Capítulo 13: Una pequeña gran rebelión

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—¿Por qué?

No es una pregunta muy creativa, pero sí la primera que se me ocurre.

Sigo sentada y aferrada a la mano de Caleb, mientras la mismísima Katniss Everdeen nos observa junto a la puerta, vestida con un uniforme de cazador y con una sonrisa de suficiencia dibujada en el rostro que, al formular mi pregunta, desaparece y es sustituida por una mueca de culpabilidad.

—No debería haberlo hecho, ¿verdad? Quiero decir, odiaba a Coriolanus.

Abro los ojos como platos sin pensarlo. Es la primera persona a la que oigo decir el primer nombre de mi abuelo.

—Supongo que no —balbuceo.

—¿Estáis de broma? —interrumpe Caleb de improviso, y fija la vista en el Sinsajo—. Le has salvado la vida a Vanilla. A mí no me ha parecido un error, Katniss —dice, mirándola con los labios fruncidos.

—Quizá no —admite ella, asintiendo—. Desde luego, no me arrepiento.

—¿Por qué? —repito, esperando obtener una explicación.

—Por ti —declara Katniss, señalándome con el dedo—. No sé si te has dado cuenta, pero eres una viva imagen de mí misma.

Asiento lentamente, mientras ella viene a sentarse junto a mí y, para mi sorpresa, me rodea con el brazo. Noto algo áspero rozar contra mi nuca y descubro con horror que se trata del brazo de Katniss: su piel parece un rompecabezas, con varias piezas de pellejo unidas entre sí, como si los médicos las hubieran obligado a formar parte de su cuerpo.

—Cuando te vi en la Cosecha —empieza ella—, pensé que debería haberme sentido feliz. Quiero decir, yo voté a favor de estos últimos Juegos. Luego me di cuenta de que la guerra comenzó porque queríamos eliminarlos. Queríamos acabar con los Juegos del Hambre, y ¿el premio fue organizar otros? Reparé en que la muerte de mi hermana—parpadea, seguramente intentando evitar las lágrimas—me había afectado demasiado. Que Peeta tenía razón: no debería haber votado que sí.

—Lo sabemos —dice Caleb, mirando a Katniss con desdén.

Ella lo ignora y continúa.

—Cuando vi que eras diferente, que no habías maltratado tu cuerpo con tatuajes o tintes, me inundó una oleada de culpabilidad; quise esconderla, pero no aguanté mucho. Te vi en el Entrenamiento, a través de unas cámaras que habían instalado especialmente para que pudiera seguir los Juegos desde mi casa. Cuando te vi con el arco, empecé a sospechar lo mucho que te parecías a mí. Antes de eso, en el desfile... bueno, tenías el mismo aire de rebeldía que yo (aunque la hija de Portia tuvo mucho que ver en eso).

—Leyre —apunto.

—Leyre —se corrige—. El caso es que cuando vi tu símbolo, la rosa, me obligué a mí misma a sentirme enojada; no quería reconocer que admiraba tu valentía. No mucha gente se atrevería a llevar el símbolo de Snow justo después de su asesinato.

—En realidad... —empiezo.

—Lo sé —me interrumpe Katniss con voz ronca—. Yo no lo asesiné. Murió ahogado en su propia sangre. Tiene gracia, el primer chico al que maté... Marvel... —observo su labio inferior, que tiembla ligeramente—. No —añade—. En realidad no tiene gracia.

Sin saber por qué, suelto la mano de Caleb y me acerco un poco más al Sinsajo.

—Pues claro que no tiene gracia —dice el chico con voz áspera.

—Habría mandado mutos a por ti de no ser por Vanilla, muchacho —declara Katniss mirándolo fijamente, y él baja la vista hacia las sábanas—. El caso —se vuelve hacia mí de nuevo—es que verte más tarde en la Entrevista, con Caleb, me hizo reflexionar mucho más detenidamente. Hablé con Peeta por teléfono, y me explicó lo maravillosa que eres.

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