Capítulo 7 Pudor

22.9K 1K 87
                                    

CAPÍTULO 7

PUDOR



El lavatorio era una habitación pequeña. Había dos puertas de acceso a este, una por donde entraba la servidumbre y la otra en la habitación donde estaba Leila. En medio había una lustrosa bañera de bronce. Había además, un enorme guardarropas de madera oscura, un espejo de ovalado de cuerpo completo, una mesa de madera con jabones y botellas de cristal con coloridas y espesas infusiones de baño y varias toallas para secarse junto enorme tina de metal. Al fondo una enorme ventana se abría de par en par para dejar entrar la claridad y la brisa que traía consigo los aromas del jardín. Claro que ya era de tarde y a esa hora se podía ver el ocaso con sus colores rojizos y al fondo la cordillera de Harz con su capa otoñal y que firme resguardaba vigilante los territorios del duque.

Ya el agua estaba lista, blancuzca con parches de espuma y destilando un suave aroma a lavanda. Ardith se encontraba preparando unas toallas para que Leila las usase pero al voltearse se encontró a una sonriente Leila de frente a ella. Se desnudaba con una inusual sensualidad frente a sus virginales ojos. Con suavidad deslizaba sus ropajes dejándolos caer al suelo y pasando por encima de estos caminaba con cadencia sobrenatural acercándose cada vez más a Ardith, quien recorría con su mirada de arriba hacia abajo el cuerpo de Leila con inusitada e inocente curiosidad.

Leila era una joven sumamente atractiva. Su cuerpo era blanco como la nieve. Tan blanco que parecía que irradiaba algún tipo de luz siendo casi traslúcido y etéreo. Sus negros y largos cabellos, parte caían tras su espalda y otra parte sobre sus redondos y rosados pezones. La hermosa pelinegra posaba sus manos delicadas sobre sus curvilíneas caderas. Sus piernas largas y torneadas se movían con gracia, despacio, casi flotando.

Ardith estaba como embelesada, y tardó unos segundos en reaccionar, despertando de su aturdimiento. Al darse cuenta de lo que sus ojos hacían, sintió vergüenza. La duquesa nunca había visto a una mujer desnuda. Jamás de la manera en la que veía a Leila con toda su feminidad expuesta y sin muestras de pudor alguno. Sin embargo, lejos de sentir algún tipo de vergüenza, Leila parecía estar disfrutando lo que provocaba en la virginal doncella. Su sonrisa amplia, casi maliciosa, hacía que Ardith se sonrojara aún más.

Leila ya estaba parada justo en frente de Ardith, totalmente desnuda. Sus pechos estaban a penas a unas pulgadas en frente del cuerpo de la rubia. De manera coqueta y despreocupada, extendía su mano entrelazando los dorados cabellos de ésta entre sus blancos y finos dedos. Y mirándola fijamente, le preguntó con voz sensual. —¿Nunca habías visto a una mujer desnuda?

—¡No! Bueno... sí, pero no completamente desnuda—, Ardith se alejaba un poco de Leila evitando prolongar aquel contacto que la hacía sentir incómoda. Su cuerpo se estremecía y sentía como la temperatura de su piel subía hasta sentir la sangre arder en su rostro.

Ahora Leila se volteaba caminando con un desmán erótico, mostrando como sus lacios y negros cabellos caían libremente sobre sus nalgas firmes y redondas que se movían en un vaivén casi rítmico. Ardith sabía que en lo que se fijaban sus ojos le hacía sentir intranquila, pero no podía despegar su mirada de Leila mientras ésta se sumergía en las tibias aguas de la bañera muy despacio, con ademanes sugestivos. Su cuerpo perfecto casi resplandecía con la luz de las velas encendidas en el baño al reflejarse en las gotas de agua que ahora se deslizaban en su lozana piel. Ardith sentía que necesitaba salir corriendo de allí... o la urgencia de meterse en la tina con Leila. Su cuerpo comenzó a sudar y a experimentar sensaciones ajenas a su cuerpo de niña. Así que de inmediato se retiró del cuarto de lavatorio y decidió que era mejor esperar a Leila en el dormitorio contiguo.

Luego de un rato, Leila salía del baño. Cubierta con una toalla se sentaba junto a Ardith en la cama.

—El baño estuvo tan reconfortante. Gracias a ello y al caldo que me diste, siento que he renovado fuerzas... Gracias amiga—, habló Leila.

—No tienes por qué darme las gracias. Estoy segura que tú hubieras hecho lo mismo en mi lugar—, Ardith se levantaba para buscar en el ropero del cuarto un nuevo camisón para Leila. Mostrándoselo a la pelinegra esperando aprobación, lo colocó sobre la cama.

Leila se quitó la toalla que cubría todo su cuerpo con la misma naturalidad con la que se desvistió en el baño. Ardith volteó rápidamente su cara para no ver a Leila desnuda tan de cerca una vez más. Ya la experiencia de hacía unos minutos la había perturbado lo suficiente. Mientras, podía escuchar a Laila como soltaba risitas juguetonas y al mismo tiempo descaradas a espaldas de ella.

—Ya te puedes voltear, tontuela. Estoy vestida. ¡Pero qué pudorosos son en estos lares!—, exclamó en tono sarcástico Leila, mientras sonreía de manera coqueta.

—La desnudez es pecado—, repuso Ardith de prisa.

—Si fuera pecado, Dios hubiese creado al hombre y a la mujer con ropa, pero no lo hizo—, ripostó Leila a la vez que se terminaba de vestir. Ardith por su parte no encontró contestación al razonamiento de la pelinegra. Leila se dirigió una vez más a la joven duquesa— ¿Por qué no me ayudas a cepillarme el cabello? ¿Quieres?

—Claro, permíteme que busco el cepillo enseguida—, Ardith buscó de inmediato un cepillo y sentada detrás de Leila en la cama comenzó a peinar suavemente los sedosos cabellos de color ónice.

La noche ya había caído con su paso lento y silencioso. Los sirvientes entraban y salían de la habitación de huéspedes trayendo leña y encendiendo la chimenea. El otoño prometía noches largas y frías en la cordillera sajona. Luego de un rato de estar conversando amenamente con su nueva amiga, Ardith se despedía d esta, —Bueno, yo me retiro. Ya se hizo de noche y estoy algo cansada. Mañana me espera un día arduo. Que descanses, Leila.

Ya Ardith estaba llegando a la puerta del dormitorio cuando Leila la detuvo.

—Por favor, quédate conmigo esta noche. Tengo tanto miedo de que no lograré conciliar el sueño. Sólo tengo horribles pesadillas cada vez que me quedo dormida.

Ardith miraba como Leila le suplicaba que se quedara con ella esta noche con ojos llorosos... Esto la conmovió y no pudo hacer otra cosa que aceptar.

—Está bien, me quedaré esta noche contigo.

Leila brincó de la cama mostrando una gran emoción que muy bien que contrastaba con la imagen de enfermedad que mostraba hacía apenas unas horas. De inmediato, la recién llegada corrió a abrazar a Ardith mientras le decía. —Gracias amiga. No sabes cuánto aprecio todo lo que has hecho por mí—, dicho esto, Leila, le dio un beso en la mejilla a Ardith y la tomó de la mano llevándola consigo hacia la cama.


Ardith (Español) [Historia destacada-Featured]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora