Capítulo 4: El desfile

2.4K 148 30
                                    

Cuando abro los ojos, lo primero que siento es frío. Debemos de haber llegado ya a las afueras de Panem.

Miro al otro lado de la cama, pero Caleb no está. Seguro que ha madrugado para ver el paisaje.

Vaya, ¿por qué he tenido que pensar en él? Es un tributo, sólo un rival más.

Sacudo la cabeza. Es inútil. Tengo demasiadas ganas de verle como para intentar convencerme de lo contrario.

Así que me levanto y echo un vistazo al armario: este tiempo debe ser un paraíso para todos los del Capitolio: cuantas más capas de ropa puedan lucir, mejor. Escojo un sencillo vestido azul que me llega por las rodillas y una rebeca blanca de lana. Mucho mejor.

Cuando entro en el comedor, veo que la mesa del desayuno ha cambiado: ahora hay muchos más platos calientes. Me pregunto cuántos cambios más traerá este clima de montaña.

Michael está tomando unos cereales calientes y, cuando levanta la cabeza y me mira, creo distinguir la leve sombra de una sonrisa en su rostro, aunque en seguida vuelve a fijar la vista en su plato.

—¡Buenos días!—dice Sam—¿Por qué eres tan dormilona? —me pregunta, riéndose.

Yo también me río.

—Vete tú a saber, será la costumbre. O tal vez —me acerco a ella y le revuelvo la cabellera pelirroja—... ¡tú eres demasiado madrugadora!

Sam suelta una risita y vuelve a prestar atención a su estofado. Me siento a su lado y miro a mi izquierda.

Ahí está.

—Caleb.

—Buenos días —me dice con una sonrisa radiante. Nunca me había fijado en su sonrisa. Es preciosa. Maldición, ¿por qué es tan preciosa?

—Buenos días —me pongo colorada y bajo la vista. Me siento estúpida, ¿qué me pasa?

La respuesta me viene sola: «que te estás enamorando».

Pero no, me niego a admitirlo, no puedo caer (por primera vez) bajo el hechizo del amor. Al menos, no allí a donde vamos.

Por desgracia, cuando miro a Caleb a los ojos (ahora puedo verlos con claridad: son de un color gris muy bonito), me olvido de mi propósito de mantenerme insensible.

—Ejem —carraspea Peeta (no me había percatado de su presencia: está sentado al lado de Michael Berkerly)—. Como sabréis, estamos a punto de llegar al Centro de Entrenamiento, y estará lleno de gente esperándonos.

Asentimos con la cabeza.

—Bien, quiero que en cuanto diviséis personas a lo lejos, os peguéis a la ventana y saludéis alegremente. ¿De acuerdo?

—¿Saludar?—pregunta Sam, extrañada.

—Sí. Es lo que yo hice cuando... bueno, ya sabéis—parece estar recordando algo terrible y sacude la cabeza como para apartar esos pensamientos—. El caso es que me funcionó bastante bien. Si os mostráis simpáticos, el público no os olvidará.

Entonces Michael se inclina hacia un lado y susurra algo en el oído de Peeta.

—... Sí, está bien —dice él—. Sólo saludaréis vosotros tres —decide mirándonos a Sam, a Caleb y a mí.

Todos nos preguntamos qué le habrá dicho, pero nadie dice nada y asentimos con la cabeza.

Me zampo mis magdalenas con chocolate caliente y me dispongo a levantarme, pero Peeta me para.

Capitol is not my homeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora