7. El nombramiento de los escuderos

31.7K 2K 342
                                    

Los días siguientes tuvieron bastante trabajo. Rodrigo y Óliver, que pensaban que lo que más echarían de menos en Karintia sería la tele, los ordenadores y los videojuegos, se dieron cuenta de lo equivocados que estaban.

—Si pudiera volver a nuestro mundo, aunque sólo fuera por unas horas, lo primero que me traería sería una lavadora —se lamentó Óliver, mientras escurría la vigésima túnica.

—Pues no sé dónde ibas a enchufarla —observó Rodrigo.

—Tienes razón, es que este trabajo me mata de aburrimiento. Con todos los que somos en la fortaleza, ¿es que no hay nadie con el don de hacer que la ropa se lave sola? A lo mejor eres tú. ¿Por qué no pruebas?

Rodrigo se colocó en posición muy erguida, extendió los brazos y comenzó a susurrar:

—Abracadabra, pata de cabra, quiero que la ropa aparezca lavada.

—No te lo tomas en serio —le reprendió Óliver—. Así nunca encontrarás tu poder.

—Bueno, ya nos queda menos —dijo Vega, que acababa de regresar con un cesto vacío—. Acabo de tender la última capa. Ahora sólo nos quedan las túnicas.

—Chicos, acabo de encontrarme a Adara —dijo Noa, que volvía con otro cesto—. Dice que cuando terminéis vayáis a buscarla al patio de las fuentes. Quiere hacer un ensayo de vuestro nombramiento como escuderos.

Después de tres días en la fortaleza Rodrigo ya sabía que había varios patios, cada uno de los cuales solía reservarse a diferentes actividades. El patio de las fuentes era el que solían usar los caballeros para practicar el combate a espada. La primera vez que lo vio se quedó muy impresionado porque parecían combates reales. Después se enteró de que utilizaban espadas sin filo y corazas de piel para no sufrir heridas graves.

—Ésta era la última túnica —dijo Darion, nada más colgar la prenda del enorme tendedero situado al pie de las murallas—. Ya podemos ir a buscar a Adara.

—Yo os esperaré en la sala de lectura —dijo Noa.

—¿Por qué no nos acompañas? —dijo Aixa—. No creo que a Adara le importe que vengas con nosotros.

—¿Tú crees? —titubeó Noa—. Sí que me gustaría...

—¡Claro que sí! —la animó Aixa—. Venga, vamos.

Noa se unió al grupo y todos juntos corrieron por los pasadizos abovedados que comunicaban las diferentes partes de la fortaleza. Al llegar al patio de las fuentes vieron que no era Adara la única que estaba practicando su destreza en el combate. Había seis parejas de contrincantes haciendo chocar sus espadas con una rapidez sorprendente. Además de la coraza de piel llevaban una cota de malla metálica que les cubría la cabeza, por lo que Rodrigo no consiguió saber quién era Adara hasta que ella misma dejó de combatir y se quitó la protección.

—Bueno, creo que ya ha sido suficiente por hoy —dijo, bajando su arma—. Me voy con estos pequeños a hacer un ensayo de su nombramiento.

—Sí, yo también lo voy a dejar —dijo su contrincante, que resultó ser Dónegan—. Tengo que llevar mi peto a Toravik para que me arregle unas hebillas.

Adara se quitó su coraza de piel y se acercó a los muchachos.

—Tendréis que acompañarme primero a la armería —dijo—. Tengo que dejar todo esto.

—¿Puedo ir yo también? —preguntó Noa, con su habitual timidez.

—Por supuesto, cariño —accedió Adara—. Venid conmigo.

Los chicos la siguieron entusiasmados. Ninguno de ellos había estado antes en la armería, aunque sí que habían oído hablar de ella: una sala con decenas de espadas, brillantes armaduras, lanzas, ballestas, arcos... Seguramente cuando fueran escuderos les tocaría visitarla a diario para hacer sus prácticas de espada y tiro con arco, pero de momento no habían tenido esa oportunidad y estaban deseando verla.

Rodrigo Zacara y el Espejo del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora