12. La carta de Balkar

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—¿Creéis que deberíamos preparar esa poción a Adara? —sugirió Óliver, en cuanto la enfermera se marchó.

—¿Estás loco? —dijo Rodrigo—. Ya has oído a Mirena. Esa mezcla podría matarla.

—¿Entonces por qué se empeñó Adara en señalar esos botes? —insistió Óliver.

—A lo mejor no estaba en sus cabales —dijo Aixa—. Tal vez estuviera delirando. Además, ¿qué sabe Adara sobre pociones?

Aixa tenía razón. ¿Y si la herida había afectado al cerebro de Adara? A lo mejor ya nunca volvía a ser la misma. Tal vez ni recordaba que antes había sido una persona. Podría quedarse como un lobo para siempre, y nunca llegaría a contarles quién la había atacado. Nunca... a no ser que...

A no ser que ya lo hubiera hecho.

—Escuchad —dijo Rodrigo—. Imaginaos que alguien os ha atacado y os despertáis días después. ¿Qué es lo primero que haríais?

—Pues seguramente correr al servicio —respondió Óliver—. Supongo que tendría muchas ganas de mear.

—Bueno vale, pero aparte de eso lo primero que harías sería contarle a alguien lo que te ha pasado, ¿no?

—Bueno sí, tal vez después de mear...

—¿Y si no pudieras hablar ni escribir, porque te hubieras transformado en un lobo? —insistió Rodrigo, que ya empezaba a exasperarse con las respuestas de Óliver.

—¡Claro! —exclamó Aixa— ¡Intentarías enviar un mensaje de alguna otra manera! Eso es lo que hacía Adara. ¡Nos estaba enviando un mensaje!

—Sí, claro —replicó Óliver—. Quería decirnos que fue atacada por un ejército de pociones asesinas, no te digo.

—Creo que puedo recordar los botes que señaló la loba —dijo Aixa, ignorando el comentario de Óliver. Se levantó de la cama y se acercó a la estantería—. Rodrigo, mira a ver si encuentras algo para apuntar. La primera era la que según Mirena podría matarte si no se mezclaba con milenrama. Creo que era de color violeta... Ah, sí, esta de aquí, la irinácea. Luego una poción blanca, la que te dejaría sin fuerza... Ah, sí, rumularia, y después la que podía dormir a un caballo, dormilea...

Aixa se quedó dudando por un momento. Rodrigo cogió un papel y una pluma de la mesa de Mirena, temiendo que le quemaría la mano o algo peor. Afortunadamente no ocurrió nada Y rápidamente se puso a escribir los extraños nombres que le decía Aixa.

—Creo que la siguiente era de color amarillo... —continuó Aixa—. Ah sí, esta de aquí: unerveia. Luego ésta otra, la nidularia, y luego erfedera, quirinea, ursilaria e incarvilea. Sí, creo que eran esas. ¿Lo has apuntado?

—Creo que sí —dijo Rodrigo—. Irinácea, rumularia, dormilea, unerveia, nidularia, erfedera, quirinea, ursilaria e incarvilea.

—Irdunequi... —murmuró Aixa—. ¡Qué extraño!

—¿Irdu... qué? —preguntó Óliver.

—Irdunequi —repitió Aixa—. Es la palabra que sale al juntar las iniciales de esas plantas. ¿Qué querría decir Adara con eso?

—Será el nombre de su atacante —dijo Óliver.

—No creo que nadie se llame así— replicó Rodrigo.

—A lo mejor tenemos que coger la última letra de cada palabra —sugirió Óliver—. Vamos a ver que sale: Aaaaaaaaa. ¡Claro! Es eso. Lo que quería decirnos es que le duele mucho la herida.

Rodrigo Zacara y el Espejo del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora