01

2.5K 65 4
                                    

LIV

Querido diario:

No tengo ni la menor idea sobre que escribir. Mamá dice que escribir un diario es algo normal para una adolescente…pero estoy segura que esa es su forma subliminal de enterarse de mi vida.

Por cierto. Madre si estás leyendo esto: Acepte escribir esta tontería mientras me permitas usar teléfono a pesar de mi castigo. Lo que nunca te dije era que podrías leerlo…

PD: Esta es la única hoja con palabras que encontraras en esta tonta libreta rosa…. ¿Rosa? ¿En serio madre? ¡Tengo 17 años! Y sabes que odio el rosa. Escribiré en otro lugar donde no podrás meter tus narices. J Te quiero mami. :D

—¡Olivia Sky Lane trae tu trasero a la sala ahora mismo!

—¿Ahora qué hiciste?

—Probablemente leyó mi diario.

—¿Tienes un maldito diario?

—¡Cállate Ethan!

—¡OLVIA SKY LANE!

Colgué el teléfono y baje corriendo a la sala. Dos días más. Solo dos días más. Mamá se estaba poniendo paranoica. Decía que al final del verano yo tendría que pagar la cuenta del teléfono por culpa de Ethan. También decía que no era bueno hablar tanto con un chico y que me alejará de él.

¡Por dios! ¡Solo había hablado con él dos veces en todo el maldito verano!

 Ethan era mi mejor amigo en todo el mundo. Nos conocimos cuando nos mudamos a Michigan, aún recuerdo cuando nos vimos por primera vez, tenía cinco años y creía que mi patio trasero era una especie de lugar inexplorado. En esos días, soñaba con ser Indiana Jones, usaba el sombrero de pescar del abuelo y amarraba el cable la secadora a mi cintura.

 ¡Me veía ridícula!

Una tarde de Agosto caminaba por el patio trasero hablando con Lex mi fiel guardián cuando escuché un ruido detrás de los arbustos. Lex comenzó a gruñir y me acerqué con la secadora en la mano apuntando a lo que sea que saliera.

—¿Quién anda ahí?

Un niño salió de los arbustos, tenía la cara llena de tierra y su ropa mojada, sus enormes ojos azules me veían, su cabello rubio caía en sus hombros, ahora que lo pienso, Ethan se veía lindo. ¡Pero claro! En aquel entonces yo pensaba que los niños eran asquerosos. En cuanto ese niño comenzó a caminar hacia mí, Lex salto y se puso entre nosotros, el niño cayó de espaldas y gritó.

—¡Aleja a esa bestia!

—¡No es una bestia! ¡Se llama Lex!

—¡Me ataco!

—¡Le gritaste! A Lex no le gusta que le griten. Vamos a casa Lex.

—¿Tú vives ahí? —Dijo señalando la casa a mis espaldas.

—Sí.

—Wow. Mamá dijo que había nuevos vecinos. Pero…eres una niña.

—¡Y tu un niño! No te acerques o  me pegaras los piojos.

—¡Yo no tengo piojos!

—¡Todos los niños tienen piojos!

Ese comentario nunca falla. Cada vez que Ethan me molesta terminó gritándole ¡Piojoso! Después de esa tarde nos volvimos inseparables. Asistíamos a la misma clase, hacíamos la tarea juntos o veíamos películas, algunas veces explorábamos los patios de los vecinos o el ático en busca de tesoros. Con el tiempo nuestros padres se volvieron muy cercanos, mamá amaba tener una amiga y papá se sentaba por horas viendo el televisor con el padre de Ethan.

Cuando cumplimos siete, nuestros padres hicieron una entrada pequeña en la cerca que dividía nuestras casas, pasábamos tardes sentados hablando cada quien en su lado. A los diez, no podían separarnos. Cuando contraje varicela, Ethan trepo por el árbol y se quedó a mi lado, dos días después él se había contagiado. Pasamos ese verano en cama viendo películas y jugando.

Con el tiempo nuestra amistad cambio al igual que lo hicimos nosotros. Ethan se volvió condenadamente atractivo, tenía a todas las chicas del colegio a sus pies, además de ser capitán del equipo de Futbol. Desarrolló músculos donde no sabía que podía tenerlos, era alto y con sus facciones de estrella de cine se destacaba fácilmente. Asistía a cientos de fiestas todo el tiempo, nunca estaba solo, tenía cientos de admiradores.

Yo también crecí. No tanto como Ethan, apenas tenía 1.69 y me sentía completamente inferior a todas las demás chicas. Yo no era rubia ni tenía largas piernas. No. Yo era bajita, delgada, cabello castaño y ojos negros. Relativamente normal. La única cosa que podía destacar y de la que nunca había estado orgullosa…mis pechos. Eran enormes. Cuando tuve trece tenía que usar una copa C. Los niños me veían raro y me humillaban. Ethan siempre terminaba pateándole el trasero a quien se atreviera a molestarme.

Cuando cumplí catorce fue cuando me di cuenta, estaba enamorada de mi mejor amigo. Ese día Ethan me regaló una rosa y una cadena de oro de su abuela. Fue especial, y nunca lo olvidaré. Y como poder hacerlo. Mi primer beso. Ethan me dio mi primer beso.

Hasta ahí con el cuento de hadas.

Ahora casi no hablábamos. Él tenía su vida y yo la mía. Nuestros padres seguían siendo muy cercanos pero nosotros no. Ethan asistía a campamentos de futbol en el verano y yo tomaba clases de pintura. Era buena. Había heredado las habilidades de mi madre. Solo hablábamos por teléfono, claro, siempre y cuando no lo vieran conmigo.

—No me avergüenzo de ti Liv. Pero no es buena idea que te vean conmigo.

Siempre decía eso. Según Ethan, sus amigos eran irrespetuosos y estúpidos, según él no me quería exponer a ellos. Claro que eran unos estúpidos. Eran jugadores de futbol y tenían su cerebro dañado después de tanto golpe.

Durante este verano, solo habíamos hablado en dos ocasiones y solo unos minutos. Sabía que Ethan tenía cosas por hacer…

Después de un sermón de mi madre, tomé mi mochila y salí hacía mis clases. Pintar me ayudaba a pensar. Me aclaraba la mente. Pero sobre todo. Cuando pintaba no pensaba en Ethan. 

Solo túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora