía dirigirse al aparato más que a mi, que ya me encontraba junto a ella.

La reportera, la misma que anunció la muerte de los integrantes del aquelarre, narraba como en tan solo cuatro días había muerto esa alta cantidad de personas. Ariel estaba haciendonos saber de manera directa que se encontraba divirtiéndose.

-No entiendo. ¿Qué logra con matar tan indiscriminadamente?- dije, confundida. Cristóbal me había contado que para que un vampiro estuviese lleno, debía alimentarse de una persona completa, en total unos seis litros de sangre. No había sido una de mis conversaciones favoritas, pero la curiosidad era inaguantable.

-Rosa, ¿estás segura que es Ariel? No lo hemos visto en meses, tal vez se haya rendido por fin. Quizás sea uno de esos vampiros recién creados, los novatos.-

-No, no es un novato. Estoy segura que es Ariel, y que ha vuelto a rondar por aquí. Un vampiro novato no sería capaz de matar a dos brujos como los del aquelarre, o por lo menos no premeditadamente.- dije, poniendome de pie y caminando hasta la cocina, donde me serví una taza de café recién hecho por Sonia. Volví al sofá, y fue cuando escuché lo que estaba esperando. El silbido singular de cuatro notas de Cristóbal atravesó mis oídos.

-Se había tardado mucho en llegar.- dijo Sonia, de pronto alzando las cejas y poniendose de pie, dispuesta a subir a su habitación- Buenas noches, Rosa.-

A pesar de que ya estaba familiarizada con los vampiros, algo dentro de ella no terminaba de encajar con esas criaturas. Se llevaba relativamente bien con los Bolívar, aunque sus creencias y ss amistades del aquelarre tal vez influenciaban la mente de Sonia.

Le di las buenas noches, y salí inmediatamente a su encuentro. Cristóbal estaba justo en el mismo lugar en el que lo había visto la última vez. Quizás los vampiros son algo selectivos con los lugares. Tenía una camisa beige, que por la oscuridad que había a las diez de la noche daba la ilusión de fundirse con el tono pálido de su piel.

-Hola Rosa.- dijo, pero en su voz se ocultaba algo. No miento cuando digo que mi familia es bastante mental y perceptiva.

-Eres un idiota, ¿Lo sabes?- comencé a desahogarme, y justamente con quién tenía que hacerlo.

-¿Qué se supone que hice esta vez? ¿No contarte otra cosa?- repuso, llevando sus brazos hacia su pecho, cruzandolos.

-No, desaparecerte. Eso fue lo que hiciste. Se supone que debemos estar en contacto y me dejas sola por días. Acabo de ver las noticias y han habido otros asesinatos, Ariel cada vez está más cerca de nosotros, de atraparme. ¡No vuelvas a...-

Me interrumpió con el beso más suave y dulce que pudo darme. Sus labios parecían acariciar a los míos con la delicadeza de la seda, y en seguida me derretí entre sus brazos. Rodeé su cuello y comencé a acariciarle la nuca, donde unos finos vellos se hallaban unidos a la piel fría que lo caracterizaba. No se si lo hacía para callarme o tranquilizarme antes de decirme algo malo.

-Perdona. Por lo que sea que hice.- dijo, mostrando una sonrisa pícara y haciendome sonreír a mi también. Me comportaba como una tonta cuando estaba con él. Si no me enojaba en exceso con Cristóbal, quería besarlo ua y otra vez.

-Sigues siendo un idiota.- dije, dandole un beso leve en los labios para luego estar solo abrazada a él- No me has contado nada de lo que has hecho o averiguado.-

-No, lo siento de verdad. Tienes razón, es Ariel el que está matando a esas personas. Hicimos un rastreo del área cercana y no captamos el olor de algún otro vampiro, por lo que creemos que Ariel está usando algo que impide ser rastreado, algo como lo que tú tienes ahora puesto.- dijo, señalando al brazalete plateado que colgaba de mi muñeca izquierda.

Tres días después de que Victor fue asesinado por Ariel en las afueras del pueblo, Sonia decidió que necesitaba más protección. Un brazalete que mi madre me había regalado en mi doceavo cumpleaños fue encantado por una especie de magia que impedía que alguien pudiera encontrarme. Sonia se había vuelto una experta en convertir cosas simples en amuletos protectores.

Entonces, Ariel seguía usando magia después de todo. Quizás tomaría todas las brujerías que tenía Victor en su poder y se las llevaría. No era para nada estúpido ese rubio.

-Y hay más. Ayer descubrimos que algunos brujos del aquelarre está comenzando a seguirnos.-

En ese momento, quedé rígida entre sus brazos. ¿A ellos también los habían seguido? Una sensación pesada se me acumuló en el estómago. Cristóbal separó su cuerpo de mi y me agarró los brazos con firmeza. Tal vez se debía al hecho en que sentía que iba a desmayarme.

-Ayer... Mi primo fue a la editorial... Salí con él a tomar un café pues tenía tiempo sin verlo, cuando se dio cuenta que nos estaban siguiendo. Cuatro brujos, del aquelarre. Cristóbal... No sé que está pasando.-

-Yo si lo se.- comenzó a decir, y su voz bajó al punto de parecer lúgubre- Nos están siguiendo porque ellos creen que estamos asesinando brujas.-

Estrella Fugaz (Sol Durmiente Vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora