Capítulo 7: La Arena

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Frunzo el ceño.

—No, mejor no. Si es un desierto, nuestra prioridad sería encontrar agua, no buscar refugio.

Caleb, Sam y yo estamos sentados en la cama de la chica, formando un triángulo; en el centro yacen unos papeles donde hemos dibujado un mapa improvisado de la Arena. Ninguno de nosotros puede dormir, claro está, por eso decidimos hablar sobre nuestra estrategia para mañana.

Sí, mañana.

El día en que empiezan los Juegos del Hambre, y puede que el último día de mi vida.

—Caleb—dice Sam—, ¿vas a ir a la Cornucopia a por cuchillos?

Él responde, sin dudarlo:

—Sí. También cogeré un arco para Vanilla, si puedo.

—Ni hablar —replico tajante—. Yo también iré a la Cornucopia. Alguien tiene que cubrirte las espaldas, y no dejaré que te arriesgues solo. Sam estará bien si huye en dirección contraria y nos espera en el lugar acordado.

Observo a Caleb, que frunce los labios. Estoy bastante segura de que no duda de mis habilidades: simplemente quiere que corra el mínimo peligro posible.

—Pero... —sin embargo, no encuentra fallos que contradecir en mi plan—. Está bien. Pero te mantendrás cerca de mí —se resigna al final.

Yo asiento, obediente, y giro la cabeza para mirar a Sam.

—Ya sabes: corre en dirección contraria a la Cornucopia, hacia donde apunte el cuerno —le ordeno—. Cuando encuentres un escondite, espéranos allí. Puedes recolectar por los alrededores, sin alejarte demasiado. Si ves nuestras caras por la noche en el cielo, vete a un escondite más lejano y seguro y busca agua. ¿De acuerdo?

Sam asiente, muy seria, pero sin rastro de lágrimas. No puedo evitar pensar que es una chica fuerte y mucho más valiente que yo a su edad.

Entonces hace lo que menos esperaba que alguien hiciese esta noche: bostezar. Caleb se ríe y ayuda a Sam a meterse en la cama.

Nosotros nos quedamos sentados en el borde, muy juntos, con nuestros dedos entrelazados.

—Ni se te ocurra protegerme —le susurro.

—Demasiado tarde —contesta él—. Ya he tomado una decisión.

Le miro con ojos suplicantes.

—Caleb, yo... si ganase me sentiría demasiado sola sabiendo que las tres personas que más me importan —mi abuelo, él y Sam— están muertas. Mientras esté viva, te necesitaré, ¿lo entiendes?

El chico suspira.

—Lo entiendo —admite—. Pero yo tampoco quiero ganar si eso implica perderos a ti o a Sam...

Sam... ¡Sam! Mutos, ¿por qué no se me ha ocurrido antes?

—La protegeremos a ella. Entre los dos.

Caleb me mira. Aunque pienso que me va a hacer un montón de preguntas, se limita a asentir, muy serio.

—Te quiero —me susurra.

—Yo te quiero más.

No me lo discute. Nos metemos bajo las sábanas, junto a Sam, y él apoya su frente en la mía y cierra los ojos.

Yo, en cambio, los mantengo abiertos y observo su rostro: ojos grises en los que me gustaría perderme, mejillas sonrosadas y calientes por la emoción, largas pestañas marrones. Es perfecto. «Y es mío», me digo sonriendo, «y voy a morir junto a él».

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