Capítulo 18 Lujuria y Muerte

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CAPÍTULO 18

LUJURIA Y MUERTE



Ardith gemía ya sin fuerzas. Su cuerpo desnudo se estremecía en los brazos de Leila. Ambas se abrazaban, Ardith con menos fuerzas, mientras Leila clavaba sus colmillos en la base de la nuca de Ardith y la joven duquesa sucumbía entre una mezcla de pasión y sumisión. Sus cuerpos se rozaban en el fragor del momento y ambas se amaban la una a la otra extasiadas en frenesí.

Leila consumía literalmente la vida de Ardith. Se había valido de sus encantos para seducir impíamente a la duquesa. Ambas exhalaban pasión y lujuria mientras consumaban un rito de amor prohibido en el cual Ardith, tenía la peor parte.

La von Dorcha era una depredadora y Ardith era su presa. Había estado drenándole la sangre... la vida durante días en estas visitas nocturnas cuando también se llevaba consigo, su virginidad, su moral y su alma. Ardith estaba ciega de amor pues la pelinegra la había envuelto en una telaraña de la cual ella no se podría escapar.

Un hilo de sangre se escurría fuera de los labios de Leila, pero era detenido por su lengua, mientras la mujer se relamía, devolviéndolo a su boca nuevamente. La pelinegra miraba intensamente a la joven duquesa quien a su vez parecía estar estaba sumergida en una especie de trance. La joven e inocente doncella contemplaba el rostro de Leila y sus ojos se perdían en la mirada de su amante. La condesa de Suavia recostaba el cuerpo de Ardith sobre su cama, y poniéndosele encima le besaba sus suaves pechos. Ardith dejaba escapar tenues gemidos entre lastimeros y placenteros, mientras Leila lamía una vez más los orificios en su cuello para sellar las heridas.

—¿Ya te vas tan pronto?— Ardith le hablaba a Leila con voz tenue, mientras la seductora pelinegra se retiraba y se levantaba de encima del cuerpo de la ya debilitada doncella.

—Mi hermosa, entiende que tenemos que seguir con cautela nuestro amor. Sabes bien lo que pasaría si alguien nos descubre. No podríamos estar juntas por la eternidad como deseamos... A mí me matarían y a ti mi princesa... ni pensarlo. Yo no podría protegerte del castigo que impone tu Fe para lo que estamos haciendo... amarnos.

Leila acariciaba aún desnuda el rostro de Ardith que poco a poco se levantaba de la cama y se sentaba para alcanzar el rostro de su malvada compañera. —¡No eso jamás! Yo quiero estar contigo por siempre. Te amo, Leila. Sabes que daría mi vida por ti.

—Yo también te amo. Y lo sé... Sé que darías tu vida por mi—, Leila se volteaba para vestirse, mientras Ardith la observaba con tristeza en su rostro.

Leila ya se había vestido y se despedía colocando un suave beso en la boca de Ardith. La duquesa de Harz ya recostada en su cama, mostraba la palidez y debilidad propias por la pérdida de sangre en su cuerpo. Leila, por el contrario, lucía saludable y rebosante de vida. Su rostro más hermoso cada día y su cuerpo alcanzaba aún más el grado de perfección de las criaturas de la noche que arropan con sus encantos los cuerpos de pobres desdichados como lo era Ardith.

La malvada pelinegra salía del cuarto, cerrando la puerta tras ella sin hacer ruido. Orla se encontraba en la esquina del pasillo observando como la infame mujer se alejaba del cuarto de la niña. Había estado por horas allí con Ardith. De algo estaba segura Orla: nada bueno estaría haciendo. Leila le daba mala espina.

La vieja nana esperó a que Leila se alejara lo suficiente para poder entrar al cuarto y verificar que su niña estuviera bien. Al sacar su mazo de llaves para abrir la puerta, alguien le hablaba a sus espaldas.

—¿Acostumbra usted a espiar a las personas a altas horas de la noche?

Orla se daba un susto terrible al voltearse y descubrir el intimidante rostro de Leila frente a ella.

—Yo no espiaba a nadie, Señorita Leila. Sólo venía a revisar a mi niña Ardith. ¿Acaso no sabía que ha estado enferma? A lo que me lleva a preguntar, ¿qué hacía usted en el cuarto de mi niña a estas horas?— preguntaba en un tono desafiante ahora la nana.

—Lo mismo que usted, viendo que estuviera bien. Ardith es mi amiga—, Leila contestaba inmutable. Su rostro ahora dibujaba una sonrisa malévola.

—¡Pues no le creo nada! Me he dado cuenta que bien que está haciendo un teatrito frente a la niña, mientras descaradamente seduce al duque. Habrá podido embelesar a todos en el castillo con sus encantos, pero no a mí. Y con su permiso, voy a revisar a mi niña—, la nana respondía desafiando aún más a Leila.

Luego, Orla se dio vuelta para introducir las llaves en el enorme cerrojo de hierro de la puerta, cuando Leila agarrándola de un brazo la tiró con fuerza hacia la pared de en frente. Orla se pegó fuerte contra la dura piedra del muro para luego caer al suelo. Las llaves corrían al otro extremo del pasillo mientras la mujer sostenía su cabeza por el golpe.

La nana abría sus ojos enormes de terror al ver la expresión demoniaca en el rostro de la pelinegra. En la tenue luz del pasillo podía ver como los ojos de Leila se tornaban de un rojo brillante y en su boca aparecía un par de afilados y resplandecientes colmillos. La pobre señora se arrastraba de espaldas tratando de escapar, sólo para volver a encontrar que la fría pared detrás de ella bloqueaba su salida. Leila se acercaba intimidante hacia la mujer que temblaba de terror. De un solo tirón, la levantó del suelo y acercaba su faz a la desgraciada sirvienta.

—Lo último que verás va a ser el rostro de la nueva duquesa de Cuthberht. Cuando termine con la vida de tu querida niña Ardith y me despose con Lord Aelderic para luego acabar con él también, tú estarás en el infierno y nada podrás hacer, vieja entrometida.

Orla temblaba angustiada, aterrada pues una pesada y horrorosa realidad se le venía encima. En efecto, sabía que nada podría hacer para defender a su niña.

Leila abrió sus fauces y enterró sus colmillos en la garganta de la sirvienta. Con un brazo la vampiresa aferraba el cuerpo de Orla contra el suyo mientras con la otra mano tapaba su boca para que no hiciera ruido. La nana dejaba escapar una lágrima mientras su vida se extinguía poco a poco. Sus últimas oraciones iban dirigidas a las almas de quienes quedarían a merced de aquel monstruo.

Aquella criatura infernal retiraba sus colmillos de la base del cuello de la extinta mujer y se relamía con gusto el bocado de último momento. Con un solo movimiento levantó el cuerpo sin vida de Orla y lo cargó en sus hombros como a un muñeco de trapo. Con cadencia victoriosa, caminaba con los restos desangrados de Orla por el pasillo, mientras las tenues antorchas reflejaban danzantes tonos rojos de fuego en la penumbra.

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Ardith (Español) [Historia destacada-Featured]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora