Capítulo 23.

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Ese día iba a ser diferente.

Al abrir los ojos, noté inmediatamente la falta de luz de sol que hasta ahora era una constante en el pueblo. Giré en la enorme cama hacia una de las ventanas altas del chalet de Cristóbal en el área de la piscina. El aroma a madera de su casa era uno de mis favoritos, pues se impregnaba en la ropa de Cristóbal y cuando se acercaba a mi, podía respirarlo. Al darme vuelta, él no estaba allí.

Las sábanas estaban heladas, como si el frío se hubiese adherido a ellas como el moho a los árboles. Pero lo que más me hizo saber que ese día sería diferente, era que había regresado.

La espesa neblina que caracteriza a San Antonio en los últimos meses del año, estaba allí en pleno abril. Parecía ser que la neblina tuviese mente propia, capaz de decidir a dónde quería alojarse, y extrañaba al pueblo, por lo que decidió volver.

Las nubes blancuzcas se retorcían con lentitud ante los suaves empujones de la brisa templada de la montaña, y yo las imitaba. Me senté en la cama y pasé una mano por mi cabello para arreglarlo, y luego de de bostezar decidí que ya era hora de comenzar un nuevo día. 

La tormenta de tres días atrás me provocó un resfriado de lo más potente, a tal punto que ni siquiera podía levantarme de la cama por el fuerte dolor de cabeza. 

Pero ese día, me sentía algo mejor, y dispuesta a ir a la editorial luego de casi dos semanas sin asistir. Era la peor jefa del mundo. ¿Qué habría pasado con las publicaciones? ¿Acaso habrían llegado nuevos autores? No se me había pasado por la cabeza llamar a mi asistente para enterarme de las novedades en el trabajo. Pero ese día tenía que ir.

Afortunadamente, gracias a la frecuencia con la que dormía en el lujoso chalet de Cristóbal, él había decidido que debía tener ropa mía dentro de su enorme armario, incluso más grande que mi habitación en casa de mi padre. Habían varios estantes, todos hechos de una madera oscura y olorosa, dispuestos a los lados del armario, y en el centro había lo que parecía ser un mesón, pero que en realidad era un lugar para colocar una gran variedad de zapatos. El piso del chalet era todo de granito rojo, y era tan brillante que podía verme reflejada en él. A veces, olvidaba que los Bolívar poseían una riqueza inmensurable, tanto que eran los dueños de la editorial para la que trabajaba.

Ese día quería verme linda, pues en los últimos días, Cristóbal me había visto tan 'al natural' que me espantó la idea de estar siempre desaliñada en comparación a él, que siempre andaba impoluto, radiante, divino. Si iba a estar a su lado por el resto de mis días, tenía que estar lo más parecida en elegancia a él y a su familia.

Luego de darme lo que pareció ser el mejor baño de mi vida, pues la ducha de Cristóbal tenía alguna habilidad especial para lanzar fuertes chorros de agua a modo de masaje, fui de nuevo al armario, o mejor dicho vestidor, y saqué de uno de los estantes un hermoso traje blanco, en forma inconsciente, festejando el regreso de la neblina.

Me alegraba ver cómo lentamente cubría el poco de claridad que se colaba entre las nubes, dejando todo sumido en un color opaco, grisáceo. La neblina sumía a San Antonio entero en un estado de sopor, como si tuviese la fantástica habilidad de paralizar el tiempo. Si en el mundo existían criaturas de sueños y pesadillas, la idea de que una niebla congelara el tiempo no sonaba tan descabellada.

Mientras me subía el cierre del hermoso traje blanco por primera vez desde que lo había comprado, recordé algo que sonaba descabellado en todos los sentidos posibles. 

El día después de la tormenta, estaba bebiendo agua como loca porque me dolía la garganta, y lo frío del líquido aliviaba mi malestar, cuando alguien tocó a la puerta del chalet en la mansión Bolívar.

Estrella Fugaz (Sol Durmiente Vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora