2. La salida secreta

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Rodrigo sintió que alguien le agarraba del brazo e intentó liberarse con todas sus fuerzas. Tenía que escapar de ese maldito lugar.

—¡Despierta, Rodri! Ya son las nueve.

En cuanto abrió los ojos se encontró con la cara de Óliver a medio metro de la suya. Miró a su alrededor sin comprender muy bien dónde se encontraba, hasta que por fin distinguió el dormitorio que compartía con sus tres amigos. Estaba empapado en sudor, sin duda debido a la pesadilla que lo había atormentado durante toda la noche. Podía recordarla tan claramente que parecía real como la vida misma. Estaba bajando las escaleras de la torre, pero por más escalones que bajaba nunca llegaba a encontrar la salida. Mientras tanto, unas palabras no dejaban de aparecer ante sus narices cada pocos metros: Caerán las estrellas del cielo antes de que puedas salir. La luna saldrá en pleno día antes de que puedas huir.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Óliver.

—Sí, sólo ha sido una pesadilla. No te preocupes.

Durante el desayuno, los del dormitorio de al lado todavía estaban discutiendo sobre quién había tirado las bombas fétidas. Rodrigo y Óliver no pudieron evitar reírse.

—¿De qué os estáis riendo? —preguntó uno de ellos.

Rodrigo se dio cuenta de que empezaba a sonrojarse, pero afortunadamente Óliver supo reaccionar.

—¿Seguro que eran bombas fétidas? ¿No sería que alguno de vosotros tenía incontinencias?

—Muy gracioso. ¿No habréis sido vosotros? Estáis en la habitación de al lado. No me extrañaría que hubierais encontrado un hueco en la pared.

—¿Sabes lo que dicen, Andrés? —replicó Óliver—. El que primero lo huele debajo lo tiene.

Por suerte su comentario tuvo el efecto que él pretendía y los del otro grupo volvieron a sospechar entre ellos.

—Muy bueno, Óliver —dijo Rodrigo en voz baja.

—Necesitaremos un plan diferente para esta noche —comentó él—. Si volvemos a tirarles bombas fétidas van a sospechar de nosotros y se lo dirán al Topo.

—¿Pero todavía tienes ganas de volver a la torre?

—Ellos tienen que verlo —respondió Óliver, señalando a Álvaro y a Sergio—. A lo mejor entre todos podemos encontrar la salida secreta. Yo creo que la clave está en las estrellas. Tal vez si consiguiéramos un mapa de esos que salen las constelaciones...

—¿Pero qué dices ahora de las estrellas? —se mofó Alvaro—. Empiezo a creer que sí que habéis subido a la torre, pero tú te has debido de caer de cabeza por las escaleras.

—Claro —dijo Óliver—. Tú no lo entiendes porque ayer no tuvimos tiempo de contaros lo que decía el mensaje. Era algo así como "Sigue el camino de las estrellas cuando pretendas salir, y... y ...". Bueno, luego decía algo de la luna que no recuerdo muy bien.

Rodrigo se echó a reír. Óliver era tan malo recordando enigmas misteriosos como memorizando los afluentes de los ríos.

—«Caerán las estrellas del cielo antes de que puedas salir. La luna saldrá en pleno día antes de que puedas huir» —recitó—. Eso es exactamente lo que estaba escrito en la pared.

—Eso es —corroboró Óiver—. ¡Qué buena memoria tienes, Rodri!

—A mí eso no me parece una clave para encontrar la salida secreta —observó Álvaro—. Seguramente lo escribió el conde para atormentar a los prisioneros.

—Pero, ¿es que ahora te crees toda esa milonga? —le preguntó Sergio—. Te digo yo que estos dos no han llegado más allá de los servicios.

—¿Te apuestas algo? —le retó Óliver—. ¿Qué te apuestas a que esta noche volvemos con una cámara de fotos y os demostramos que es cierto?

Rodrigo Zacara y el Espejo del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora