Capítulo 12: Un sacrificio

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Me sumo en una especie de trance durante toda la tarde, en la que me dedico a comer dulces y observar el techo de la cueva mientras acaricio el colgante de Peeta. Sólo me despierto al oír la atronadora música del himno de Panem al anochecer, y tengo que controlarme para no soltar una palabrota.

—Míralo por el lado bueno —me dice Caleb, que juega con mi pelo y acaricia mi mejilla, mientras levanto la cabeza de su regazo—. Hoy será la última vez que lo oigas aquí.

Le miro: parece que iba en serio. Mañana acabaremos con esto.

Sólo que él no sabe que para mí eso significa morir, ya que no pienso ganar estos Juegos sin él.

Es más, si Caleb no sale victorioso, lo hará Gaelle.

Pero no, yo no.

Las pesadillas se pelean por mí, asaltándome como si yo fuese un pedazo de carne por el que pelean todos los tributos hambrientos.

Pero hoy, un extraño sueño parece ganar la partida a los horrores que guarda mi subconsciente.

Primero, una melodía.

Cuatro notas. Un sinsajo. Rue.

Rue, con una piel salpicada de pecas.

¿Pecas? Sí, pecas. Redondas manchas que contrastan con su tez oscura.

Después, una transformación.

El rostro de la niña se aclara, se torna pálido como la leche, y el pelo pasa a ser pelirrojo.

Sam.

Sam, de espaldas a mí y mientras hace un muñeco de nieve en los neveros, silba la canción una y otra vez. Una y otra vez.

«Para», le pido. «Es molesto».

Mi voz no parece sobresaltarla, pero se gira hacia mí y puedo ver la herida hueca de su pecho, llena de sangre seca.

Habla, pero la voz no es suya.

«Escúchame, Vanilla, escúchame bien. Nada es imposible».

Por último, oscuridad.

Poco duran mis ojos abiertos: no tardo en parpadear ante la intensa luz de la mañana, que parece haber penetrado incluso a través de las enredaderas.

Mientras espero a que Caleb se despierte, reflexiono sobre esa frase, "Nada es imposible".

Bueno, en parte tiene razón. Porque, desde luego, hace poco ni se me pasaría por la cabeza que iba a encontrarme con una auténtica sirena.

Oh, pero no creo que sea a eso a lo que él se refiere.

¿Qué pretende? ¿Buscar bayas venenosas para amenazar a los Vigilantes? Porque no dudo en que nos dejarán morir. ¿Qué más les da? ¿Acaso no tienen sed de venganza? ¿Acaso no hay padres, abuelos o amigos de tributos muertos entre esos Vigilantes?

Quizá Caleb esté loco, quizá yo esté loca; tal vez, y más probablemente, todos los que somos o hemos sido tributos estamos locos.

—Buenos días, rubia.

Dirijo la vista al suelo, donde hallo los ojos plateados de mi chico.

—¿Rubia? —repito, confundida.

—Oh, no, tienes razón, eres morena, lo siento —dice, sarcástico, mientras se incorpora para darme un beso en la comisura de los labios—. ¿Cómo te encuentras?

—Genial —aseguro.

Y es verdad: en comparación con el día de ayer, no podría estar mejor.

Capitol is not my homeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora