Capítulo 15.

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En un abrir y cerrar de ojos abril había llegado, y con él,la cuenta regresiva a la fecha de mi cumpleaños número veinticuatro, haciéndome en un sentido dos años mayor que Cristóbal, idea que me parecía ridícula. Jamás podría ser mayor que él cuando aquel apuesto hombre tenía más de un siglo. El vampiro de cabello negro y ojos azules cumplía sus ciento ochenta y nueve primaveras el veintiuno de septiembre y la verdad ya tenía pensada su sorpresa de cumpleaños. Sí, así de tonta me había vuelto luego de que nuestra relación hubiese pasado de nivel.

Habían pasado unas semanas desde que Cristóbal Bolívar me había propuesto matrimonio, luego de un día que para mi fue demasiado intenso, más de lo que una humana cualquiera podría soportar. Pero aún así, ciertamente me parecía irreal tener aquel precioso anillo puesto firmemente en mi anular. Luego de anunciarle la noticia a Sonia de un modo nada sutil, ella se había ofrecido a ser la organizadora de mi boda a pesar de que no había encontrado un tiempo para hablar con mi prometido acerca de la fecha.

Entre las escaramuzas que aún se formaban en las puertas del edificio por parte de las personas afectadas por la muerte de dos empleados de la editorial. Bueno, muerte en un sentido abstracto, pues la verdad nadie sabía del paradero de Laura así que la dieron por muerta. Siete meses habían pasado desde que aquella chica había desaparecido tal como si la misma tierra se la hubiese tragado, y la utilidad de la policía del municipio no había logrado dar con ella, y la incertidumbre me volvía loca, tanto que una tarde justo antes de salir del trabajo, una idea vino a mi cabeza.

¿Y si yo buscaba a Laura?

Bueno, no sola, sino con la ayuda de Cristóbal, Lucía y Héctor, los vampiros con habilidades extraordinarias que estaba segura que podrían hallarla más rápidamente que el pobre cuerpo policial del pueblo. La última vez, habíamos intentado espiarla porque por alguna extraña razón se me había ocurrido que era ella la bruja oscura que había irrumpido en el pueblo y alterado mis noches de sueño, cosa que no resultó porque no la habíamos logrado ver en ningún momento. De pronto recordé la sensación de haber chocado contra un muro de concreto sólido cuando me di cuenta del error garrafal que había cometido al creer en que Laura era una nigromante.

El mismo muro se alzaba nuevamente frente a mí, impidiéndome ver lo que estaba detrás de aquella extraña desaparición. No entendía como alguien podía estar un día y al siguiente parecer que jamás había existido. 

¿De verdad podría estar muerta? ¿Víctor o Ariel habrían asesinado a la muchacha con algún macabro propósito?

Sacudí mi cabeza. La verdad no quería ponerme a pensar sobre ese asunto y menos cuando estaba punto de anochecer luego de un incesante día soleado, cosa que se estaba haciendo más frecuente a medida que abril se adentraba. Era extraño que ahora casi no pudiera ver a Cristóbal o a alguno de los Bolívar rondando por la editorial en el día, porque las nubes que siempre cubrían el cielo montañoso de San Antonio al parecer habían decidido migrar a otro sitio. Ahora tenía que esperar a la noche para poder encontrar un tiempo entre mi cansancio y el trabajo para poder estar con él.

Ahora que hacía calor, podía hacer gala de mi ropa de verano, que era mucha luego de haber estado toda mi vida en una ciudad cerca del mar. Ese día tenía una camisa de tirantes azul marino bajo un saco negro de un solo botón y mi cabello atado en una cola de caballo, resaltando un collar de diamantes que Cristóbal me había regalado sin motivo alguno. Al principio me negué rotundamente al obsequio, pero luego de muchas excusas de su parte y una deliciosa sesión de besos, logró convencerme de usarlo por lo menos en las noches que estuviéramos juntos. Y eso era lo que tenía planeado aquella noche.

Finalmente fue la hora de salir de la editorial, y luego de darle las buenas noches a las pocas personas que se hallaban en el piso dónde se encontraba mi oficina, tomé el elevador directo al lobby del edificio, dónde le deseé una buena ronda nocturna a Johan, el joven guardia de seguridad. Salí a la calle, dónde una extraña corriente de aire frío me heló los huesos. El cielo estaba teñido de colores rojizos y púrpuras, y una luna y algunas estrellas incipientes iluminaban el firmamento. Era elprimer anochecer brillante que veía en el pueblo, y eso me hizo sonreír. Generalmente, San Antonio tenía el récord de los anocheceres más grises y repentinos de todo el país, y ver uno tan típico de mi ciudad me dio una ligera sensación de nostalgia.

Estrella Fugaz (Sol Durmiente Vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora