1

11.4K 471 5
                                    

La alarma de mi telefono comenzó a sonar muy fuerte hoy por la mañana. Apenas había logrado consiliar el sueño un par de horas antes y no me sentía preparada para levantarme, por lo que, de mala gana la apagué y con mis ojos apenas abiertos logré enfocar el reloj: 5.30am.

No iba a ser fácil.

Me levanté arrastrando mis pies por el suelo y me di una buena, pero corta ducha, y una vez estuve arreglada y con todas mis cosas listas, oí la bocina del transfer que me llevaría hasta el aeropuerto.

—Mimi, ya me voy. —sonreí.

—¿Ya llegó el transfer? — preguntó la mujer de 35 años con una expresión de asombro.

—Si, me espera afuera.

Era tan temprano, que el Sol aun no se daba el lujo de aparecer y todo estaba oscuro, por sobre todo la sala de la casa.

Mimi, aún somnolienta y envuelta en su bata, besó mi frente y dijo.

—Está bien, cariño. Cuídate mucho y dale muchos saludos a tu amiga. — sus ojos se tornaron un poco tristes y se cristalizaron levemente, al igual que los míos.

—Claro que sí —dije, e intenté esbozar una sonrisa.

La bocina del automóvil volvió a sonar. 

Suspiré y abracé a Mimi. Tomé mi maleta y bolso de mano y salí de la casa rápidamente. Me acomodé en el asiento trasero, mientras el conductor ponía mis cosas en el maletero.

El camino al aeropuerto no era corto, para nada, y durante el camino suspiré un millón de veces, pensando en cuánto iba a extrañar a Mimi, en que todo saliera como esperaba y que pudiese llegar lo antes posible a Londres. Se sentía extraño volver a ver a papá después de tanto tiempo, lo que aumentaba aún más mis ansias por terminar rápido con todo el viaje.  

Jamás había sido una chica mentirosa, mucho menos rebelde. Por el contrario, me consideraba una persona tranquila y sin mayores problemas, porque, en realidad no tenía necesidad de ser diferente. Hasta que tomé la decisión de valer mi derecho a ver a papá más seguido. Odiaba no poder viajar a Londres para verlo cada vez que quisiera, así como él tampoco podía venir a casa tan seguido como los dos hubiésemos deseado. Todo esto, porque Mimi siempre creyó que él era un irresponsable, y que no podría, por ningún motivo, cuidar de mi como es debido, a pesar de mis ya dieciséis años de edad.

Logré hacer a Mimi creer que iría a vivir con Iliana por un tiempo, una chica con la que solía ser muy cercana de pequeña. Ella y su familia se fueron a probar suerte a Londres hace uno o dos años y jamás volví a hablar con ella, pero Mimi y yo habíamos tenido la oportunidad de compartir con sus padres en varias ocasiones, por lo que ella confiaba mucho en ellos y se habian convertido en la excusa perfecta. Era tan simple como decir que había hablado con ellos y fingir de vez en cuando que recibía sus llamados. Era como si yo fuese el puente de comunicación entre Mimi y la familia de Iliana, y de ese modo, Mimi jamás tendría que hablar con ellos directamente, pues sería yo quien la mantuviera al tanto de todo. 

Lo  que Mimi no sabe, es que todo esto en realidad había sucedido con Will, mi papá. 

Apenas el automóvil se detuvo, le di su paga al conductor y me bajé con todas mis cosas para comenzar a caminar rápidamente y entrar al aeropuerto. Enorme, por cierto.

¡Encontrarme en esta situación me producía tantos nervios y ansiedad! Y es que la última vez que vi a Will tenía tan sólo 6 o 7 años y en esos tiempos él vivía en el mismo continente que yo.

Fue necesario esperar cerca de una hora después de entregar y recibir todos los papeles que me exigían para poder viajar fuera del país, sobretodo por eso de ser menor de edad y no estar a cargo de ninguno de mis padres. 

Y una vez que el vuelo terminó, intenté despabilar, rascando mis ojos frenéticamente. Estaba agotada, y es que once horas y pico de vuelo no eran cosa poca y mi cuerpo se daba cuenta de ello. 

El aeropuerto londinense era lo suficientemente grande como para que una chica de dieciseís con carencia de buena orientación, recién despierta y que jamás había estado ahí antes, se perdiera con suma facilidad. Pero hacía el intento, y por eso leía cada cartel que se atravesaba en mi camino, incluyendo aquellos de publicidad. Caminaba con mi maleta detrás de mí y miraba en todas direcciones. 

De pronto mi teléfono comenzó a sonar: Mimi. Contesté mientras buscaba con la mirada algún cartel con mi nombre, entre toda la multitud que de pronto se formó en la salida de la zona de viajantes, pero no había absolutamente nada que se le pareciera.

—¿Hola? — hablé, más pendiente de lo que veía que de lo que escuchaba en el teléfono.

—¡Pequeña! ¿Cómo va todo? ¿Ya llegaste? ¿O sigues en el aeropuerto? ¿Estás bien? — siempre tan curiosa y preocupada.

—Sí, sí. — reí para mis adentros. — todo va bien. Acabo de bajar del avión y ya tengo todas mis cosas, ahora estoy esperando a que vengan por mí, seguro pap... — no, Keyra. No lo arruines. —Iliana y su familia —carraspeé —vendrán pronto o enviarán a alguien.

—Perfecto. —pude imaginar una sonrisa satisfecha en su rostro —Te fuiste hace tan sólo unas horas y ya te extraño, Key. —suspiró con desgana. Esas horas parecen más que sólo horas cuando te subes a un avión durante la mañana de un día y te bajas en otro continente con nueve horas de diferencia.

Sólo reí y la consolé.

 —No te preocupes, vas a ver como pasa el tiempo y en un par de años me verás de vuelta, hecha toda una mujer de 18 años. 

—Claro que sí, cielo. Tendrás más éxito que cualquier otra mujer que pise este planeta, te lo aseguro. —reí nuevamente y agradecí por sus palabras.

Pronto noté a un hombre muy alto y un tanto canoso, con la mirada perdida, y en sus manos estaba lo que buscaba: un pequeño pizarrón que rezaba 'Keyra'. ¿Sería mi papá?

—Debo irme ya. Te mando un abrazo, Mimi. Voy a extrañarte muchísimo. ¡Te quiero!

Y, sin esperar una respuesta, alejé el teléfono de mi oreja y le di al botón que corta la llamada, para pronto acercarme al caballero con paso apresurado y un poco torpe.

— ¿Eres Keyra? –preguntó, mirandome desde su altura. Vaya manera de reconocer a tu propia hija, aunque en nada me parecía a él.

— S-sí —titubeé.

—Mucho gusto, mi nombre es Jeff, soy el mayordomo de tu papá. —¿No es él? ¡vaya! Eso explicaba mucho y me aliviaba un poco. 

Esbocé una sonrisa y saludé como era debido. —Mucho gusto, Jeff 

—Bueno, ¿te parece si ya nos vamos? Will sólo quiere verte y presentarte al resto de tus hermanos. —Dijo, sosteniendo mi maleta y dispuesto a caminar hasta la salida.

—Hermanastros. —corregí. No me gusta calificar como verdadera familia a personas que en realidad no lo son, menos cuando aún no los conozco.

Jeff mostró un mínimo grado de nerviosismo y, sin decir nada, comenzó a caminar.

Lo seguí apresurada hasta llegar a un auto bastante moderno y grande.


Eternidad (corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora