Capítulo 25.

8.6K 655 56
                                    

Estaba sentada en el primer escalón de lo que antes fue una casa llena de alegría, observando   como las llamas devoraban con ansia los restos de un viejo libro. Las paredes blancas estaban relucientes, tal como si Sonia aún viviera. Aunque la realidad era otra. La rubia estaba muerta y enterrada, y no había marcha atrás a algo tan definitivo como la muerte.

Habían transcurrido seis horas desde el entierro de mi mejor amiga, pero yo lo percibía como un recuerdo lejano, perdido entre el océano de memorias. De hecho, ahora lo único que lograba sentir dentro de mi era un gran agujero, un vacío. No estaba triste, pero tampoco feliz. Obviando el corazón que me latía con lentitud en el pecho y los pulmones que se llenaban constantemente del frío aire de la noche, podría estar tan muerta como Sonia.

Sentada donde estaba, comencé a analizar todo lo que había sucedido aquel día. Ya no me dolía lo suficiente como para poder pensar en todas las señales que me indicaron que algo andaba mal. Primero, estaba la niebla. El regreso del fantasmal vapor en las calles del pueblo sin que nadie lo hubiese visto venir, luego el horrible rayo que había caído en el surtidor de electricidad, justo frente a la editorial ¿Acaso eso no era suficiente prueba?

Se suponía que yo era una persona de mente aguda, pero aquello había sido una cruel broma de la vida. Las señales, nada sutiles, estaban ocultas a mis ojos. De pronto, aquel vacío que sentía en el pecho comenzó a llenarse de una emoción: rabia.

Me odiaba a mi misma por no haberlo sabido desde antes. Por no haberme quedado con Sonia en su casa en lugar de ir a trabajar. Los de la editorial se las habían arreglado muy bien sin mi presencia, un día más no les habría hecho nada.

Odiaba a Sonia, por haber sido tan impaciente, tan desobediente. Ella había prometido no usar aquel funesto libro, cuyas cenizas ya el viento empezaba a deshacer. En un arranque de locura, tal vez, había decidido buscar aquel libro de invocación de almas perdidas, el verdadero culpable de la muerte de Sonia.

Apenas llegué del cementerio, revolví todo lo que la policía ya había 'inspeccionado'. Revisé gavetas, estantes y librerías. Fui al escondite no tan secreto donde mi amiga guardaba las plantas y flores necesarias para sus conjuros. No hallé nada. Entonces pensé que aquel libro se encontraba en el único lugar en toda la mansión en la cual no me había atrevido a entrar desde aquel día. 

La habitación de Sonia estaba intacta. Las sábanas de la cama se hallaban tendidas con suavidad. Su ropa, cuidadosamente colocada sobre el armario, cuya puerta estaba abierta, daban la impresión de que hacía poco las había doblado. Incluso un débil aroma a su perfume permanecía en el ambiente. Miré con cuidado, pues por un microsegundo se me ocurrió la idea de que la rubia saldría del baño.

Por suerte, no tuve que quedarme mucho tiempo allí, pues el libro se hallaba sobre la amplia peinadora repleta de frascos de cristal de varios colores. Al ponerle mis manos encima, sentí una extraña energía que emanaba de él. El libro era de tamao mediano, de aspecto antiguo, como si tuviese más de cien años. Tenía un ojo sin párpados dibujado en la cubierta, en la pupila del ojo estaba ilustrado un símbolo que me pareció demoníaco. Debía ser destruído, y el fuego sería el instrumento.

*

Estrella Fugaz (Sol Durmiente Vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora