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Ethan

Después de horas en el maldito Bufete por fin me dirigí a mi departamento. Estaba casado y frustrado. Tal vez había logrado entrar al mejor Bufete de abogados en Chicago, pero eso no significaba que sería el esclavo de nadie y mucho menos el chivo expiatorio del estúpido de Jones.

La universidad había sido una total y completa mierda. A pesar de tener lo que siempre había soñado, todo era una mierda. Me concentre en ser el mejor de la clase, jugaba en el equipo de la universidad y me esforzaba más de lo que un alumno promedio haría. Cuando me titule cinco años más tarde como el mejor de toda la carrera, me ofrecieron un puesto en el Bufete mejor pagado y más reconocido de Chicago.

Me mude sin pensarlo dos veces.

Habían sido varios meses de mucho trabajo, aprendía mucho y cada vez conocía las mañas que hacían a un buen abogado. Amaba el sonido de la bulliciosa oficina de abogados, los teléfonos gritando que los contestaran, los carritos de correos dejando decenas de órdenes judiciales en cada oficina, las impresoras sacando cientos de hojas de informes.  Amaba ese sonido, era lo que necesitaba para no pensar en la mierda que era mi vida.

Al llegar a mi departamento, me desplome en la sala y cerré los ojos. Escuche el pitido de la maquina contestadora, me levante y reproduje los mensajes.

—¡Feliz cumpleaños hermano! —Me gritaba mi pequeña hermana.

—Cariño muchas felicidades, haz todo lo posible para venir este fin de semana, prometo preparar tu comida favorita. —Decía mi madre.

—¡Feliz cumpleaños hijo! Te llamo desde la oficina o si no tu madre escuchará nuestros planes, ven este fin de semana y nos iremos al mejor bar de todo Michigan. Yo invito. —Mi padre tan entusiasta como siempre.

Los únicos tres mensajes que cada año recibía. Saque la botella de Whisky y me senté frente al televisor.

Hoy se cumplían siete años desde que ella desapareció de mi vida. Aún podía sentir ese maldito vació en mi estómago como aquella mañana. El timbre sonó y me saco de mi miseria, como cada noche pedía comida para cenar. Esa noche era especial, o eso decía mi madre.

Regrese al sillón y me quede viendo un estúpido programa en la televisión, comía pizza y bebía Whisky.

—Feliz cumpleaños a mí.

Me duche y caí en la cama. Cerré los ojos intentando no pensar en ella, pero me era imposible.

Recordé esa mañana. Tres patrullas de policías en la entrada de su casa, gritando y tirando puertas. Mis padres observando estupefactos desde la acera. Yo estaba congelado.

—¿Saben a dónde fueron? —Nos preguntaron horas después los detectives— Tenemos informes de que eran muy unidos, al parecer su hijo mantenía una relación con la única hija de los Lane, ¿Cierto?

Mis padres hablaron por horas, pero yo no pude decir ni una sola palabra. Nadie sabía a donde habían ido y mucho menos el por qué se habían ido en medio de la noche sin nada más que unas maletas con poca ropa. Tiempo después, nos enteramos que estaban acusando al padre de Liv de un fraude millonario. Decían que habían huido para evitar que lo metieran en la cárcel.

Los meses pasaron y no tuve noticias de Liv. Estaba furioso con ella y me sentía muy solo. Justo la noche anterior habíamos hecho el amor por primera vez, había jurado que la convertiría en mi esposa y que nadie nos separaría. Pero eso nunca paso.

El sonido del despertador de hizo saltar de la cama.

Otra maldita noche soñando con ella.

Estaba cansado de tener que necesitarla tanto. Incluso en la universidad intente establecer alguna relación con otra chica, pero cada vez que besaba a otra mujer solo podía recordar los tiernos labios de Liv. No voy a mentir, nunca he sido un santo así que no sirve de nada negar que en todos estos años haya tenido a decenas de mujeres en mi cama, pero ninguna me daba lo que buscaba.

Solo túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora