Capítulo 21 Incienso Cadáveres y Asesinos

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CAPÍTULO 21

INCIENSO, CADÁVERES Y ASESINOS

PARTE I


      

Lord Aelderic observaba a su hija, quien permanecía recostada en la cama, mientras Barón Ascili la revisaba. En su mente ahondaba la preocupación. ¿Cómo le diría a su niña que su adorada nana Orla estaba muerta? La tarde anterior, su cuerpo había sido hallado sin vida junto a la capilla del ducado. Su cara y su cuello rasgados de un extremo a otro, dejándolos colgando de una tira de piel y carne de la base de los hombros.

Sin duda alguna, la pobre mujer, había sido víctima del ataque de otra bestia salvaje y hambrienta. Lo más probable, según el grupo de hombres que habían salido a buscarla, Orla había sido embestida mientras se dirigía a la capilla a rezar como acostumbraba. El duque apreciaba mucho a la fiel sirvienta y lamentaba profundamente su muerte, más aún la terrible manera en la que había fallecido.

Ya los arreglos funerales estaban dispuestos... El obispo vendría ese mismo día en la tarde para que se llevara a cabo de inmediato el rito funerario. La mujer llevaba varios días de muerta y su cuerpo ya comenzaba a apestar. Todos en el ducado y en la aldea que bordeaba la mansión lo sabían y asistirían. Sólo faltaba comunicárselo a Ardith y esta sería la parte más difícil de toda la situación.

Barón Ascili ya culminaba de revisar a Ardith y luego se dirigía hacia el duque para comentarle de los hallazgos en la salud de su hija.

—Lord Aelderic, su hija está aún muy débil. A mí me parece, según mi experiencia, que tiene un mal de sangre.

—¿Un mal de sangre, Barón Ascili? ¿Y qué tipo de enfermedad es esa?

—Hay varios males de sangre, duque. El de su hija le causa debilidad por que la sangre en su cuerpo no está saludable. La joven parece haber estado inapetente últimamente y esto conlleva que su sangre se debilite y ella tenga largos períodos de sueño y cansancio... Otra cosa que he notado son las laceraciones que tiene la joven en la base del cuello...

—¿Laceraciones en la base del cuello? ¿Qué pudo haber sido?— El duque interrumpía al doctor preocupado ante su ignorancia ante tales heridas.

—Parecen mordeduras... venga para que las vea... También cabe la posibilidad que algún animal la haya picado o mordido... pero no ha tenido temperatura ni delirios—, Barón Ascili le mostraba los dos pequeños orificios mientras le explicaba. El duque los contemplaba extrañado y escuchaba atento al médico en su razonamiento.

—Que yo sepa, no ha tenido fiebre ni se ha quejado de molestia alguna. Sólo duerme más de lo usual. Tal cómo la vez anterior que usted vino a revisarla—, le contestaba el duque al médico.

—Bueno, en ese caso, descartamos que algún animal inmundo le haya contaminado. Se sabe que algunos animales provocan pestes en las personas como las ratas y hasta los perros—, explicaba el médico.

—¿Usted cree que una rata la puedo haber mordido?— el duque reaccionaba muy angustiado.

—Es probable. Pero lo importante es seguir observándola y procurar que repose y se alimente bien—, aseveraba Ascili.

—Claro que sí Barón Ascili, así se hará. Daré las instrucciones a la servidumbre para que se haga todo como usted indica. Gracias Ascili, puede retirarse a su habitación. Ya las muchachas prepararon todo para su estadía en la mansión—, le hablaba el duque al médico, más su mirada permanecía fija en el pálido rostro de su hija.

—Con su permiso. Cualquier cosa que se le ofrezca, no dude en mandarme a buscar. Voy a ver qué encuentro en mis libros de medicina sobre las heridas de Ardith. Puede que haya algún tratamiento nuevo que yo no sepa o recuerde con claridad—, Barón Ascili se retiraba de la habitación.

Lord Aelderic se sentó junto a Ardith en la cama y le dio un beso en la frente. Contemplaba a su hija como se veía tan desmejorada y su pecho ardía de tristeza. Era su única hija y daría todas las riquezas del mundo por volver a verla sonreír. Le compungía tanto el saberla tan triste desde que murió su madre y luego, cuando su vida había parecido cambiar de color, su prometido fue ordenado ir a batalla y no se sabía nada de la situación. Ahora, para colmo de males su nana, Orla, quien había sido como una segunda madre para ella en ausencia de doña Edwina, su difunta esposa, había muerto de una manera tan espantosa.

Ardith abría sus ojos lentamente, mostrando la pesadez y la debilidad en su cuerpo. Sin duda alguna, la mordida de la rata enorme que merodeaba el castillo había hecho estragos en la juventud y vitalidad de la niña Ardith. La joven duquesa, al ver a su padre, le ofrecía una tenue sonrisa.

—Padre, ¡qué bueno que estás aquí conmigo!– Ardith levantaba lentamente su mano hacia el rostro de su padre y le acariciaba en la mejilla.

—¿Por qué no habría de estarlo si tú eres la luz de mis ojos?— a Lord Aelderic se le humedecían los ojos mientras hablaba. El duque adoraba a su hija.

—¿Qué está pasando padre? ¿Por qué te has puesto así? ¿Padre, dónde está Orla? Hace ya varios días que no la veo—, Ardith giraba su cabeza de lado a lado buscando a su nana en su habitación, cómo acostumbraba.

El duque respiró profundo y ahora era él quien acariciaba la mejilla de su hija. Luego de unos instantes en silencio, buscando en su mente cómo darle la terrible noticia a Ardith. —Mi niña... Hay algo que tienes que saber...


PARTE II


La pequeña capilla de estilo gótico se encontraba repleta de personas que se habían congregado para presenciar los ritos funerarios en honor a Orla Westfalia. El cuerpo de la mujer estaba colocado sobre una mesa de madera y rodeada de flores y hierbas aromáticas para espantar el mal olor a putrefacción que emanaba del cuerpo hinchado y verdusco de la finada.

Muchos lloraban recordando la bondad de la fiel sirvienta de la mansión Cuthberht. Toda la servidumbre se encontraba acomodada en los bancos de piedra y madera en el interior de la iglesia. Un cuarteto de frailes entonaba himnos en latín mientras dos niños sacudían los incensarios, más por ahuyentar el hedor a cadáver putrefacto que a los malos espíritus.

Ardith caminaba muy afligida sostenida por su padre. La joven lloraba un mar de lágrimas y aún no podía creer lo que estaba sucediendo. Su adorada nana había fallecido de la misma horrenda e inesperada manera que aquella sirvienta. La duquesa y su padre estaban a solo unos pasos de entrar a la capilla cuando Leila los interceptó justo frente a la puerta de entrada para darles las condolencias a ambos.

—Oh mi amiga Ardith, no sabes cuánto lamento la muerte de Orla. Yo se lo importante que era para ti tu nana...— Leila se disponía a abrazar a su amiga, pero algo en el semblante de Ardith cambió. La joven duquesa la rechazó empujándola hacia atrás y mirándola con sus ojos llenos de un brillo iracundo y oscuro. En medio le llantos y gritos le habló diciendo, —¡Tú eres una hipócrita! ¡Asesina! ¡Fuiste tú quien la mató, Leila! ¡Eres una maldita asesina!

Ardith (Español) [Historia destacada-Featured]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora