Capítulo 20: ¿Qué me haces?

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Estocolmo, Suecia

Pasado

―¿Bebé?

―No.

―¿Cariño? ―Su rostro se agrió como si bebiera jugo de limón y no lo que quedó de chocolate caliente―. ¿Cielo?

Dejó la taza en la mesa para abrazarme mejor; más fuerte y apretando más su desnudez contra mi piel. Ya eran las cuatro de la tarde. Habíamos pasado el día durmiendo, cocinando y disfrutando de la cama de Martha Stewart. Hacía frío porque fuera del departamento llovía y ninguno de los dos había tomado un descanso de quince segundos para cerrar las ventanas, razón por la que estábamos cubiertos hasta el cuello aunque a mí la calidez que Marie emanaba me resultara más útil. .

Me hacía desear irme a la Antártida.

Como si intuyera mis pensamientos, su próximo movimiento fue enredar una de sus piernas entre las mías y ajustar por completo su perfil a mi costado. Me agradaba la nueva posición porque mi brazo, usado de almohada, podía rodear cada centímetro de su estrecha cintura. También porque tenía asiento en primera fila para presenciar el espectáculo de su mirada.

― ¿Mi nombre no te gusta?

― ¿Por qué lo dices? Es tan tú.

Juntó las cejas e inclinó la cabeza, nada salvaje pero suficiente para hacer que parte de su cabello le cubriese la frente. Lo alejé antes de que pudiera deshacerse de mí para arreglarse, quedándome con unos mechones en la mano.

Jugué con ellos hasta que el sonido de su voz me detuvo.

― ¿Crees que otro nombre me quedaría mejor?

―No. ―Ahora era yo el de respuestas secas.

No sería lo mismo si se llamara Ana, Lissa o Gabrielle. Ni siquiera Katherine o Isabella, de los primeros en la lista si tenía una hija, podría conmigo como Marie. Anteriormente no me llamaba la atención en ninguno de los sentidos, ni me desagradaba ni me fascinaba, pero en ella era idóneo; como unos pantalones hechos a la medida para su dueña.

O quizás solo se trataba de que fuese lo único en mi mente asociado con su identidad, ¿era el nombre hecho para la persona o la persona para el nombre? Desde mi punto de vista Marie se ajustaba a ella a la medida; sonaba dulce y firme, como un árbol de raíces profundas con flores en invierno.

O quizás era que no me veía cambiando nada de lo que llevaba conociendo de ella. La sola idea de que algo pudiera borrar su forma de sonreír, mirar, bailar, tan solo respirar, me atormentaba.

― ¿Por qué no? ―susurró.

―No, Marie está bien.

―Una respuesta más larga, por favor.

Mientras pensaba en cómo no sonar como un idiota, trazó figuras sobre mi pecho a través de caricias que me hacían perder la cordura. Por un lado era muy cursi para mí admitirme, mucho más admitirle, que cada cambio en ella lo vería como una perdida, pero también era mi deseo que se sintiera bien conmigo, especial, y para eso tenía que dar uno que otro aporte significativo.

―Digamos que le he cogido cierto cariño.

―Eso no es una respuesta larga. ―Encajó sus dientes en mi pecho―. Dime más.

Añadí el dato de que sabía morder a sus virtudes.

―Maldición, Marie. ―Separé su cabeza de mí para evaluar los daños. El dolor no había sido en vano, la huella de sus dientes le hacía justicia a mi sufrimiento―. ¿Es que vas a torturarme hasta que te diga lo que quieres? Vaya lío en el que me metí contigo.

Deseos ocultos © (DESEOS #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora