Capítulo 33: Flashlight.

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Brístol, Inglaterra

Presente

Una semana llena de sobresaltos, inseguridades y secretos pasó desapercibida para muchos; para Rachel, Ryan, Patrick, mis chicos, todos, excepto para mí. Nunca fuimos a la casa de mis padres en Cornwall porque no me sentía lo suficientemente capaz de mentirle a Anastasia sobre mi relación. No porque no pudiera, sino porque ella ya sabía reconocer mi actitud de culpabilidad. De sus tres hijos fui quién pasó más tiempo a su lado, por lo que siempre estuvo al tanto de uno de los comunes tres motivos tras las rupturas tempranas con mis parejas. El primero y más evidente era el estarme engañando a mí misma pensando que podría funcionar y, por ende, a ellos. No necesariamente el engaño debe ser físico, como lo que me estaba pasando con Pat, para que fuera considerado como tal. El segundo, más íntimo, era el no poder amarlos como ellos querían ser amados. Y el tercero, por último, no era más que el hecho de que se hubieran cansado de esperar una retribución de sus sentimientos.

Así que simplemente decidí fingí estar enferma, no le respondí a nadie y pasé el fin de semana entero sin salir, privándonos a Pat y a mí del viaje en familia al cual asistió hasta el perro de Madison. A causa de mi falta mamá convocó una parrillada para este fin de semana, pero aún no estaba segura de poder ir. Con Ryan, por otro lado, las cosas estaban como las dejamos aquella vez en su casa. En punto muerto. Ya yo tenía claro que él no quería nada conmigo. En los ensayos se limitaba a bailar y a corregir mis errores, mientras yo corregía los suyos. No enviaba señales de ningún tipo en mi dirección. Y aunque una parte de mí agradecía profundamente que no lo hiciera, la otra no dejaba de sentirse insultada y dolida con su falta de interés. Su comportamiento, a mí parecer, era la muestra de que había superado el pasado y que a mí me tocaba hacer lo mismo.

Mis días, en conclusión, estaban hechos de madrugadas en la bodega con Ryan, mañanas en Southville, almuerzos con Rachel, trabajo en la agencia en la tardes y veladas con Luce o citas con Pat antes de volver a casa.

Ahora mismo estaba en la segunda fase de mi rutina.

Collingwood estaba cada vez más cerca de la gran fecha y se sentía en el ambiente. Cornelia no dejaba de ir de aquí para allá revisando las coreografías. Faltaban dos semanas para el evento, así que nadie se quejaba de sus gritos como habrían hecho en otros tiempos. Estábamos más bien agradecidos de su consejo. No había ni una sola alma participante que no quisiera ganar para salvar nuestra escuela del desconocimiento. Incluso Sad, el dulce y tranquilo padre de las mellizas, se tomaba su labor de tomar la asistencia de sus trabajadores con más vigor. Ya no importaba si estos recibieran dinero por su trabajo o, como yo, fueran voluntarios. Por mi parte no había ningún problema con ello. Más bien al revés. Estaba feliz llenando mis horas vacías aquí. Collingwood me hacía sentir llena. Mis estudiantes, más que en la lujosa Academia de Ballet de Brístol, eran un faro de luz importante. En especial mi par selecto.

Mags, frente a mí, agachó la mirada esperando mi opinión.

─Tienes que confiar más en ti misma ─le dije en voz baja.

A diferencia de otros profesores, a mí me gustaba darles mis observaciones y recomendaciones en privado. En especial cuando la clase era grupal y tantos pares de ojos estaban concentrados en hallar material con el que luego pudieran desatar sus inseguridades, bajar su autoestima. Esta vez, aunque fuera el turno de entrenar en grupo, los había puesto a ella y a Hugo a bailar frente a una audiencia para evaluar cómo de bien les iba con testigos. Él lo hizo bien, pero Mags se derrumbó. Lo aprendido las últimas semanas se desvaneció al lado del miedo que sentía de ellos. De sus críticas. Fue como si de repente ya no creyera en sí misma de nuevo.

Deseos ocultos © (DESEOS #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora