Capítulo 10

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                                                                                                    10

La noche había empezado bastante bien, pero a medida que avanzaba perdía toda la gracia. No es que la fiesta fuera un desastre, al contrario, la gente disfrutaba, la música era buena, la comida exquisita y además las copas nunca estaban vacías, pero tener a la pelirroja delante de mí, sonrojada por el vino, riendo y echándome miradas indiscretas se estaba convirtiendo en un infierno. Lo único en lo que podía pensar era en llevarla de vuelta al despacho y saciarme de ella lo suficiente para no extrañar su cuerpo en al menos unas horas. Cosa difícil, me temía.

Como un perro con el rabo entre las piernas (rabo que presionaba contra la cremallera de mi pantalón), me escabullí a la barra. Natalia nada más verme cambió su amable sonrisa por una más coqueta y pícara. Le pedí un whisky y al minuto lo tenía en mi mano izquierda, mientras me giraba para observar en lo que se había convertido el Valkir. Las telas anaranjadas brillaban bajo la diminutas luces que colgaban de los techos, recordándome a las mil y una noches.

—No parece el mismo.

Miré por encima de mi hombro y William apuntó con el botellín de cerveza al entorno que nos rodeaba.

—Han hecho un gran trabajo.

Asintió aparentando estar distraído, pero la sonrisa burlona lo delató.

—Parece que habéis hecho buenas migas.

Entorné los ojos, queriendo creer que no se refería a quien yo creía.

—¿Quienes?—Pregunté con un tono de voz trivial.

—¿En serio?—Enarcó una ceja, diciendo sin palabras que no me molestara en mentirle— He visto como salías detrás de ella. ¿Le gustó la madera de tu escritorio? ¿Y los sillones?

Bufé, pues de nada iba a servir intentar engañarlo. Will negó con la cabeza, soltando una burlona carcajada.

—Nunca digas nunca, ¿recuerdas?—Se mofó, recordándome la conversación que habíamos tenido no hacía mucho, en la que le aseguraba con rotundidad que entre su cuñada y yo jamás podría existir nada más que palabras.

En cierta manera me habría podido resistir. Si Ana no fuera Ana y yo no fuera yo, me habría resistido. Pero lamentablemente ante mí se pintó la tentación y la única manera de librarse de ella era caer.

—La próxima vez añadiré probablemente—Dije, recordando las palabras de la pelirroja.

—¿Probablemente?—Inquirió el rubio un tanto confuso.

Asentí, le di un trago al Whisky y respondí:

—Sí. Probablemente nunca.

Mis ojos al terminar de pronunciar aquella frase la buscaron, dando de lleno con dos esmeraldas salvajes que me observaban desde lejos. Ana apretó los labios, procurando no formar una sonrisa mientras la mía ya comenzaba a abarca mi boca. Ignoró al resto de comensales que la acompañaban en la mesa y levantó su copa, invitándome a brindar. Extendí ligeramente el brazo y tras guiñarle un ojo a la cuñada de William, acabé con mi bebida.

La cena se sirvió y el cantico de gemidos al probar los riquísimos platos fue resonando por las mesas. A mi derecha, Eleonora, la madre de la pelirroja, halagó al chef y a mi izquierda, Will, la apoyó. El resto de la familia secundó la moción.

Para mi sorpresa y alegría, Ana había tenido el detalle de contarme como un familiar de William, sentándome en la mesa de los familiares. Y puede que el rubio no compartiera la misma sangre que yo, pero aún así William era mi hermano, dijera lo que dijese el ADN.

Probablemente nuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora