Capítulo 8.

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En la preciosa casa de la familia Bolívar, ubicada en lo más alto de la carretera que daba hacia la montaña, una gran verdad estaba a punto de ser revelada. La verdad de Lucía, su historia.

- El país era libre para aquel entonces, y todos estaban celebrando aún después de dos años de completa independencia.- dijo Lucía en un tono nostálgico, mientras estábamos sentados en las preciosas escaleras flotantes que llevaban a las habitaciones. Incluso Cristóbal se había sentado junto a mi, estrechando mi mano con suavidad- Nadie se percató cuando caí al suelo, ni siquiera mi marido, y eso que ya tenía su buen tiempo como vampiro.-

-Me parece increíble que en realidad... Tú... Hayas...- no podía ni imaginarme las palabras. De solo pensar en Lucía como un vampiro sanguinario me causaba miedo, un miedo involuntario, profundo y oscuro, de pesadillas.

-Pues sí, ocurrió. Esa noche ni Cristóbal ni Ariel estaban con nosotros, estaban cazando a las afueras de la ciudad. En esa época había muchas menos personas que las de ahora, por eso debíamos tener más cuidado con lo que hacíamos.- Lucía terminaba de restregarse los restos de las sangrientas lágrimas, dejándole solo un extraño rubor en la cara.

Me estremecí ligeramente ante el nombre de Ariel el vampiro. Había recordado que en aquella época, muchos años antes, el hombre de cabellos rubios y despeinados formaba parte del clan de los Bolívar, un imagen impensable considerando los últimos encuentros entre él y el resto de la familia. Por lo visto, ya no se llevaban nada bien luego de que Ariel se había separado del clan por alguna razón que aún desconocía; y  aunque solía decir que no estaba interesada en saber la razón, la verdad era que por dentro, la curiosidad me comía.

-Le advertí a Héctor que sentía que iba a morir, no podía ponerme de pie. Mis piernas me temblaban descontroladamente, y el ardor en la garganta era algo indescriptible. Luego el me tomó en brazos y me llevó velozmente hacia un callejón oscuro de la ciudad.-

-Le pregunté a Lucía qué le pasaba, pero no supo responderme. Jamás había visto algo así, y por lo tanto, ella menos. De la nada ella se puso de pie y comenzó a olfatear algo en el aire.- agregó Héctor, con el ceño levemente fruncido.

-Corrí en la oscuridad, pues me había llenado el aroma de la sangre más deliciosa que había olido en mi existencia como vampiro. Héctor me seguía, pero no estaba al tanto de ello sino hasta dentro de un rato en mi persecución. No quería perder el rastro del olor, pues era demasiado delicioso como para alejarme de él. Incluso en ese momento, había olvidado mis sentimientos hacia mi marido. No quería más nada, sino beber de esa sangre tan perfecta.-

Inmóvil como estaba, podía confundirme con uno de ellos, con un vampiro. Por más que trataba de imaginarme la sensación de un inmortal al encontrarse con su objeto más preciado, con la razón de su locura, con su sangre real; no lo lograba. Pensé en algo delicioso, algo que me gustaba mucho. Mi postre favorito era el helado de galletas, y en lo que haría por comer al menos una cucharada... Pero por alguna razón, sabía que no era suficiente. No era una razón poderosa para hacer lo que fuese para lograrlo. El tema de las sangres reales era aún un gran misterio para mí, en incluso para la misma familia Bolívar.

Lucía ya se halaba en mejores condiciones que en las que se encontraba en el momento en el que Emerich se dirigió a ella con esa oración que fue tan extraña en muchos sentidos. ¿Acaso él sabía lo que había pasado esa mujer muchos años atrás? ¿Emerich estaba al tanto de que Lucía Bolívar, la elegante dama, había encontrado a su sangre real?

-El peor momento de mi existencia fue cuando llegué al lugar de dónde provenía semejante aroma. Era una casa algo destartalada, con una pobre iluminación que venía de su interior. El olor inundaba todo el edificio, podía sentirlo en las paredes, en los barrotes de las ventanas, en el aire... En un caballito mecedora sin pintar, y juguetes de madera. Mi pesadilla se hizo realidad.-

No era posible lo que me estaba imaginando. Si lo que estaba oyendo era verdad, y mi intuición por lo general no solía fallarme, Lucía había vivido el peor temor de cualquier mujer, ya fuese humana o vampiro.

-Entonces... Tu sangre real era...- titubeé.

-¡Un niño! ¡Mi sangre real era un niño, un bebito! ¿Cómo la vida pudo hacerme eso? Yo que siempre fui una buena persona con todo el mundo y me hacen esta broma tan cruel. No pude con el miedo, un miedo tan horrible que sentí que me desmayaría aunque sabía que no era posible.- exclamó Lucía, de nuevo con lágrimas escarlata corriendo por sus mejillas.

Qué horror debió haber padecido Lucía al percatarse que la persona que estaba destinada a morir en sus manos era tan solo un pequeño niño.

-No pude hacerlo, no quería hacerlo. Esa fue la razón por la que al dia siguiente dejamos Venezuela, rumbo directo a Ecuador. Luego de allí fuimos a Perú, luego a Chile, y terminamos viviendo al sur de Argentina, en Río Negro.-

-Lucía lloraba todos los días luego de ese incidente. Cada vez que recordaba que su sangre real era un niño del linaje de las brujas se volvía alguien inconsolable. Por eso, durante años, ella le envió dinero a la familia del niño como un remitente anónimo.- explicó Cristóbal, agregando algo por pirmera vez a la triste historia.

Si hubiese estado en el lugar de Lucía, habría hecho lo mismo. Me habría asegurado que aquel niño tuviese al menos una buena vida.

-Pero el niño crecería en algún momento ¿No pensaste en regresar?- pregunté.

Lucía se puso de pie, dio unos pasos hacia el frente y luego se dio la vuelta hacia mí, observándome con aquellas iris normalmente color avellana que ahora tenían un extraño color. Los Bolívar no eran de los que lloraban mucho, o al menos no solía verlos haciéndolo, por lo que me costaba acostumbrarme a ver el líquido rojizo y de olor metálico salir de sus ojos.

-Todos los días pensaba en regresar. Mi instinto de vampiro me impulsaba a volver y... De no haber sido por Héctor, lo haría hecho. Habría sido capaz de correr toda América del Sur hasta llegar a aquella casa... Pero él me salvó, me contuvo de hacer lo impensable.-

Héctor apareció de pronto junto a ella y le dio un suave y lindo beso en la mejilla. De haber sido humana, seguramente Lucía se habría sonrojado, pero se limitó a sonreír un poco y a darle un beso leve en los labios. Ahora Lucía era feliz, Héctor se había asegurado de ello.

A pesar de ser las diez, para los Bolívar la noche aún era joven, por lo que Lucía y su esposo decidieron salir a dar una vuelta a tomar un descanso de lo sucedido, así que nos dejaron a Cristóbal y a mi solos en aquella preciosa mansión.

Tenía hambre, por lo que caminé hacia la cocina junto a mi vampiro. Me parecía gracioso que en su casa hubiese esa habitación, pues por lo obvio. Abrí el refrigerador y había comida en abundancia, algo aún más extraño.

-¿Por qué compran comida?-

-No te creerías la cantidad de gente que suele venir a nuestra casa en temporada de vacaciones. Humanos, otros vampiros, e incluso otras criaturas mágicas.- Cristóbal sonrió mientras miraba como sacaba un paquete de pan.

-¿Como Emerich?- dije, de pronto sintiendo algo de desprecio por aquel hombre bajito. Había hecho sentir mal a la dulce Lucía, y la consideraba una gran amiga. No quería ver llorar a mis amigos, no lo soportaba. Cristóbal torció un poco los labios ante mi observación.

-Normalmente él no es asi, pero las cosas no han estado bien entre nuestras especies. Emerich nos visitó luego de los últimos crímenes en la capital, y nos dijo que las brujas creían que nosotros estábamos relacionados con esos asesinatos, debido a la forma como murieron.-

Me servía jugo mientras Cristóbal hablaba de eso, cuando por lo que dijo temblé ligeramente, derramando un poco sobre la mesa de mármol negro de la cocina.

-Cristóbal, quiero que me prometas que todo va a estar bien. Necesito saber que vamos a salir de esto como si nada.- me acerqué a él hasta tocarlo. Estaba helado como de costumbre, aunque logré sentir un ligero temblor, como si él pudiese sentir el frío. Su aroma sobrenatural me nubló los pensamientos, y me abracé a él, olvidándome de comer y de los problemas. Olvidándome de Ariel.

Estrella Fugaz (Sol Durmiente Vol. 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora